Ciencia, pseudociencia y no-ciencia
Actualmente existe un encendido debate, que casi puede calificarse de guerra abierta, entre la ciencia y la llamada pseudociencia, en la que se incluyen, de manera incorrecta, prácticas y teorías que, a mi modo de ver, estarían mejor clasificadas bajo la denominación de no-ciencia, libres de connotaciones peyorativas.
La cuestión de cuándo considerar algo como científico se conoce como el problema de la demarcación, y es una cuestión filosófica tratada en la rama conocida como epistemología, aunque algunos consideran que la filosofía de la ciencia es una rama filosófica en sí misma. Como en todas las cuestiones de calado, no existe un criterio de demarcación claro y definido que permita siempre distinguir entre lo que es ciencia y lo que no lo es. Quizás una de las propuestas más sencillas, aunque ampliamente discutida, sea el falsacionismo, propuesto por Karl Popper, por ejemplo en su libro Conjeturas y refutaciones. Según este criterio, una teoría se considera científica si existe la posibilidad de refutarla, y se considera que tiene un grado de corroboración mayor cuantos más intentos fallidos de refutación haya sufrido.
En términos prácticos, la ciencia se caracteriza por el llamado método científico, que en realidad consiste en una amplia gama de metodologías y técnicas diferentes. Tampoco existe un consenso universal y definido sobre este método, por lo que no se puede delimitar de manera inequívoca lo que es científico usándolo como criterio. Posiblemente lo más característico de este método sea la realización de experimentos que puedan ser reproducidos por otros, de cara a corroborar hipótesis y construir de esta manera teorías y modelos teóricos de diferentes aspectos del mundo.
Resulta incorrecto pensar en la ciencia como en algo que busca la verdad mediante la demostración, esto es algo más propio del dogmatismo. La ciencia busca más bien el máximo conocimiento objetivo posible sobre la realidad, algo que puede tener un grado de exactitud variable en función de la complejidad del sistema estudiado y del conocimiento previo sobre el mismo. La ciencia también es incremental, va desarrollándose paso a paso, y sujeta siempre a revisión, toda teoría puede ser refutada y sustituida por otra aproximación mejor en cualquier momento.
Pero precisamente por su gran complejidad, la gran cantidad de conocimientos que abarca y la preparación necesaria para una buena comprensión, la ciencia no es precisamente una materia que domine el común de los mortales, incluso muchas personas cultas y formadas tienen una idea insuficiente de la misma. Es en este escenario donde prolifera la pseudociencia, que es un término peyorativo para referirse al intento de utilizar el prestigio de la ciencia mediante un discurso, que solo es científico en apariencia, destinado a engañar por el motivo que sea al prójimo, aprovechándose de su falta de preparación. Algo parecido a lo que sucedía en la antigüedad con los sofistas y la lógica, o los intentos de los escolásticos medievales para usar la lógica para demostrar dogmas religiosos.
La pseudociencia utiliza diferentes técnicas fáciles de reconocer por alguien que tenga una formación científica básica (algo que, en este caso, significa bastante preparación). Por un lado, utiliza términos científicos para adornar el discurso, términos bien conocidos pero cuya comprensión es compleja, sacados normalmente de campos como la mecánica cuántica, la medicina o la bioquímica. Lo normal es que la gente no consuma verdadera ciencia, sino, como mucho, divulgación científica, que se puede considerar como una versión honesta de la pseudociencia, pero que también tiene mucha tendencia a utilizar determinadas metáforas y simplificaciones que pueden ser astutamente simuladas en los trabajos verdaderamente pseudocientíficos.
Otra cuestión ampliamente utilizada es el conocido efecto placebo, un efecto de origen desconocido por el que algunas personas pueden mejorar o incluso sanar completamente mediante la autosugestión. El hecho es que existen innumerables mecanismos mediante los cuales puede producirse este efecto, pero la ciencia, aunque lo ha estudiado ampliamente, no ha encontrado ninguna explicación sobre el mismo, por lo que es dudoso que con la mera intuición se pueda tener más éxito. Tampoco se puede predecir qué personas presentarán este efecto, por lo que científicamente solo se utiliza como método de control en las investigaciones.
Actualmente, con el avance tecnológico en la capacidad de análisis de datos, la cantidad de estudios científicos basados en el uso de la estadística está creciendo de forma exponencial, de manera que se llega a confundir la ciencia con la realización de este tipo de estudios. La prensa contribuye a esto bombardeando continuamente con titulares sensacionalistas del tipo “un nuevo estudio demuestra…”. La pseudociencia aprovecha esta confusión presentando sus propios “estudios” como la demostración de sus postulados. Lo cierto es que, de nuevo, la mayoría de la gente lo único que entiende de un estudio son sus conclusiones, siendo incapaz de juzgar, y mucho menos de validar, su metodología. Los científicos de datos saben que, en cualquier conjunto grande de datos, es posible encontrar correlaciones espurias entre variables. También existe el principio fundamental de que “correlación no implica causalidad”. Repitiendo suficientes veces un muestreo aleatorio siempre se encontrará una en la que se presenten efectos estadísticamente significativos (lo cual no es sinónimo de relevantes). El tamaño y el método de selección de la muestra del estudio es determinante para su validez, y un largo etcétera. Además, la gente normalmente no es capaz de entender estadísticos más allá de una media o un porcentaje, algo que es totalmente insuficiente para entender los resultados de un estudio estadístico. Un estudio no demuestra nada, solo es una herramienta más de investigación. El método científico requiere de innumerables análisis y metaanálisis (estudios sobre varios estudios) realizados y replicados por muchos investigadores, para llegar a alguna conclusión. Los datos y la metodología seguida deben estar publicados junto con el estudio. Un excelente libro para entender todo esto es Mala ciencia, de Ben Goldacre.
Pero la ciencia no explica ni mucho menos todos los aspectos de la realidad, todavía existen muchas cosas que no puede explicar. Por una parte, la investigación científica es muchas veces tremendamente costosa. El dinero invertido no procede de los propios científicos, sino de empresas que esperan obtener un beneficio económico de los resultados de la investigación, o de gobiernos que abordan problemas específicos de alto nivel en materias como la salud, la energía o la defensa, por lo que existe un sesgo claro de selección de lo que se investiga y de lo que no, que no está basado en criterios científicos precisamente. Además, existen sesgos cognitivos a los que los científicos no son inmunes, como se expone en el libro Equivocados, de David H. Freedman, que provocan que los científicos sigan a veces un camino equivocado. Tampoco son inmunes a la ideología, que a veces condiciona a priori el tipo de teorías que un científico está dispuesto a aceptar como válidas, como se expone en algunos capítulos del libro La tabla rasa, de Steven Pinker, eliminando la condición de objetividad y convirtiendo la propia ciencia en algo parecido a la pseudociencia.
No todos los fenómenos que la ciencia no explica o investiga caen dentro del dominio de la pseudociencia. Creo que existe un tercer grupo, este sin connotaciones peyorativas, que podríamos llamar no-ciencia y que también trata de estudiar fenómenos que, al menos, parecen producirse, aunque sin conseguir explicarlos (excluyo de este grupo la metafísica, la espiritualidad y la religión, por considerar que no tratan sobre el mundo material). El anarquismo o dadaísmo epistemológico es una teoría del filósofo Paul Feyerabend, una muestra del cual podemos encontrar en su libro Adiós a la razón. Esta teoría admite como válidas también algunos métodos e ideas no científicas, como por ejemplo ciertas medicinas tradicionales. Una cierta técnica no científica puede arrojar resultados sin que sea posible encontrar una hipótesis de trabajo sobre la que se pueda iniciar una investigación. Por otra parte, la competencia entre científicos y el desprestigio que supone fijarse en este tipo de cuestiones suponen una barrera de hecho para que la ciencia pueda ni siquiera fijarse en ellas.
Considerar que todas lo que no esté basado en la ciencia es deshonesto y deba ser considerado pseudociencia es una actitud arrogante y dogmática impropia de todo científico que se precie de serlo.