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viernes, 16 de noviembre de 2018

Transferir la mente a un ordenador

El ser humano siempre ha estado obsesionado con escapar de la muerte y vivir eternamente; creemos en la inmortalidad del alma, buscamos la fuente de la eterna juventud y, más recientemente, esperamos utilizar los avances en genética para, al menos, lograr rejuvenecer el cuerpo impidiendo o incluso revirtiendo el envejecimiento y la muerte celular. Pero quizás una de las ideas más descabelladas que se nos ha ocurrido para lograrlo sea la de transferir nuestra mente a un sistema informático.

La primera vez que leí algo sobre este tema fue en una novela de ciencia ficción, Los anales de los Heechee, de la saga Pórtico, de Frederik Pohl, escrita a finales de los años 70 del pasado siglo. En ella, los avances tecnológicos permiten pasar la mente del protagonista a un sistema informático muy parecido a nuestra internet de hoy en día, lo que le permite sortear la muerte y la enfermedad y moverse de manera instantánea por todos los lugares de la Tierra para ocuparse de sus negocios.

Esta idea está actualmente muy de moda, y existen algunos millonarios que están financiando proyectos de investigación para alcanzar este objetivo en los próximos años, al menos, según ellos esperan, como el magnate ruso Dimitry Itskov. Por su parte, los científicos están trabajando en proyectos que pretenden simular el funcionamiento del cerebro humano usando supercomputadoras, como BRAIN en Estados Unidos, o HUMAN BRAIN en Europa, aunque con objetivos algo menos visionarios y ambiciosos, pues pretenden utilizar estas simulaciones para comprender mejor el funcionamiento de nuestro cerebro de cara a la investigación médica.

Lo de pasar nuestra mente, con todos nuestros conocimientos, recuerdos y sentimientos, a un ordenador o a un robot es muy fácil de decir, aunque, como diría Werner Heisenberg, “solo faltan los detalles técnicos”; ya existe una rama de visionarios de la consciencia artificial que predice que se podrán construir máquinas pensantes que tengan sentimientos y cuya inteligencia supere incluso a la nuestra. Pero el primer problema que se nos presenta, suponiendo, lo cual es mucho suponer, que dispongamos de la tecnología necesaria para recrear la inteligencia humana en un sistema informático, es que, en ese momento, tendremos dos copias idénticas de uno mismo. Tú no vas a dejar de ser tú porque exista una copia de ti, continuarás pensando y sintiendo como siempre, y no serás consciente de lo que esté pensando y sintiendo la máquina; la consciencia no es algo que se pueda extraer y separar del cuerpo, pues no se trata de algo material. Es algo parecido a la transmisión del conocimiento: a nadie se le olvida la tabla de multiplicar sólo porque se la enseñe a otra persona; lo que obtienes al final son dos personas que conocen la misma tabla de multiplicar. Al final, seguirás siendo igual de mortal que antes, solo que ahora tendrás un robot que se sentirá tan propietario de tus cosas como te sientes tú, lo que probablemente te traiga más de un quebradero de cabeza; lo de mandarlo a trabajar en tu lugar, que supongo que es lo primero que se nos ocurre a todos, tampoco es una buena idea, pues se querrá quedar también con el sueldo, aparte de que no se trata de un esclavo cibernético, sino de algo que piensa y se comporta de forma idéntica a ti, así que seguramente tendrá tus mismas ideas acerca de recibir y obedecer órdenes.

Por otra parte, al igual que sucede con los gemelos idénticos, desde el primer momento tus experiencias y las de tu copia robotizada serán diferentes, por lo que, de un modo u otro, acabaréis constituyendo dos seres bastante distintos. Obviamente, podemos solventar estos problemillas anestesiándote para realizar la transferencia y, en lugar de despertarte al terminar, practicarte la eutanasia, para que solo quede una copia de ti al final, pero desde luego no seré yo el que se preste a semejante experimento.

Así pues, la idea de transferir sin más nuestra mente a un sistema externo para continuar pensando y sintiendo en un nuevo cuerpo parece que no lleva a ningún lado. Pero esta no tiene por qué ser la única forma posible de cambiar nuestro cuerpo mortal y corruptible por uno cibernético y eterno (al menos, tan eterno como lo puedan ser las fuentes de energía y la propia Tierra o, más concretamente, el Sol, que sabemos que no lo es) Podemos tratar de explorar otras opciones.

¿Es posible transferir nuestra mente a una máquina?
¿Es posible transferir nuestra mente a una máquina?

Existe un experimento filosófico con el siguiente planteamiento: supongamos que tenemos un barco fabricado con tablones y piezas de madera; poco a poco, vamos cambiando una a una cada una de las piezas por otras que sean idénticas a las originales, de manera que el aspecto y el funcionamiento del barco sigan siendo en todo momento los mismos. La cuestión que se plantea es la siguiente: ¿Tenemos siempre el mismo barco o cada vez un barco diferente? ¿En qué momento deja de existir el barco original y pasa a ser por completo otro barco?

Algo parecido a esto sucede continuamente con nuestro cuerpo, e incluso con nuestro cerebro; constantemente están muriendo células y apareciendo otras nuevas por división celular, pero nosotros nos seguimos sintiendo siempre los mismos, aunque al final de nuestra vida las células que componen nuestro organismo sean casi todas otras diferentes a aquellas con las que nacimos.

Pues bien, supongamos ahora que conseguimos construir un dispositivo que funcione exactamente igual que una neurona, de manera que se pueda insertar en una red neuronal humana sin que ésta deje de funcionar de la manera habitual ni pierda ninguna de sus capacidades. Pensamos que nuestros recuerdos no están dentro de las neuronas en sí, sino que se almacenan debido a las conexiones existentes entre unas y otras, por lo que, si la neurona artificial se utiliza para sustituir a una neurona biológica, y se respeta el conexionado que esta última tenía con las restantes, todo en nuestro cerebro permanecerá funcionando exactamente de la misma manera.

De esta forma, resulta sencillo ver que podríamos ir cambiando nuestro cerebro neurona a neurona, de manera que nuestros pensamientos y emociones continuasen perteneciéndonos por completo, solo que iríamos utilizando para generarlos cada vez menos neuronas originales y cada vez más neuronas artificiales. Al final, todo nuestro sistema nervioso sería artificial, pero nosotros seguiríamos siendo los mismos en esencia. En este punto, parece que resulta fácil trasplantar este sistema nervioso a un cuerpo totalmente artificial sin que perdamos nada en el camino, ya que todos sabemos que se pueden realizar trasplantes de órganos internos o miembros como brazos y piernas a otra persona sin que ésta pase a ser otra diferente. Al final tenemos no ya una copia de nosotros mismos, sino una evolución desde un ser biológico a otro cibernético, que deja de ser mortal o, al menos, puede sobrevivir por mucho más tiempo, además de ser mucho más fácil de reparar. Esto, por supuesto, se puede conseguir también utilizando la genética; en lugar de construir neuronas artificiales, podemos utilizar células madre procedentes de nuestro propio organismo para forzarlas a convertirse en neuronas e implantarlas en nuestro propio cerebro en sustitución de las que vayan muriendo de manera natural, lo mismo que podemos hacer con cualquier otra célula de nuestro cuerpo, por lo que no le veo mucha ventaja a utilizar componentes electrónicos en su lugar.

Existe un movimiento, conocido como transhumanismo, que también gira alrededor de ideas similares, aunque algo menos ambiciosas, ya que lo que pretenden es, más que sustituir nuestro cuerpo y mente por otros artificiales, simplemente complementarlos con la tecnología para lograr algo así como súper humanos. Grandes compañías como Google ya están investigando esta posibilidad, que además tiene usos bastante interesantes en medicina, como pueden ser devolver la vista a las personas ciegas o la movilidad a los tetrapléjicos y parapléjicos. Quizás esta sea una idea bastante más plausible que la de volvernos eternos convirtiéndonos en máquinas.

Lo que quizás sí debería ser motivo de reflexión es la cuestión de para qué puede querer uno ser eterno. Creo que gran parte de la gente acabarían bastante aburridos de la vida, posiblemente incluso acabarían suicidándose, y la curiosidad por saber lo que nos depara el futuro puede acabar pasándonos factura. Los que vivimos en este paréntesis de paz por el que atraviesan los países del mundo occidental, tenemos la poco razonable intuición de que esto va a seguir así eternamente, pero la historia creo que nos enseña lo contrario; la guerra y los desastres han acompañado a la humanidad desde siempre, pues somos especialistas en generarlos, y tenemos encima problemas muy graves, como el cambio climático y la superpoblación, que pueden desaconsejar pretender vivir más allá del fin de este siglo, por si acaso.

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