Dogmatismo y relativismo
Tradicionalmente, se acepta de forma acrítica la idea que presenta los conceptos de dogmatismo y relativismo como contrarios. Se trata de un enfoque simplista que procede de la forma en que funciona nuestra percepción, basada en las diferencias y los contrastes.
Desde la antigüedad hasta hace bien poco, la forma de pensar imperante ha estado basada en el dogmatismo. Es cierto que han existido doctrinas filosóficas contrarias, como por ejemplo la escuela de los escépticos, de los cuales podéis encontrar testimonios como Contra los dogmáticos, de Sexto Empírico, pero siempre han sido minoritarias. Una de las razones principales es que el poder ha estado siempre apoyado en la religión, que es dogmática por excelencia. Como consecuencia de esto, las ideas que se apartaban de la norma de pensamiento, como el relativismo, han estado siempre definidas a conveniencia de la forma de pensar imperante. Si yo poseo la forma de pensar correcta, aquello que se aparta de la norma no puede ser otra cosa que una estupidez pueril, de manera que el relativismo normalmente se define como una doctrina de indecisos que no son capaces de distinguir las ideas correctas de las incorrectas y piensan que todas las interpretaciones pueden ser igual de válidas, como si fueran tontos de baba. Así, en la ética relativista, todo vale, no sabemos distinguir lo que está bien de lo que está mal. Podríamos llamar a esto relativismo a gusto del dogmático. Pero no tiene por qué ser así.
Lo cierto es que, con tal de tocarle las narices a nuestros oponentes, muchas veces caemos en la trampa y nos compramos su interpretación de lo que debe ser nuestro pensamiento. En este artículo voy a tratar de dar una interpretación diferente de lo que puede ser el relativismo, que está muy alejada del tradicional enfrentamiento entre ideologías contrarias.
Comencemos por definir lo que puede ser el dogmatismo. Si establecemos una escala en referencia a las ideas, podemos establecer una afirmación cualquiera, por ejemplo “Dios existe”, como una idea de nivel cero. Si esta idea no admite discusión, se queda en dicho nivel, pero si admitimos alguna objeción, pasamos a nivel uno cuando respondemos a la misma. Siguiendo con este procedimiento, cuanto más discutibles admitamos que son nuestras ideas, más lejos llegaremos en esta escala a la hora de defenderlas. Cuando lleguemos a un punto en el que ya no admitamos más objeciones, o no sepamos seguir defendiendo la idea, pero nos empecinemos en que es correcta, habremos definido la profundidad que para nosotros tiene la idea en cuestión.
También existe la opción de que, llegados a un punto en el que ya no sepamos seguir defendiendo la idea, suspendamos el juicio sobre la misma entrando en lo que podríamos llamar un estado es escepticismo. Aunque ya no tengamos clara la validez de la idea, podemos pensar que podríamos encontrar nuevos argumentos para defenderla y descender todavía más niveles.
Pues bien, lo que desde mi punto de vista diferencia al dogmático del relativista es simplemente la profundidad a la que están dispuestos a llegar cada uno de ellos en esta escala de las ideas. Precisamente por esta razón, los dogmáticos tienden a manejar menos ideas que los relativistas, algo que puso de manifiesto Isaiah Berlin en su ensayo sobre el erizo y el zorro, por ejemplo en su libro El estudio adecuado de la humanidad.
Dogma es una palabra que viene del griego y significa creencia u opinión. El dogmático considera sus opiniones como verdades incuestionables que no admiten discusión. Aunque pueden ser creencias propias, normalmente su origen es trascendente, proceden por ejemplo de una religión o de alguna ideología política, se trata de una muestra de autoritarismo. El relativista no es que considere que todas las ideas son válidas, simplemente admite que pueden ser discutibles, pero cuando llega a un punto en el que ya no puede seguir argumentando, puede perfectamente tomar la misma actitud que el dogmático a menos que se le presenten argumentos de peso. Se trata de una diferencia de grado, no de fondo.
Por todo ello, podríamos considerar el relativismo como una evolución del dogmatismo, no como su contrario. El relativista hace algo parecido a ir al gimnasio y es capaz de entrenarse en el manejo de las ideas. El dogmático tiene una forma más rudimentaria de pensamiento, utiliza una forma simplista de pensamiento, la ideología, en lugar de las ideas. Se suele decir que una persona tiene que tener creencias firmes o se encontrará perdido, pero una creencia no es más firme porque te empecines en que es verdadera, sino porque sepas defenderla con la mayor cantidad posible de argumentos. Podríamos aplicar al dogmatismo el principio de “cherchez la face” (cherché la feis), busca a quien le beneficia esto. El poder siempre ha intentado fomentar el pensamiento dogmático para que le resulte más sencillo manipular a la gente. Esto no tiene por qué verse necesariamente como una muestra de maldad. Gobernar sobre grandes grupos de personas dispares no es un asunto fácil, y en la antigüedad la gente no era precisamente muy civilizada que digamos. El problema es cuando se hace de esto una especie de tradición de obligado cumplimiento, sin tener en cuenta la clase de mentalidad imperante. En las sociedades modernas más avanzadas, en la era de la ciencia y de la información, el dogmatismo no tiene mucho sentido más allá de ser una opción personal, y no precisamente de las mejores. Con el relativismo tienes lo mismo, pero con mucha más potencia argumentativa. El relativismo supera al dogmatismo.
Para terminar, os voy a recomendar también un libro que puede ilustrar el tipo de pensamiento dogmático. Se trata de Las veladas de San Petersburgo, de Joseph de Maistre. Se trata de un libro muy interesante que hay que leer con objetividad y mente abierta, pues se opone bastante al tipo de pensamiento moderno, pero que merece la pena leer.