Spanish bombs yo te quiero infinito
Esta semana el Gobierno Español ha dado marcha atrás en la decisión de suspender la venta de 400 bombas de precisión a Arabia Saudí, según un contrato del anterior Gobierno que data del año 2015, año en el que comenzó una intervención armada de una coalición de países árabes en Yemen, a petición del propio Yemen debido a una rebelión interna.
El caso es que Arabia Saudí, además de ser un país envuelto en un conflicto armado en el que, oh sorpresa, mueren civiles, tiene una legislación que viola prácticamente todos los derechos humanos, y probablemente alguno que todavía ni se nos ha ocurrido.
No, no nos gustan esos chicos malos de Arabia Saudí, ni sus costumbres, ni sus creencias ni sus leyes; pero hay algo que si nos gusta de ellos: su dinero y su petróleo, y tienen mucho de las dos cosas. A pesar de lo que dicen algunos, el dinero ni es limpio ni es sucio, simplemente circula. Hoy sale limpio y puro de la casa de la moneda, mañana una dulce ancianita lo usa para hacer la compra, luego el tendero pilla un gramo de coca con ese dinero, que acaba en manos de un narcotraficante colombiano, que a su vez lo usa para echar gasolina, devolviéndolo de nuevo al mundo de la gente honrada.
Como, en general, los gobiernos no se caracterizan precisamente por su transparencia, no queda más remedio que hacer un ejercicio de imaginación para hacerse una idea de cómo se desarrolla este asunto. Siguiendo una larga tradición, el nuevo Gobierno evalúa las decisiones del Gobierno anterior para tumbar todas aquellas que no le cause problemas tumbar. Esto de las bombas es un tema peliagudo, ya que supuestamente este Gobierno, de izquierdas, es mucho más ético que el anterior de derechas; pero, hete aquí, que ha firmado una venta de cazas y corbetas con Arabia Saudí, que sabe que se irá al garete junto con las bombas en caso de suspender el contrato, pues los políticos, amigos míos, son bastante más listos de lo que pretenden hacernos creer. Hace poco, un simple tuit de Canadá le costó la expulsión de su embajador y la suspensión de las relaciones bilaterales. A nosotros, que debemos ser un país mucho menos problemático, se han limitado a advertirnos seriamente.
Pero no pasa nada, porque saben que peligran muchos puestos de trabajo en los astilleros de Navantia, encargados de fabricar las corbetas, y habrá movilizaciones exigiendo al gobierno que se retracte, como de hecho ha sucedido. Es más, el alcalde de Cádiz, dónde están los astilleros, de Podemos, un partido más ético todavía, si cabe, que el PSOE, ha conseguido hacer un ejercicio de malabarismo político apoyando la fabricación de las corbetas, mediante el apoyo a los trabajadores, a la vez que la rechaza, atacando al gobierno por realizar contratos de barcos de guerra en lugar de barcos civiles. Seguramente la mayoría de nosotros admite sin problemas este razonamiento, ya que se puede defender tanto desde una postura pragmática como desde una postura ética.
Ya solo queda cerrar el círculo para, después de escuchar al pueblo, en un ejercicio ejemplar de democracia, retractarse de la decisión tomada, que realmente sólo era un estudio del caso, y dar vía libre a la venta de las bombas que, además, no serán vendidas por una de esas malignas empresas de fabricación de armas, sino por el propio ejército, que es el que las compró, probablemente a una de estas empresas, y que, por algún motivo, ha decidido que ya no las necesita.
El ministro Borrell ha solicitado al Gobierno Saudí garantías de que estas armas no se van a utilizar contra población civil; los árabes son personas muy religiosas, por lo que entre sus defectos no se cuenta el de mentir, así que no se las han dado (¿cómo vas a saber quién hay debajo cuando tiras una bomba?). Pero aun así nos tranquiliza: como las bombas son de precisión láser, es muy poco probable que causen víctimas colaterales, ya que, como todos sabemos, los objetivos militares se encuentran siempre muy alejados de zonas habitadas.
Esto, por supuesto, es todo un ejercicio hipotético, pues no creo que ni el mismísimo presidente tenga “la foto completa” de todo este asunto. Pero es lo que los economistas llaman un modelo “como si”, ya que, fijándonos en los resultados, es como si las cosas hubieran sucedido así. Y siendo tan éticos y tan defensores de los derechos humanos como somos, esto no debería suceder nunca.
En cualquier caso, esto no es una crítica exclusiva al Gobierno, sino al conjunto de la sociedad, ya que en estos asuntos participamos todos, como hemos visto, y como corresponde a un sistema democrático. Pretendemos basar la sociedad en principios éticos universales y superiores, porque queda muy bien; pero a la hora de la verdad nos importan, y mucho, las cuestiones prácticas que afectan a nuestra vida y a nuestros intereses, algo que choca muchas veces con esos principios. Las contradicciones surgen de un uso incorrecto de la lógica por nuestra parte, no se dan en la Naturaleza, por lo que, cuando aparecen, lo que se requiere es revisar los principios para ajustarlos a la realidad.
El relativismo ético es inevitable. No puede haber una ética universal sencillamente porque sería necesario que todo el mundo pudiera hablar de este tema con todas las demás personas, para evitar el efecto mariposa que se produce cuando, en dos lugares alejados, la gente empieza a interpretar las cosas de una forma ligeramente diferente. Ya hemos intentado que proceda de Dios y tampoco funciona. Pero es que, ni siquiera dentro de un mismo código ético podemos evitar el relativismo; tomemos, por ejemplo, declaración de los derechos humanos. Estos derechos son universales, porque se aplican a todas las personas, pero también a todas las situaciones en las que alguien puede salir bastante perjudicado. No existe una jerarquía entre todos estos derechos, por lo que, cuando entran en conflicto dos de ellos, debemos decidir cual se lleva el gato al agua, y no siempre es el mismo. También la aplicación estricta de muchos de ellos genera problemas que pueden agravarse hasta imposibilitar el ejercicio de otros.
Tenemos derecho a la libertad y a la seguridad, por lo que podemos mantener a un asesino irredento en la cárcel de forma indefinida para proteger al resto de la sociedad, o debemos liberarlo en algún momento para garantizar su derecho a la libertad. Tenemos derecho a la vida y al trabajo, por lo que podemos impedir actividades ilegales que perjudican los negocios de personas honradas, o hacer la vista gorda para que también puedan comer los más necesitados, siempre que no cometan infracciones demasiado graves. Podemos contemporizar con esto acudiendo a otros conceptos supuestamente superiores, como el de justicia, pero que en el fondo son tan relativos como la propia ética, por mucho que nos empeñemos en negarlo.
Pero todo esto causa beneficiados y perjudicados; y no solo en el momento actual, sino que hace temer a muchas personas graves problemas futuros que, independientemente de que vayan a hacerse realidad o no, algo que no podemos saber, tienen gran influencia en la toma de las decisiones políticas presentes. Esto es especialmente problemático en las sociedades democráticas, en las que todo el mundo tiene derecho a participar en la toma de decisiones aunque solo sea mediante un mecanismo tan insulso como el voto o, peor aún, las movilizaciones sociales. Tomemos, por ejemplo, el caso de la inmigración irregular, el cambio climático y la superpoblación. El calentamiento global afectará en este siglo a muchos países, suponemos que sobre todo a partir de 2050, castigando en especial a amplias zonas del continente africano. A su vez, la combinación de la reducción de la mortalidad en ese continente, unido a sus tradiciones que favorecen una alta natalidad, hace prever que en 2050 la población de ese continente habrá aumentado hasta más de 2000 millones de personas. Conociendo cómo funciona el mundo, esto seguramente traerá consigo grandes guerras para luchar por los recursos cada vez más escasos y un éxodo masivo de personas, principalmente hacia Europa.
Actualmente ya existe un conflicto generalizado en Europa alrededor de este tipo de inmigración. Aunque todavía no hay un número excesivamente significativo de inmigrantes irregulares, que solo vienen huyendo de la miseria, el goteo anual de miles de inmigrantes, unido a la inacción de las autoridades, debida precisamente a un dilema ético aparentemente irresoluble, produce un rechazo cada vez más extendido en amplios sectores de la población autóctona por motivos que todos conocemos y que no hacen al caso. Esto normalmente no sería un problema, y se resolvería de la manera habitual: no haciéndoles ni puñetero caso. Pero hete aquí que están creciendo como setas por toda Europa movimientos populistas de extrema derecha que se van haciendo con una base cada vez más amplia de votantes descontentos, a los que se les promete pan, trabajo y una actuación firme contra estos invasores.
Jarcha describía en su canción Libertad sin ira al pueblo español como “gente que tan solo desea su pan, su hembra”, y lo cierto es que hay mucha gente así repartida por el mundo. Mientras haya prosperidad y sus costumbres no corran peligro, puedes tener la ética que te salga de las narices. Los ultras tienen amplia experiencia en utilizar esto; además, cuentan con la ventaja de que a ellos la ética se la refanfinfla y, además, no tienen reparos en utilizar la violencia. Pretender oponerles una democracia vestida con un traje de felpa de Piolín no es la mejor idea. A principios del pasado siglo, se instauraron varias dictaduras en Europa que hicieron peligrar la hegemonía de las democracias liberales de entonces. En España hizo falta una guerra civil, pero en países más civilizados, como Alemania o Italia, los nazis y los fascistas vencieron a la democracia en su propio terreno; solo hizo falta una crisis y ¡voilà!, el número suficiente de votantes pasó de apoyar la democracia a apoyar el totalitarismo. Puede alegarse ignorancia, si es que un pueblo que pretende ser democrático puede permitírsela, pero el caso es que el libro Mi lucha, dónde se explican con pelos y señales los futuros planes de Hitler, se publicó en 1925, mientras que los nazis subieron al poder en 1933. Las democracias sólo consiguieron volver a imponerse mediante una guerra mundial, provocada por el mismo Hitler, al que esas mismas democracias dejaron hacer a su antojo con su proverbial política de no hacer nada y a ver si escampa.
Los dilemas éticos pueden resolverse simplemente poniendo la ética en un lugar menos predominante, que permita una mayor libertad de acción para poder tomar decisiones políticas valientes y eficaces, pero con unos límites razonables fijados por esa misma ética. Podemos, por ejemplo, imponer la prisión permanente revisable a un criminal impenitente, pero no torturarlo y maltratarlo. Si lo soltamos y vuelve a cometer un crimen, se nos puede llenar la boca de derechos y justicia, pero estaremos dando argumentos a los ultras para que se lleven a los indignados a su terreno, alegando que el sistema es débil y solo favorece a los peores. Y tendrán su parte de razón.
Trobo molt raonat el teu article tenint present el context mundial actual. Una urgènciaa bàsica és imprescindible però dificilíssima d'assolir, la conscienciació bàsica sobre la dignitat de la persona i el respecte de l'ésser humá al món orgànic i inorgànic, tenint present que tenir-ne el domini no vol dir malversar-lo, ans el contrari i ser-ne responsable no vol dir estar autoritzat a fer -ne el que es vulgui sinó un tractament racional. La feina és molta i el temps sens tira a sobre.