La manada: Indefensión ante la violencia
Esta semana hemos asistido a una nueva muestra de lo poco que podemos esperar de la justicia a la hora de protegernos contra los elementos más violentos de la sociedad. Tres años de cárcel efectivos para los integrantes del grupo llamado “la manada” por lo que muchos percibimos como una violación múltiple cometida por 5 individuos fuertes y algunos con preparación militar contra una joven de 18 años con unas copas de más.
La violación de las mujeres (y en algunas ocasiones incluso la de los hombres) ha sido sistemáticamente utilizada como arma de guerra y como instrumento de tortura desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días. Cuando un ejército tomaba una ciudad, el premio de los soldados consistía en el saqueo y la violación sistemática. Cuando una mujer es sometida a torturas, por ejemplo bajo una dictadura militar, lo primero que puede esperar es ser cruelmente violada. Está claro que los individuos más abyectos de la sociedad tienen muy presente el alto grado de violencia que pueden ejercer mediante este instrumento de tortura contra las mujeres. Los que no parece que lo tengan tan claro son los seres supuestamente civilizados y altamente comprensivos que parecen dominar el poder legislativo.
El primer gran error que se comete al juzgar una violación es considerarla como un posible acto sexual. Como tal, existe la sospecha de que puede haber habido consentimiento por parte de la víctima, ya que la mayoría de los actos sexuales son consentidos, y da la sensación de que no queremos poner en manos de las mujeres un arma tan poderosa como la de seducirnos para después aprovecharse de ello y denunciarnos por violación, las muy ladinas. Aunque a nadie se le ocurriría dudar de si un atraco no habrá sido en realidad un acto de caridad del que luego la víctima se ha arrepentido, parece que este tipo de agresiones son examinadas con lupa, como si las mujeres tuviesen una especial propensión a denunciar en falso a los hombres por crímenes abyectos por venganza o por pura diversión. Si un robo es la invasión del espacio privado material de una persona, la violación, como las palizas, la tortura, el asesinato o el secuestro es la invasión del espacio íntimo de la víctima, y todas estas formas de violencia extrema deben estar equiparadas, independientemente de que se ejecuten con un cuchillo, una pistola o con la polla. Se trata en realidad del mismo fenómeno, gozar con el sufrimiento ajeno, todo lo contrario de lo que es un acto sexual.
Ante las agresiones físicas del tipo que sea no caben medias tintas. Se trata de acciones extremadamente peligrosas que pueden tener como consecuencia graves lesiones, tanto físicas como psicológicas, e incluso la muerte. Si no tienes fuertemente interiorizado un rechazo total y absoluto a las mismas, te puedes convertir también en un agresor si se dan las circunstancias adecuadas. Ser comprensivo con ellas te convierte en cómplice aun sin pretenderlo. El centro de atención de estas agresiones debe ser siempre la víctima, y las posibles futuras víctimas. Del grado de tolerancia que una sociedad tiene hacia la violencia física saldrán las leyes destinadas a luchar contra la misma, y por esta misma razón, observando las leyes que tiene una sociedad con respecto a la violencia, se puede averiguar su grado de tolerancia promedio hacia la misma.
¿Y qué parece ofrecernos la ley con respecto al problema de la violencia física? Pues parece que, en promedio, somos bastante comprensivos con ella. Hace poco hemos visto tumbar la prisión permanente revisable por los mismos que ahora despotrican contra la sentencia de “la manada”. La constitución impone que las penas de cárcel están orientadas a la reinserción del delincuente, la filosofía de la justicia es que ésta no está para obtener venganza, tampoco es su objetivo principal el castigar al delincuente, si es que se puede castigar al autor de una agresión grave con algo que sea realmente proporcional al daño que ha causado. Muchas veces da la sensación de que, cuando uno de estos delincuentes entra en una sala de justicia, en realidad lo está haciendo en una especie de quirófano de urgencias donde los médicos se afanan por salvar al paciente, olvidándose de la víctima, por la cual ellos no pueden hacer nada, tales son las consecuencias del excesivo garantismo de los sistemas judiciales occidentales.
Se dice que nuestro sistema penal es uno de los más duros de Europa, como si con esto ya nos pudiéramos dar con un canto en los dientes, cuando solo indica que en otras partes están más perdidos aún que nosotros a la hora de tratar los delitos más violentos. Se dice también que el grado de violencia en nuestras sociedades occidentales ha descendido notablemente, como si una simple estadística bastara para barrer bajo la alfombra el sufrimiento de la víctima de una violación, de la violencia doméstica, de un acto terrorista o de una paliza de un grupo de descerebrados fanáticos de alguna ideología grotesca. Es posible que, hablando de las personas más cercanas a la normalidad, sea válida esta percepción de disminución de la violencia. La gente normal es más pacífica hoy en día que, por ejemplo, a mediados del pasado siglo. Pero, ¿estamos seguros de que se puede decir lo mismo de los elementos más violentos de la sociedad, los que cometen los crímenes más preocupantes? ¿También a ellos les va a alcanzar la ola de pacificación? ¿O tendrán cada vez más fácil el imponerse a los demás por medio del abuso y la violencia, apoyados precisamente en ese pacifismo y en la blandura legal?
Se nos da muy bien tratar con raperos lenguaraces y tuiteras chistosas, pero está claro que no sabemos qué hacer con este tipo de delincuentes. La reinserción es una quimera en los casos más graves. Si la persona no sufre un cambio profundo por sí misma, no hay nada que hacer desde fuera para conseguir que cambie. Hacerles carantoñas para que vean lo bonito que es ser buena persona me parece la peor de las ideas. Los delincuentes solo son estúpidos desde determinados puntos de vista. Como todo ser humano, saben distinguir lo que está bien de lo que está mal, saben perfectamente que se merecen un castigo cuando le causan un perjuicio a otra persona. Simplemente pensemos en un escenario dónde el poder lo tuvieran los delincuentes violentos, ¿Qué pasaría contigo si cometieras incluso el delito más leve? La respuesta es fácil porque tenemos ejemplos de sociedades así, como la Alemania de Hitler o la Rusia de Stalin. Seguro que cualquiera de los integrantes de “la manada” asesinaría a cualquiera que violase a su mujer o a su hija, por lo que no parece muy ejemplar la pena que se les ha impuesto, ni para ellos ni para ninguno de sus posibles imitadores.
Pero nosotros ni somos ni queremos ser como ellos, a mí tampoco me parece correcto buscar la venganza, como si fuésemos una tribu de bárbaros, ni creo que sea posible compensar a las víctimas de estos casos tan graves o a sus familias, en caso de que no sobrevivan a la agresión, pero entonces, ¿qué es lo que puede ofrecernos el sistema legal, si es que puede ofrecernos algo?
Lo que debería ofrecernos es seguridad, pues ese es el único cometido que parece quedarle. Si las penas tienen como objetivo la reinserción, deberíamos asegurarnos de que nadie que no sea verdaderamente reinsertable sea puesto en libertad. No olvidemos que la libertad sin garantías, además de una oportunidad para reinsertarse, también es una oportunidad para reincidir. El balance coste/beneficios entre estas dos opciones se inclina claramente hacia el lado de los costes. ¿Jugamos a este peligroso juego para salvar nuestras almas? Porque no le veo ningún sentido.
La policía no estará normalmente allí cuando te agredan, porque los agresores se preocuparán de no hacerlo delante de ellos. No importa cuántas veces consigan detener por agresiones menores a los violentos, nuestro sistema judicial los dejará sistemáticamente libres porque sus fundamentos no permiten hacer otra cosa. Si sufres una agresión grave, el sistema está diseñado para centrarse en el delincuente, como mucho puedes esperar conseguir ayuda del sistema de salud.
Para más inri, está el machismo secular que invade todos los ámbitos de la sociedad y puede sesgar las leyes y las sentencias. El machismo no es fruto de la ignorancia, sino de un alma débil y envilecida. Se puede educar a los niños pequeños para que no lo sean, pero con los adultos pasa como con el inglés, que nunca llegas a aprenderlo del todo. Si alguien con poder (que no autoridad) no se adapta a los estándares sociales, simplemente debe ser apartado de sus funciones.
Parece que el único recurso legal que nos queda es el de la defensa propia. Hágaselo usted mismo. Yo ya estoy yendo a clases de krav maga, y siento una enorme satisfacción cuando veo que chicas más pequeñas que yo son capaces de dejarme tirado en el suelo retorciéndome de dolor en unos pocos segundos.