Grecia, Roma, el cristianismo y Europa
Hace algunos años, la ex alcaldesa de Madrid Ana Botella, en un debate sobre el estado de la ciudad, pronunció una frase que levantó bastante revuelo, definiendo el ideario de su partido, el Partido Popular, como basado en cuatro puntos principales: Grecia, Roma, el cristianismo y Europa.
Esta frase me llamó la atención a mí también, y puede servir de ejemplo para reflexionar sobre la clase de discurso grandilocuente que pronuncian muchas veces los políticos y sobre el tópico de si es posible “quedarse solo con lo bueno” y barrer debajo de la alfombra las cosas negativas. En cualquier caso, esto se puede aplicar a todo el espectro político, no trato de hacer una crítica exclusivamente al discurso del PP en concreto.
Para comenzar, podemos situar el nacimiento de la civilización Griega alrededor del año 3000 a.C. Puesto que Roma, el cristianismo y Europa se extienden prácticamente en continuidad hasta nuestros días (supongo que debemos excluir cosas como el nacionalsocialismo y el comunismo), resulta que la frase se puede expresar también como “la historia de Europa”.
Cuando uno habla de un periodo que abarca más de 5000 años, es natural que podamos encontrar innumerables ejemplos de grandes hombres, avances tecnológicos y científicos, grandes obras de ingeniería, gestas militares (al menos para aquellos que consideren esto como algo bueno), desarrollo de ideas filosóficas y un largo etcétera.
Pero, como estamos hablando de política y de sus fundamentos, hay que pararse a analizar cuál ha sido la influencia política de todos estos ejemplos de grandeza a lo largo de la historia. Podríamos decir que el objetivo político de una civilización es su perdurabilidad en el tiempo. De nada sirve levantar una gran obra para luego estrellarla contra el suelo para que se rompa en mil pedazos como hacen los niños pequeños muchas veces con sus juguetes y construcciones. En este sentido, se puede decir que el mayor logro político de la humanidad ha sido la tribu primitiva, ya que todavía hoy encontramos ejemplos de ellas que conservan sus costumbres y modo de vida milenario.
Comenzando por Grecia, cuna entre otras cosas de la filosofía occidental y la democracia, es cierto que ha proporcionado a la humanidad innumerables ejemplos de grandes hombres y obras. Atenas y Esparta eran un referente, cada uno por motivos diferentes, para todo el mundo antiguo. Los antiguos griegos levantaron una gran civilización en toda la cuenca mediterránea, que llegaron a dominar casi por completo. También derrotaron y rechazaron las invasiones de los persas con ejércitos mucho menos numerosos. Sin embargo, todo esto terminó como el rosario de la aurora cuando Atenas y Esparta se enzarzaron en una guerra por la hegemonía, documentada en la Historia de la guerra del Peloponeso, del historiador Tucídides, que fue testigo y participante de la misma. En esta obra también encontramos algunos ejemplos de las brutales prácticas de los democráticos atenienses para con sus “aliados” díscolos.
Esta guerra trajo consigo la decadencia de la civilización griega, que ya no volvió a levantar cabeza y fue sucesivamente dominada por otros pueblos, como los macedonios, los romanos o los turcos, llegando hasta nuestros días en un estado nada envidiable. ¿Podemos separar las grandes obras de los griegos de su aparatosa caída?, ¿o quizás toda esa grandeza, una vez asumida por toda la sociedad, y por la clase dirigente en particular, dio lugar precisamente a la clase de actitud arrogante y codiciosa tan característica que aparece siempre que se da un incremento suficiente del poder?
En cuanto a Roma, como todos sabemos, la cosa no acaba tampoco muy bien que digamos. Es cierto que también tuvo unos orígenes y expansión muy notables en su primera época republicana, expuestos magistralmente por ejemplo en la obra Historia de Roma desde su fundación, de Tito Livio, de la que se conservan todavía algunos de los muchos libros que la componían y en la que también se pueden ver de paso muestras de la decadencia de la civilización griega. Pero la república romana, con toda su grandeza, también terminó como el rosario de la aurora, con múltiples facciones enfrentadas en guerras civiles donde lo que menos se defendía era precisamente esa grandeza. Esta época turbulenta dio lugar a la segunda época de Roma, el imperio, en la que, aparte de unos pocos emperadores competentes que lograron expandir el poder de Roma sobre prácticamente todo el mundo conocido, fue una época de decadencia, corrupción y debilitamiento del estado, con ejemplos incluso grotescos de emperadores como Calígula o Heliogábalo. Una obra recomendable para conocer esta época es Historia de la decadencia y caída del imperio romano, de Edward Gibbon.
Las bondades, comodidades, riqueza y poder de la civilización romana dieron también a la misma clase de actitud arrogante y corrupta que dieron al traste con la civilización griega. Las luchas intestinas por el poder debilitaron y empobrecieron el estado, los ciudadanos dejaron de preocuparse por las labores militares, que poco a poco fueron pasando a manos de los mismos bárbaros que más tarde terminarían de derribar el debilitado imperio al que estaban sirviendo. Políticamente hablando, parecería que los grandes logros de la civilización son más bien contraproducentes.
El cristianismo es algo más complicado de analizar, ya que en nuestros días todavía goza de bastante buena salud. En teoría se trata de una doctrina que habla de fraternidad, unidad, compasión y pacifismo, algo que está fuera de toda duda y es a todas luces algo muy positivo y recomendable. Sin embargo, sus efectos en la política a lo largo de la historia tampoco parecen haber sido nada recomendables. Está claro que no basta con declararse cristiano para comportarse como tal. El poder tampoco es algo que le siente nada bien a la religión cuando se mezclan. El cristianismo, pese a ser adoptado como religión oficial por el imperio romano, no sirvió para detener su corrupción, decadencia y caída. También han existido numerosas guerras de religión entre las muchas facciones cristianas rivales que se han formado a lo largo de la historia, o contra otras religiones rivales. Han existido numerosas persecuciones, torturas y asesinatos en el nombre de Cristo durante siglos. A pesar de haber estado ligados a diferentes poderes absolutos y gozar de amplias potestades, tampoco parece que las diferentes iglesias cristianas hayan hecho grandes, o al menos exitosos, esfuerzos para erradicar la pobreza. Es cierto que actualmente, con excepción de algunos grupúsculos radicales, el cristianismo se comporta de forma bastante civilizada, pero yo no pondría la mano en el fuego por qué, si cambia el contexto social y el equilibrio de poder, no se puedan volver a repetir hechos que consideramos pertenecientes al pasado, del mismo modo que el predominio de los sistemas democráticos en occidente no garantizan la imposibilidad de volver a ver sistemas totalitarios y grandes guerras en el futuro.
Por lo que respecta a Europa, entiendo que hace referencia a la Unión Europea. Se trata de un proyecto bastante reciente y que todavía está en fase de construcción. Yo también soy partidario de la unión, la eliminación de fronteras y la confluencia de todos los europeos en un proyecto común y en igualdad (algo que requiere más trabajo por parte de algunos que por parte de otros). Por este motivo, lo podemos dejar fuera por ser demasiado pronto para sacar conclusiones definitivas sobre sus bondades y defectos.
La cuestión es que estas frases grandilocuentes, tan bien valoradas por los políticos, no hacen referencia solo a cuestiones positivas, como parecen pretender. Está claro que hay aspectos de Grecia, Roma y el cristianismo que se ven reflejadas en las actuaciones de los diferentes grupos políticos, como por ejemplo los actos y declaraciones ampulosas y las grandes obras faraónicas, muchas de las cuales son legadas a la posteridad directamente en forma de ruinas. Creo que la mejor vacuna contra la arrogancia es el conocimiento y la cultura. Uno no se dirige a una persona ignorante de la misma forma que a una persona culta y formada. Por eso, como siempre, recomiendo formarse e informarse de la mayor cantidad de temas posible. Se trata de una de las mejores inversiones políticas que podemos realizar los ciudadanos si queremos hacer de la política un asunto serio de verdad.