Autoritarismo y lenguaje inclusivo
Los miembros y las miembras, los portavoces y las portavozas. El llamado “lenguaje inclusivo”, una de las múltiples formas de lenguaje políticamente correcto, nos regala regularmente con perlas como estas que tienen una gran difusión mediática y provocan reacciones que van desde el simple cachondeo hasta fúnebres augurios de una hecatombe gramatical.
El autoritarismo lingüístico gira alrededor de la Real Academia de la lengua Española y su famoso diccionario, el cual se toma como una especie de Biblia que nos impone el uso que debemos hacer del castellano, cuyos seguidores más fanáticos anatematizan a todo aquel que ose apartarse de los usos permitidos para las palabras o introduzca términos de nuevo cuño todavía no autorizados por la RAE, su santo tribunal.
Lo cierto es que el autoritarismo en el lenguaje, como en todos los campos en que pretende aplicarse, le hace un flaco favor al idioma y a la RAE, enturbiando su gran labor y presentándolos como una institución despótica, algo que considero que está muy alejado de sus verdaderas pretensiones.
El lenguaje informal siempre es anterior a la gramática. Uno no se inventa primero un idioma, con todas sus reglas y los significados de las palabras completamente especificados, y después aprende a hablarlo. Esto sería hacer como en el chiste, primero se construye el puente y luego se hace pasar el río por debajo. Lo cierto es que las instituciones que regulan el uso de una lengua aparecen cuando esta ha alcanzado el grado de madurez y difusión suficientes para justificarlas, por ejemplo generando obras literarias de calidad. En este sentido, la RAE es una ayuda para todos los hablantes del idioma, cuya misión principal es documentar la lengua y su gramática para facilitar su estudio y aprendizaje. El diccionario recoge las acepciones más comunes de las palabras, y cada año se le añaden algunas nuevas, que los propios hablantes pueden proponer, pero esto no significa que uno esté hablando en otro idioma, o que no esté diciendo nada, cuando utiliza una palabra que no aparece en el diccionario o con una acepción diferente a las recogidas en el mismo. El objetivo último del lenguaje es entenderse, no hacer honor a unas reglas.
La aparición de instituciones para el estudio y regulación de un lenguaje son un síntoma de que este ha alcanzado un gran valor social que merece una especial atención, y todos sabemos lo que ocurre alrededor de las cosas valiosas, enseguida aparecen oportunistas que quieren convertirse en garantes del asunto y guardianes del orden en su uso. Desde lo que podríamos llamar el autoritarismo culto, que no pierde comba para hacer un uso político de la tradición, hasta el autoritarismo de baja estofa, que lo único que busca es una forma fácil de entorpecer y tocar las narices al contrario con argumentos y objeciones simplistas. Ejemplos paradigmático de este último tipo de mentalidad son los argumentos del tipo de que, si cada uno usa las palabras como le viene en gana, al final terminaremos llamando margaritas a las farolas y nadie entenderá a nadie.
Todo esto no quiere decir que saber hablar con corrección sea irrelevante. El lenguaje es una de las herramientas más útiles de las que dispone el ser humano, como argumento en este otro artículo sobre la importancia del lenguaje. Incluso para hablar mal con propiedad, primero tienes que saber hablar bien. También la base para dominar un idioma extranjero es dominar primero el tuyo propio. Las interacciones sociales se facilitan enormemente cuando sabes expresar tus ideas con corrección y entender las del otro, y un largo etcétera.
Un estereotipo muy extendido de la persona culta es el de un ser aburrido que se expresa siempre de forma académica y que solo admite conversaciones sobre temas elevados como el arte, la historia o la filosofía. Pienso que este tipo de estereotipos son contraproducentes, en el sentido de que provocan un rechazo inconsciente a adquirir un alto nivel cultural por miedo a perder nuestra “naturalidad” y cercanía. La cultura no es una especie de pacto con el diablo que nos proporciona estatus social a cambio de someternos a unas normas de comportamiento estrictas. La cultura es precisamente todo lo contrario, proporciona libertad y riqueza en registros expresivos. La persona culta se expresa de forma exquisita en una recepción de la casa real el domingo, utiliza un lenguaje técnico en su trabajo el lunes, se ríe a carcajadas y cuenta chistes gruesos por la tarde en una despedida de soltero con los amigotes y blasfema como el mayor de los rufianes en un tugurio por la noche. Como siempre digo, las normas están para los insensatos, las leyes para los delincuentes.
Con respecto al lenguaje inclusivo, aquí tenemos un terreno abonado para la lucha entre los amantes del orden y la ley y los partidarios del todo vale. Para unos, decir algo como los portavoces y las portavozas constituye una herramienta en la ardua lucha por la igualdad de derechos, para otros, se trata de un atentado inadmisible contra la corrección del lenguaje y un peldaño más en la construcción de una nueva torre de Babel que conducirá de nuevo a un mundo en el que no nos entenderemos los unos con los otros.
Da la sensación de que el concepto que muchos tienen de la sociedad es el de algo donde, para cada cosa, solo existe un criterio válido que todos debemos acatar una vez que se ha impuesto. O todos decimos los miembros y las miembras, o no lo puede decir nadie. Personalmente, no pienso permitir que nadie me imponga hablar o dejar de hablar de la forma que me venga en gana. Y creo que, en el fondo, todos pensamos de la misma manera. Si utilizo una palabra de una forma poco convencional, es totalmente lícito pedirme explicaciones sobre el uso que le estoy dando, y yo debo darlas, porque lo importante es entendernos, no acatar las normas gramaticales ni imponer el significado de las palabras. Esto es algo muy normal en los documentos técnicos y académicos, suele existir un glosario en el que se especifica el uso y significado de algunos de los términos utilizados, en aras de la claridad.
Cuando alguien se expresa de esta manera, no solo le entiendo sin ningún problema (y creo que todos lo hacemos), sino que entiendo además por qué utiliza el lenguaje de esta manera. Personalmente, comulgo totalmente con el objetivo. Es más, considero un tanto incorrecto hablar del derecho de las mujeres a ser iguales a los hombres, porque lo considero un hecho, simplemente lo son. Con lo que no estoy tan de acuerdo es con la utilidad de algunos medios, como este, para conseguirlo. Es cierto que el lenguaje que utilizamos no solo manipula y modela la mente de los demás, también lo hace con nuestra propia mente, pero no estoy muy seguro de que utilizar una forma de expresarse que, sinceramente, muchos consideramos ridícula, tenga el efecto deseado en todo el mundo.
Por supuesto, como no me considero obligado por ellos, me parece estupendo que utilicen para expresarse el lenguaje como mejor les parezca, solo faltaría. De hecho, el diccionario ya ha recogido un montón de denominaciones de este tipo para palabras que antes solo se expresaban usando el masculino y, con el tiempo, ya no nos resulta nada extraño su uso. Personalmente, lo encuentro un paso poco relevante, al final nos acostumbramos tanto a las palabras que percibimos el uso del femenino de la misma forma que antes percibíamos el uso del masculino. Hoy por hoy, cuando digo “la jueza”, creo que mi mente permanece en el mismo estado que cuando antes decía “la juez” para referirme a la misma persona. No me vuelvo ni más inclusivo ni más respetuoso con las mujeres. Claro que yo nunca las he considerado inferiores a mí, quizás simplemente estas cosas son innecesarias en mi caso.