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viernes, 18 de octubre de 2019

Necesidad, consumo y expresión

Muchos de los trastornos que desarrollamos siguen un patrón, que puede generalizarse describiéndolo como realizar actos de manera compulsiva que estimulan el centro de recompensa del cerebro. Las consecuencias suelen ser bastante negativas en términos de salud, económicos, sociales y emocionales. Se trata de algo conocido por todo el mundo, no estoy descubriendo nada nuevo para nadie, y tiene su origen en tratar de llenar la sensación de vacío que deja la necesidad, los anhelos.

Las personas tranquilas, satisfechas con su vida y con su situación, no presentan comportamientos compulsivos de este tipo. Se encuentran en un estado de paz interior y se los podría definir como emocionalmente conservadores, no buscan sensaciones fuertes, ni novedades, ni cambios sustanciales en sus vidas. Admiten sin problema la rutina y les gusta llevar una vida ordenada y sin excesos. También es posible encontrar personas que se encuentran superados por sus problemas y parecen haber tirado la toalla, sumiéndose en una especie de depresión que acaba completamente con su motivación para realizar actividades. Todo parece darles igual, nada les satisface, nada les interesa.

Estas personas nos suelen parecer a los demás, o bien unos aburridos, o bien unos desgraciados por los que sentimos lástima, pero a los que no sabemos cómo ayudar. Consideramos que lo normal es ir por la vida buscando siempre algo, como en una especie de viaje turístico inacabable. La muerte no es más que el final de ese viaje. Estar demasiado tiempo parado es casi como haber muerto un poco en vida. Toda esta búsqueda responde a una sensación básica e imprescindible para todo los seres vivos: la sensación de necesidad. Sentimos esta sensación cuando tenemos hambre, y la sensación de tener el estómago vacío nos indica dónde tenemos la carencia quela dispara. La sentimos cuando tenemos sed, y el cuerpo también nos hace saber dónde debemos enfocarla. Sin duda no es necesario tampoco explicarle a nadie cómo nos indica el cuerpo que la necesidad se refiere a mantener relaciones sexuales. Pero la sensación de necesidad no solo se dispara para cubrir los apetitos básicos para la supervivencia como individuos y como especie, que compartimos con la mayoría de los animales. Sin duda se trata de un mecanismo cerebral formado por redes neuronales que se pueden activar en respuesta a determinados estímulos, ya sean naturales o artificiales. Los seres humanos, como entes racionales que somos, tenemos una capacidad inmensa para analizar nuestro propio comportamiento y aprender a manipularnos a nosotros mismos, del mismo modo que manipulamos el entorno. Sabemos que, después de saciar la necesidad, viene la recompensa. La recompensa nos encanta, está precisamente para eso. Es el principal motor de la voluntad, el origen de la motivación. ¿Por qué limitarse solo a comer o a beber? Podemos aprender a sentir la necesidad de casi cualquier cosa que se nos ocurra, para luego satisfacerla y obtener el premio.

Pero no solo hemos aprendido a crearnos necesidades espurias a nosotros mismos, también hemos aprendido a creárselas a los demás. Los científicos, en uno de esos muchos experimentos con animales que tanto nos enseñan y ayudan, pero que tan poco agradecemos (a los animales, no a los científicos), han comprobado que, si enseñas a una rata a pulsar una palanca para obtener cocaína, la rata acaba no haciendo otra cosa que pulsar la palanca una y otra vez. Pero no es necesario ni siquiera darle cocaína. Si se conectan simplemente unos electrodos al centro del cerebro en el que se produce la sensación de recompensa, y estos electrodos se activan al pulsar la palanca, la rata se comportará exactamente de la misma manera. Este es un mecanismo natural por el que se va del efecto a la causa en lugar de desde la causa al efecto, indicando que existe una comunicación de doble sentido en las vías y circuitos neuronales del cerebro. Así, si encontramos algo que, de la manera que sea, excita el centro de recompensa de nuestro cerebro, podemos desarrollar una nueva necesidad cuya satisfacción nos llenará de placer. No hace falta que sea algo imprescindible, la mayoría de nuestras necesidades no lo son. Como las ratas, solo hay que aprender que palanca debemos pulsar.

Para una especie como la nuestra, que no puede conformarse simplemente con comer, beber, dormir y poco más, esto resulta casi imprescindible. Es posible crearnos muchas nuevas necesidades de manera que el resultado sea inofensivo. Incluso puede llegar a ser muy productivo para nosotros mismos y para la sociedad en general. Pero no hay que olvidar que muchas veces, por no decir siempre, este tipo de cosas se nos acaban yendo de las manos, como parece indicar el hecho de que nuestras élites estén y hayan estado siempre compuestas en buena medida por megalómanos codiciosos, la eterna epidemia de explotación sexual que azota desde siempre a la sociedad, la más reciente, pero no menos problemática, epidemia de consumo de drogas, muchas ilegales, pero la mayoría legales, el consumismo desaforado que está devastando nuestro ecosistema, y seguramente muchas otras cosas que se nos ocurrirán a poco que le dediquemos un tiempo a pensar en ello.

La necesidad de expresión puede ser como un agujero que incite al consumo de todo tipo de cosas
La necesidad de expresión puede ser como un agujero que incite al consumo de todo tipo de cosas

Pero quizás resulte ya un tópico muy manido poner de manifiesto todas estas cosas, que ya casi nos aburren. En lugar de eso, voy a tratar de examinar otra clase de necesidad completamente natural y que es privativa de la especie humana, debido a sus singulares características. Se trata de una necesidad compleja, por lo que creo que muchas personas no saben reconocerla, e incluso los que la reconocen no saben muchas veces llegar a satisfacerla. Es también una necesidad muy poderosa, que puede incluso llevar a la desesperación o a la ruina personal si no resulta saciada, pero que también intuyo que produce una de las mayores recompensas que puede llegar a sentir una persona. Se trata de la creatividad.

La creatividad se suele definir siempre como la capacidad de ser creativo, de idear cosas nuevas, pero creo que resulta más apropiado hablar de ella como de una necesidad. Para ser creativo uno tiene que tener la necesidad de serlo, no basta simplemente con proponérselo. La culminación de la creatividad es nada menos que el arte, y el arte requiere del aprendizaje, de mucha técnica y de muchos años de práctica. La creatividad no es una necesidad sencilla de satisfacer. Normalmente consideramos que artistas son solo unos pocos, que ser un inventor o un descubridor también resulta algo excepcional. A los más grandes los llamamos genios, como recalcando que son especímenes diferentes al resto de los mortales. Sin embargo, yo empiezo a sospechar que todos los seres humanos somos mucho más creativos de lo que nos pensamos. No hacen falta muchas explicaciones acerca de lo creativos que somos a la hora de inventar chistecitos con los que tocarnos las narices unos a otros, a la hora de inventar excusas para escaquearnos, a la hora de camelar al prójimo para obtener algún favor o incluso engañarle descaradamente. Pero no me estoy refiriendo a esta clase de creatividad, que también aparentan tener los animales superiores a los que observamos más a menudo, como los gatos y los perros. No me refiero a la creatividad de buscavidas a la que solemos referirnos con el nombre de “cara dura” o simplemente “jeta”. Me refiero a una creatividad mucho más sofisticada, mucho más seria. Una creatividad que produciría una verdadera recompensa, si llegara a ser desarrollada. Una creatividad que, a causa de no ser percibida como tal, quizás esté detrás de muchas de nuestras angustias vitales. La creatividad no deja de ser la expresión de uno mismo. Tenemos una necesidad tremenda de expresarnos, pero resulta casi imposible hacerlo de manera satisfactoria en la clase de mundo en el que vivimos actualmente (antes simplemente no te lo permitían).

La cantidad de gente que hoy en día realiza buenas fotografías, es capaz de escribir y publicar libros interesantes, o demuestra cualidades artísticas de todo tipo, parece mayor ahora que nunca por el simple hecho de que disponemos de unos sistemas de difusión que permiten que casi cualquiera pueda exponer ante los demás lo que hace. Antes solo se lo podían permitir unos pocos, los que pasaban los filtros de las industrias correspondientes. Parece que basta con el estímulo que supone la posibilidad de poder expresarte, unida al hecho de que otros muchos lo hagan, para que mucha gente se lance a una especie de vorágine en la que todos tratan de mostrar lo que son capaces de hacer. Esto es muy positivo, y también un indicio de que la creatividad es algo bastante común, y no una cualidad excepcional que solo poseen algunos privilegiados. Pero también tiene un lado negativo, y es el de que cada vez resulta más difícil expresarte en esta especie de cacofonía, en la que todos se muestran, pero a la mayoría jamás se le hace el menor caso, pues resulta imposible ni siquiera detectarlos entre tanto ruido y tanto estímulo. Expresarse es un mecanismo social, tiene que ver con la comunicación. Hacer cosas solo para uno mismo no siempre basta.

Personalmente, yo he sentido siempre una especie de nudo en el pecho, un anhelo de no se sabe qué que me ha hecho interesarme siempre por infinidad de cosas, sin llegar a calmarse nunca. También he intentado calmarlo sin éxito con todo tipo de consumos. Mi casa parece un bazar o un taller. Solo recientemente me he dado cuenta de que responde a una necesidad de expresarme. Antes lo hacía escribiendo programas de ordenador. Ahora estoy empezando a hacerlo escribiendo también para seres humanos. Parece que la cosa va por el buen camino, pero la necesidad sigue ahí, aguijoneado. Esto solo quiere decir que necesito superarme. Hace algunos años no hubiera sido capaz de escribir ni siquiera este simple artículo. He tenido que leer mucho para poder escribir algo. No recuerdo casi nada de la mayoría de esos libros, es una lástima, pero, de alguna manera, el organismo ha digerido toda esa lectura y mi capacidad de hablar, de escribir, de expresarme, se ha visto incrementada notablemente. También me ha servido de ayuda, por ejemplo, para aprender inglés de una vez. Dominar tu propio idioma es fundamental para aprender otros. El cerebro es como cualquier otro órgano de nuestro cuerpo, necesita alimento para crecer y desarrollarse. El alimento de la mente es el conocimiento y la práctica. No hace falta que luego te acuerdes de las cosas, eso solo vale para el colegio, para los exámenes. Confía en tu organismo y en los millones de años de evolución que hay detrás de su diseño. Para ser creativo, para expresarse, hay que tener materiales de construcción. Las ideas no surgen de la nada, se forman a partir otras ideas, ideas que necesitas conocer y, sobre todo, entender. Las habilidades no son innatas, se desarrollan con la práctica. ¿Acaso el organismo sabe la clase de sociedad en la que vas a nacer, como para malgastar recursos en una especialización prematura? Alimenta bien a tu organismo. Seguramente acabarás siendo capaz de llenar ese agujero que sientes que tienes dentro y que tampoco sabes cómo llenar.

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