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domingo, 18 de junio de 2017

Autoritarismo

En un post anterior trataba de describir en que puede consistir, desde mi punto de vista, la autoridad, y hablaba de que el ser humano ha tratado siempre de establecerla de alguna manera para poder legitimar el gobierno y el ejercicio del poder. Una de las formas más clásicas es el autoritarismo, del que voy a hablar en este artículo.

Autoritarismo
El autoritarismo es una visión elitista de la autoridad

Una de las primeras ideas que nos pueden venir a la mente al oír mencionar la palabra autoritarismo es el recuerdo de personajes como Hitler o Stalin y sus respectivos regímenes políticos. Es cierto que uno de los usos de la palabra hace referencia a este tipo de sistemas dictatoriales, pero estos son conceptos de alto nivel, y yo quiero referirme a algo más bien de bajo nivel, a una concepción personal de lo que puede ser o de dónde puede provenir la autoridad y la actitud correspondiente a la que da lugar dicha concepción. Por lo tanto, dejaré las dictaduras y los dictadores para otro artículo.

A mi modo de ver, el autoritarismo es una forma convencional de entender la autoridad, existiendo dos puntos de vista diferentes. Por un lado, está el de las autoridades, que pueden ser reales o simplemente nominales, y, por el otro, el de aquellos que las reconocen como tales y apoyan sus argumentos en sus opiniones.

Las personas consideradas autoridades que tienen una actitud autoritaria, intentan imponer su opinión apoyándose en el hecho de que son autoridades reconocidas, mezclando en muchas ocasiones el concepto de autoridad con el concepto de poder. A veces incluso pueden llegar a pretender tener razón en cuestiones en las que no son realmente autoridades. Esto constituye una falacia reconocida desde muy antiguo, la falacia de autoridad o falacia ad verecundiam, el hecho de ser, o ser considerado, una autoridad no hace que tengas razón siempre, ni que estés en posesión de la verdad.

Normalmente, las personas que adoptan una actitud más soberbia y autoritaria son precisamente las que menos autoridad real tienen, algo que resulta evidente si se considera la autoridad como hago yo, como una propiedad interior de la personalidad desarrollada por uno mismo y no como una especie de dignidad social obtenida por convención. Creo que la arrogancia es una muestra de ignorancia, algo impensable en una verdadera autoridad, cuya actitud estaría más cerca de la humildad (entendiéndola como ausencia de soberbia y arrogancia).

Para resumir, el autoritario pretende que tiene razón por ser considerado una autoridad, mientras que el que realmente posee autoridad simplemente intenta tener razón, y posiblemente lo consiga muchas más veces.

En cuanto a los que podríamos considerar como los “usuarios” del autoritarismo, las personas que, sin ser autoridades, utilizan argumentos de autoridad como medio para tener razón, se encuentran en la misma situación que las supuestas autoridades, y utilizan el mismo tipo de falacia argumental. Un argumento no es necesariamente válido porque lo haya expresado una autoridad. Esto no quiere decir que utilizar argumentos que provengan de alguna autoridad te convierta en autoritario, lo que te hace autoritario es la pretensión de que esos argumentos te dan la razón de manera automática.

El problema con la opción autoritaria de pensamiento no está en confiar en la opinión de las autoridades. Esto, en última instancia, lo hacemos todos continuamente. Cuando estás aprendiendo algo, por ejemplo, siempre existe alguien que consideras que sabe más que tú, la autoridad, de quien recibes las enseñanzas. Y esto es una cuestión de confianza, tú no sabes lo suficiente para determinar si todo lo que te cuenta esa persona es válido, ni siquiera para saber si estás interpretando correctamente lo que se te está transmitiendo, pero si confías en esa autoridad, no tendrás ningún problema en trabajar con ella y escuchar sus enseñanzas. Esto no es lo que yo entiendo por autoritarismo.

El verdadero problema consiste en la pretensión que suelen tener, bastante a menudo, de extender esa confianza que ellos sienten por los argumentos y opiniones de sus autoridades favoritas al resto de nosotros. Ojo, porque esto es independiente del hecho de que tengan o no razón en aquello que estén argumentando, eso puede suceder hasta por casualidad, cualesquiera que sean los fundamentos que usemos para apoyar nuestros argumentos. Pero, como he dicho antes, el hecho de apoyarte en una autoridad no te hace tener razón, esto es una falacia. Para más Inri, quiénes argumentan de esta manera, tienen bastante menos autoridad que las autoridades a las que hacen referencia, y siempre resulta dudoso si dichas autoridades estarían de acuerdo en que sus argumentos se utilizasen de esa manera, por esas personas y en ese contexto en concreto.

Esto no es, ni mucho menos, la famosa falacia ad hominem, que viene a decir que las ideas que defiendes valen lo que vales tú (normalmente poco, porque se usa poniendo verde a la persona a la que te refieres). Es similar, pero yo en esto soy bastante platónico y creo que las ideas en sí no cambian por la clase de gente que las defienda, lo que cambia es la interpretación personal de cada uno, lo que tú eres capaz de hacer con la idea. En este sentido, que dude, por ejemplo, de tu capacidad para interpretar alguna idea de Aristóteles, o de la corrección de tu interpretación, no dice nada de Aristóteles, sino de ti.

Las autoridades (las de verdad, no las otras) son imprescindibles para el buen funcionamiento de una sociedad. Pero, aunque suponga bastante más trabajo, creo que sacaremos más provecho intentando acercarnos lo más posible hasta su nivel, adquiriendo también nuestra propia cuota personal de autoridad para defender nuestras opiniones personalmente, que usándolos perezosamente como si fuésemos simples acólitos en alguna guerra entre facciones religiosas. Si lo que nos gusta son las batallas dialécticas, creo que nos proporcionaría más satisfacciones usar la primera opción que la segunda, a la que estamos bastante más acostumbrados

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