Buscar la respuesta en lo exterior
Las personas, como seres vivos que somos, obtenemos recursos del exterior para sobrevivir. Los alimentos y objetos que necesitamos se obtienen del medio que nos rodea y, como seres sociales que somos, necesitamos relacionarnos con otras personas. Todas estas necesidades provocan que muchas veces estemos demasiado centrados en lo exterior y nos olvidemos de que lo más importante se encuentra precisamente en nuestro interior.
Aunque nuestro organismo crezca y se desarrolle a base de aportarle alimentos, nuestro alto nivel de consciencia requiere que también nos ocupemos de desarrollar nuestra mente. Llevar a cabo este desarrollo no es una tarea fácil precisamente, requiere de toda una vida de dedicación. Tenemos tantas facetas que es prácticamente imposible ocuparse de todas en igual medida. Nuestra alta capacidad intelectual nos permite, potencialmente, manejar una cantidad ingente de información, podemos desarrollar una infinidad de habilidades para realizar otras tantas tareas de todo tipo. Además de todo esto, tenemos un montón de sentimientos y emociones en constante ebullición que debemos gestionar de forma apropiada para evitar desequilibrios y trastornos emocionales. Al nacer solo disponemos de una serie de instintos e intuiciones para guiarnos en este proceso de desarrollo, nos encontramos en un estado de dependencia absoluta de otras personas que nos guíen y se ocupen de nuestras necesidades, y esta interacción, junto al trabajo que realicemos nosotros mismos, es lo que determina la frontera entre el éxito o el fracaso en la tarea, de manera que nuestras altas capacidades potenciales se convierten en nuestro mejor aliado o en nuestro peor enemigo.
El hecho de vivir en sociedad constituye la clave del éxito de nuestra especie, pero cuando pasamos al nivel individual podemos comprobar que también es la clave del fracaso de mucha gente. La interacción con otras personas genera colaboración, pero también competencia. Las distintas capacidades de las personas que se ocupan de nuestra educación, junto a las diferentes interpretaciones y decisiones que cada uno tomamos sobre el mundo que nos rodea, tienen como consecuencia una gran desigualdad en la distribución de competencias. Además, el reparto de tareas, unido a la dificultad y gasto de energía que supone el desarrollo de nuestras capacidades, provoca que mucha gente descuide dicho desarrollo, ya que siempre existirá otra persona que se ocupe de aquello que nosotros no estamos capacitados para hacer. Esto redunda en una vida más cómoda y en un aumento del bienestar, pero esto es un arma de doble filo, ya que tendemos a maximizar nuestro bienestar, y muchas veces lo hacemos a costa de evitar hacer cosas que nos son más beneficiosas pero más costosas. De este modo, es fácil pasar de beneficiarnos de la colaboración mutua a la simple necesidad de ayuda.
Las necesidades insatisfechas son uno de nuestros principales problemas, y tenemos una tendencia natural a buscar la causa y la solución de nuestros problemas en el exterior. La explicación se encuentra en nuestra propia naturaleza, que está basada en economizar el gasto energético y en obtener el alimento que necesitamos, esto sí de verdad, del exterior. Esto nos lleva a elegir lo que consideramos el camino más fácil y que nos supone menos esfuerzo a corto plazo, sin detenernos demasiado a pensar en las consecuencias que pueda tener a medio o largo plazo. Siempre nos parece más sencillo cambiar nuestro entorno o satisfacer nuestras necesidades tomando algo de él que cambiar nosotros mismos para reducir nuestra dependencia o modificar las inclinaciones que acentúan esas necesidades.
Podemos encontrar innumerables ejemplos de este tipo de comportamientos. Adicciones a diferentes sustancias, a rituales como el juego, comer, beber o comprar de forma compulsiva. En casos extremos llegamos a lavarnos las manos o ducharnos innumerables veces al día, comprobar una y otra vez si hemos cerrado la puerta de casa o del coche al salir, y toda una gama de comportamientos patológicos absurdos de este tipo. Cuando no somos capaces de satisfacer nuestras necesidades, ya sean auténticas o inducidas artificialmente, más tarde o más temprano nos acabamos rindiendo, y es fácil caer en la desidia o, en los casos más graves, aunque con bastante frecuencia, en la depresión, al no encontrar en nuestro interior un refugio lo suficientemente sólido y enriquecido que pueda llenar el vacío que se ha generado precisamente por esta carencia.
La sociedad en que vivimos se basa en el intercambio de bienes y servicios. En general, la gente no está interesada en la autonomía del prójimo, sino en su capacidad y, sobre todo, su necesidad de consumo de estos bienes y servicios. No solo se nos ofrecen infinidad de productos, sino que se busca crear la necesidad de poseerlos. Algunos de estos productos son simplemente caprichos inútiles que no tienen más trascendencia que la de fomentar un consumo compulsivo, pero otros llegan a constituir un verdadero lastre para nuestro desarrollo personal. Un ejemplo paradigmático de esto es la televisión, pero existen otros muchos. En política, por ejemplo, la ideología pretende convertirse en un sustituto del pensamiento crítico y la opinión personal, y los líderes se convierten en vendedores de sueños que se reparten el mercado mediante doctrinas cerradas e incompatibles que dicen representar las preferencias de los grupos que se acogen a ellas, después de habérselas inducido previamente también desde el exterior, convirtiéndose en una especie de titiriteros que los manipulan o de ventrílocuos que hablan por ellos.
El consumo es una de las formas de buscar fuera de nosotros algo con lo que llenar nuestras vidas, pero no la única. Las relaciones con los demás también son una fuente externa de donde proveerse de los recursos que faltan en nuestro interior. Muchas veces el altruismo o una gran sociabilidad esconden carencias internas que tratamos de llenar volviéndonos hacia los demás y ocupándonos de ellos en lugar de ocuparnos de nosotros mismos. Esto lo reforzamos mediante doctrinas que glorifican estas actitudes y demonizan el pensar en uno mismo como una muestra de egoísmo malsano. No digo que ayudar a los demás esté mal, pero pensar en ellos antes que en ti mismo es un reparto de tareas un tanto absurdo e ineficiente. Tenemos un acceso privilegiado a nuestro interior, pero no tenemos acceso al interior de los demás. Creo que resulta más práctico ocuparse primero del desarrollo pleno de uno mismo y luego pasar a ocuparse de ayudar a los demás, cuando tengas de sobra y puedas repartirlo, y cuando puedas dar buenos consejos que primero hayas comprobado en tus propias carnes. La necesidad y la dependencia no son cuestiones de todo o nada, sino cuestiones de grado, no podemos librarnos del todo de ellas, pero sí reducirlas en la mayor medida posible. Esto no solo nos beneficia a nosotros, sino también a los demás, que tienen menos problemas de los que ocuparse además de los suyos propios.
Parece que al ser humano le viene grande su propia humanidad. A veces pasamos más tiempo tratando de escapar de nosotros mismos que de acercarnos y conocernos mejor. El no saber qué hacer con tu tiempo cuando estás solo es una muestra de incapacidad que debería preocuparte y motivarte para ponerle remedio. Conocerse y desarrollarse plenamente a uno mismo es una tarea titánica, prácticamente nadie puede enseñarte completamente a hacerlo porque probablemente existan muy pocas personas que lo hayan hecho realmente, pero resulta esencial para cambiar la sociedad en el sentido en que la mayoría queremos hacerlo. Seguir confiando en que puedes cambiar el funcionamiento del mundo cambiando simplemente las reglas o nuestro entorno es una quimera que solo sirve para engañarnos a nosotros mismos y para vivir más cómodamente pero también de una manera más pobre. El cambio se debe producir desde nuestro interior hacia el exterior, y no al revés. Espero que esto último no sea también una quimera, porque de lo contrario estamos apañados.