Falacias: petición de principio
En la larga lista de falacias lógicas, la petición de principio ocupa un lugar prominente por estar muy extendida, dado que, como veremos, nace de una necesidad casi insoslayable en toda argumentación un poco compleja. Esta falacia no es de tipo formal, en el sentido de que no consiste en utilizar de manera incorrecta las reglas de inferencia de la lógica formal, sino que se deriva de una mala interpretación de la validez de las conclusiones a las que hemos llegado, muchas veces a sabiendas de que hemos utilizado alguna que otra trampa.
La definición de esta falacia suele ser que una petición de principio es una argumentación en el que la conclusión que se pretende probar está incluida entre las premisas. Es algo así como un razonamiento circular: A es verdadero porque A es verdadero, o de A se deduce A. Esto, además de ser lógicamente válido, es una perogrullada, una tautología, técnicamente hablando. También suele ser un axioma de muchos sistemas lógicos, por lo que, de esta manera, no se ve la falacia por ningún lado. Es por este motivo que se dice que no se trata de una falacia de tipo formal. Como tampoco existe nadie tan simple e ingenuo como para dar por buena una argumentación de este tipo, algún truco debe de haber para que alguien se preocupe de catalogar este procedimiento entre aquellos de los que debemos cuidarnos a la hora de argumentar y de aceptar argumentaciones de otros.
El truco, por supuesto, consiste en intentar incluir lo que pretendemos demostrar entre los argumentos probatorios, pero no de manera clara y directa, sino mediante otros argumentos que, al final, acaban conduciendo al que nos interesa, o son imprescindibles para apoyarlo. Podemos verlo en uno de los ejemplos clásicos de esta falacia, una de las supuestas demostraciones lógicas de la existencia de Dios: Dios, en caso de existir, es el ser más perfecto; por lo tanto, posee todas las cualidades en grado máximo; la existencia es una cualidad; por lo tanto, Dios existe. Empezamos definiendo al ser al que llamaríamos Dios en caso de existir, lo cual no tiene nada de incorrecto; después definimos la perfección, que sería lo que lo caracterizaría, lo que sigue siendo correcto, pues todas las definiciones lo son: las palabras significan lo que queramos que signifiquen, otra cosa es que los demás acepten usarlas con ese sentido; que la existencia sea una cualidad está expresado como afirmación, pero en realidad es otra definición. En realidad, todo el razonamiento se puede expresar como “Dios existe porque lo defino de manera que exista”. El argumento se puede aceptar como válido, pero solo puede tener una validez hipotética. La falacia consiste en considerar que la simple aceptación de un argumento como verdadero hace verdadera la argumentación.
En metafísica, esto no tiene demasiada importancia, a menos que pretendamos, como se ha pretendido y se sigue pretendiendo desde siempre, saltar de los argumentos metafísicos al mundo real y palpable, y pretender que dichos argumentos, una vez dados por válidos, validan argumentos que se refieren a cuestiones mundanas. De nuevo aquí tenemos innumerables ejemplos de peticiones de principio, que derivan en cuestiones tan problemáticas como el racismo, el machismo, el totalitarismo, la homofobia, el comunismo, el fascismo, el nacionalismo o la teocracia. El ser humano es arrogante por naturaleza, y desarrolla esta arrogancia porque no tiene por encima un ser superior que se la frene. También somos muy espabilados cuando queremos, algunos más que otros. Por eso podemos aceptar sin problemas el hecho de considerar verdadero algo solo porque alguien ha dicho que lo es. Podemos equivocarnos, pero también podemos estar en lo cierto. Las falacias no se producen porque uno se equivoque y utilice un argumento falso creyendo que es verdadero. Estamos ante una falacia clara cuando se utiliza una forma incorrecta de argumentar a sabiendas, tratando de engañar mediante artimañas. También estamos ante una falacia cuando se utilizan, por imitación o simple ignorancia, estas artimañas sin saber que lo son, incluso sin que existan malas intenciones.
El hecho de que, incluso utilizando un razonamiento falaz, la conclusión puede ser en efecto verdadera, induce además a muchas personas a creer que no hay que ser tan estrictos con los argumentos, que da un poco lo mismo, pero las falacias siempre están emparentadas con el engaño. Da lo mismo si se construye un razonamiento falaz simplemente por error. Cuando se acepta, alguien avispado se dará cuenta y aplicará el sistema para manipular y engañar al prójimo. En un mundo donde la desinformación y la posverdad son una epidemia, el único tratamiento posible es la vacunación masiva. Y la vacunación consiste precisamente en ser capaz de detectar y rechazar este tipo de cosas. Por mucho que nos duela la inyección, y parece que a muchos les duele enormemente.
La petición de principio está estrechamente ligada con el dogmatismo. Un dogma, precisamente, es una proposición o argumentación que consideramos válida sin necesidad de demostrarla, algo así como un axioma. Y aquí es donde radica en buena medida el problema: no se puede evitar el uso de dogmas. No podemos conocer la verdad última sobre nada, simplemente porque nuestro organismo no tiene capacidad para hacerlo. Nuestros cerebros tienen una capacidad altísima de almacenar y manejar información, pero no ilimitada. Ni siquiera en la lógica matemática, la lógica formal, podemos escapar de la necesidad de tener un conjunto de axiomas como punto de partida. El relativismo no soluciona el problema. Un relativista es un dogmático que maneja muchos dogmas, y que además se molesta en construir sobre ellos una densa capa de razonamiento, para que recurrir a ellos sea la excepción y no la norma. También considera que sus dogmas pueden no ser ciertos, aunque los mantiene como verdades tentativas como un mal necesario e inevitable (sí, yo me defino como relativista, ¿se nota mucho?). Sin un punto de partida, un buen contrincante en una argumentación solo tiene que hacerte descender más y más hacia la raíz de tus argumentos, hasta que acabes llegando a un punto en el que ya no sabes cómo seguir. Sin un buen dogma al que agarrarte en ese punto, estás vencido. Por supuesto, cuanto más lejos estén tus dogmas de la superficie, menos personas habrá en el mundo que sean capaces de llevarte hasta ellos. Los dogmas, por supuesto, deben ser difíciles, o mejor imposibles, de refutar, aunque ten en cuenta que esto último no los hace verdaderos.
El autoritarismo es una fuente de peticiones de principio largamente utilizada. Si te resulta complicado conseguir que te acepten un argumento como válido sin demostración, nada mejor que recurrir a una autoridad, real o supuesta, que lo apoye por nosotros. Da lo mismo si entiendes lo que esta persona o grupo de personas defiende o defendía en realidad, también da lo mismo si tu interlocutor lo entiende. Con que el nombre os suene, cuanto más mejor, ya es suficiente. Si te lo rechazan, siempre puedes recurrir al: “vas a saber tú más que…” Aunque el sistema de autoridades está pensado precisamente para apoyarse en él, no queda fuera de la atenta mirada de los espabilados, siempre al acecho de oportunidades para medrar con su estilo de vida parasitario. Las autoridades tienen prestigio, y muchas veces prebendas y privilegios, por lo que es una posición altamente apetecible. A veces es complicado juzgar quién es realmente una autoridad y quién no, pues para eso hace falta disponer de autoridades previas que juzguen, así que siempre se pueden colar embaucadores o ineptos con carisma. El uso que hacemos de las autoridades también es fuente de problemas, pues no es raro que se utilicen argumentos procedentes de una autoridad, pero que se refieren a cuestiones en las que dicha autoridad no lo es tanto, o que se trasladen sus argumentos de su ámbito de autoridad a otro diferente. Si algo funciona para bien, entonces también puede funcionar para mal. Los caraduras lo saben, y su sustento se basa en aprovechar bien esta premisa. Son espabilados y lo suelen hacer muy bien.
Como conclusión, aunque no podemos escapar siempre de tener que recurrir a una petición de principio, que no es más que acordar con nuestros interlocutores el uso de un argumento sin demostrarlo, debemos considerar que nuestras conclusiones, en estos casos, son hipotéticas, algo que heredan del hecho de utilizar argumentos cuya verdad también se ha considerado hipotética, pues no se ha demostrado. En caso de no hacerlo, estaremos cometiendo una falacia, tanto el que argumenta como los que aceptan sus argumentos. También para los caraduras hay una conclusión: si vas a utilizar o aceptar argumentos falaces, más te vale ser un espabilado de verdad, uno de los buenos; de lo contrario, solo obtendrás una victoria pírrica. Al final, lo que estás poniendo en circulación y contribuyendo a apoyar se volverá irremisiblemente contra ti. Para los pánfilos, la conclusión es la misma, pero sin lo de la victoria pírrica.