Abusos sexuales y violaciones
La violación, junto a sus versiones suavizadas, la agresión y el abuso sexual, siempre me ha parecido uno de los crímenes más execrables de entre todos los que suele cometer el ser humano. Por lo visto, para hablar de violaciones hay que tener la cabeza fría, porque a los que no somos entendidos en derecho, aunque paradójicamente sí su fuente de legitimidad, se nos calienta la sangre y decimos cosas sin meditar que en realidad no pensamos ni sentimos. Como resulta imposible encontrar un periodo de tiempo suficientemente largo, para que me tranquilice y piense racionalmente, en el que no haya alguna noticia de este tipo en los medios, no me queda más remedio que escribir este post exaltado, como miembro del populacho que soy, o callar para siempre.
La violación es una clase de tortura, no un delito sexual. Aunque se puede perpetrar utilizando los órganos sexuales del violador, no es inusual que se utilicen además, o en su lugar, todo tipo de objetos apropiados. En algunos casos, se llegan a utilizar incluso animales vivos, como por ejemplo una rata, según algún testimonio que leí hace años de una de las víctimas del régimen de Pinochet. En la guerra, desde que existen registros históricos, se ha utilizado como arma para humillar y horrorizar al enemigo vencido. Formaba parte del ritual una vez derrotada y tomada una ciudad, como castigo a los habitantes, y era potestad de los mandos de la tropa conceder el permiso a sus soldados para que ejecutasen el cruel castigo. Basta con leer cualquier libro de historia antigua para encontrar cientos de ejemplos, narrados como si fuesen la cosa más habitual del mundo.
En la actualidad, no hemos perdido la costumbre de violar sistemáticamente en las guerras, basta con recordar las guerras de la antigua Yugoslavia, la guerra de Vietnam, o cualquier guerra que esté activa actualmente. También podemos encontrar ejemplos de estas prácticas en cualquier represión no oficial de algún grupo étnico por parte de grupos paramilitares o terroristas, o en los testimonios de las víctimas de cualquiera de las dictaduras del planeta.
Las violaciones suelen cometerse sobre mujeres y niñas, pero también es posible encontrar ejemplos de violaciones sistemáticas contra hombres y niños. Para un hombre también resulta una humillación y una tortura física y psicológica el ser sodomizado. Algunas tribus indígenas sodomizaban a los vencidos en una batalla como muestra de dominio. También se realiza esta práctica en algunas de las guerras actuales, como medio de tortura de los prisioneros. A veces los otros prisioneros son obligados a violar a los recién llegados bajo amenazas de muerte, lo que resulta una crueldad por partida doble, donde todos son violados de alguna manera. Las mujeres, por su parte, son esclavizadas para servir de juguetes sexuales a los guerreros. Definitivamente, la violación es una forma de tortura. Y de las peores.
Todo esto sucede en las guerras y en los regímenes criminales. En nuestras sociedades pacíficas y democráticas, como no hay motivos para torturar a nadie, consideramos que las violaciones son simplemente delitos sexuales. La tortura parece ser patrimonio exclusivo del estado, así que al legislador no se le pasa por la cabeza que un ciudadano de a pie que decide violar a otra persona tenga otra cosa en la cabeza que echar una canita al aire, eso sí, de forma improcedente. Pero hay violaciones y violaciones. Cuando la cosa no es para tanto, es necesario utilizar una figura jurídica diferente, más suave, para que no nos llamen exagerados. Para esto tenemos los llamados abusos y agresiones sexuales, cuyo adjetivo sirve además para recalcar que la violación es un delito puramente sexual.
Hay que señalar que el delito de tortura está penado entre dos y seis años, según la gravedad, mientras que la violación lo está entre seis y doce años, así que, legalmente, la violación es peor que la simple tortura. Las agresiones sexuales implican penas de entre uno y cinco años, mientras que el abuso puede llegar a implicar entre uno y tres años de prisión. La ley necesita tipificar los delitos y asociar los tipos a las penas correspondientes, según el sistema clásico de proporcionalidad entre delitos y castigos. En un mismo acto delictivo se pueden acumular además de esta manera varios de estos tipos, como por ejemplo violación y tortura. En este punto quizás lo más criticable sea la denominación utilizada, por las connotaciones que tiene. Personalmente considero que, entre humanos, solo se puede hablar de relaciones sexuales si estas son consentidas. Es cierto que los animales no se andan con estas florituras y también tienen relaciones sexuales, pero nosotros tenemos algo que ellos no tienen, la razón consciente y la capacidad de dominar nuestras pulsiones animales. Consideramos que robar y trabajar son dos cosas diferentes, no que el robo sea un caso excepcional o extremo de trabajo. Un robo no es un abuso laboral, tampoco es un delito económico, por lo que no veo motivos para llamar a un frotamiento de cebolleta en el autobús un abuso sexual, ya que el sexo está simplemente en la mente de la parte agresora, más que sexo, abreviación de “relación sexual”, es onanismo. Para algunas cosas somos muy mirados con el lenguaje que empleamos, para otras, parece que no tanto.
Siguiendo con los paralelismos, una de las fronteras para subir el tipo delictivo está en el uso de la violencia y la intimidación. No es lo mismo un robo al descuido que un atraco a mano armada. De hecho, existen tipos diferentes para actos de este tipo, como hurto, robo o atraco. En estos casos las víctimas cuentan con una ventaja sobre las víctimas de violaciones: no necesitan demostrar que ofrecieron resistencia a los delincuentes. Más aún, la policía desaconseja sabiamente ofrecer resistencia; es mejor perder algo de dinero que la vida. Pero una cosa es perder bienes materiales, que pueden ser incluso recuperados posteriormente, y otra muy diferente es perder la virtud, que además es irrecuperable. La virtud es incluso más valiosa que la propia vida. No podemos preguntar a alguien asesinado si ofreció resistencia, pero no tengo constancia de que en un intento de asesinato se trate de averiguar si la víctima opuso resistencia, no vaya a ser que se trate de un masoquista y el tío haya disfrutado y todo. Esto denota una característica del derecho, para mí bastante negativa, que es su alta afección a la tradición, como buena materia “de letras” que es. También indica que las personas que se encargan de elaborar y redactar las leyes, el así llamado “El Legislador”, quizás no sean las más indicadas para esta labor; pero ¿cómo elegirlas bien, si nosotros no tenemos ni idea de cómo deben ser las leyes para que sean justas, llevados y traídos por nuestras pasiones? A lo mejor tampoco es tan buena idea que los elijamos nosotros a ellos.
El afán por averiguar quién es la víctima y quién el agresor en estos casos se debe también a la tradicional perfidia que se ha achacado siempre a las mujeres. En los casos de violación de un hombre por otro u otros hombres, supongo que se trata de comprobar si la víctima es o no un pervertido, y en el caso de un hombre por una mujer, si el tío no se estará burlando de los jueces. Suponemos que hay mujeres malas que seducen a los hombres y luego los denuncian por violación, o muchachas casquivanas que van por ahí provocando a pobres muchachos que todavía no han aprendido a controlar sus impulsos, o que, animados por la jarana y el alcohol, confunden las señales, como nos pasa a todos cuando bebemos, y cometen inocentemente actos que desde su punto de vista son totalmente naturales y consentidos (es curioso, porque desde hace algún tiempo esto es un agravante si estás conduciendo, pero parece que la ley es como los impuestos, no podemos pretender que siempre sea lógica y coherente.)
El caso es que hay que andarse con mucho cuidado en estos temas a la hora de encontrar al verdadero culpable. Rompiendo una lanza en favor del sistema, todos los hechos denunciados deben ser investigados y probados. Un tipo de denuncia no puede tener más credibilidad que otro, siempre que los hechos denunciados sean posibles. Quizás sea que la justicia no está preparada para tratar hechos de este tipo de manera que ninguna de las partes se sienta maltratada, de la misma manera que no parece preparada para la eventualidad de tener que liberar, por imperativo legal, a personas peligrosas, incluso altamente peligrosas. No olvidemos que la ley nunca juzga a los culpables, solo les condena. Muchos de los abusos que vemos en el derecho se producen precisamente a cuenta de medidas pensadas para evitar otros abusos. Algo no estamos haciendo bien cuando nos limitamos a mover los abusos de sitio.
Confiar en la justicia en casos como este es una actitud pasiva y claramente insuficiente. El rechazo social a los actos de este tipo debe quedar patente, pues es la base principal usada para valorar la gravedad de los mismos, aunque esto puede ser un arma de doble filo, pues demasiado rechazo por lo visto indica que nos estamos pasando y produce una especie de efecto rebote. Las medidas preventivas son ineficaces, porque la educación solo sirve para convencer a los ya convencidos, o como mucho para evitar los comportamientos menos problemáticos en algunas personas, ni siquiera en todas. La detección e intervención de las personas más problemáticas antes de que cometan los delitos es anatema, un atentado contra personas inocentes, aunque seguramente abocadas a sufrir un destino mucho peor, además de a hacer sufrir a sus futuras víctimas. Medidas preventivas ante hechos consumados, como la prisión permanente revisable, están siempre cuestionadas y se aplican de manera anecdótica. La justicia, el estado, es reactiva. Las medidas preventivas más eficaces solo pueden estar en manos de cada uno de los ciudadanos. De la misma manera que protegemos nuestros bienes materiales mediante mecanismos antirrobo, las personas que estamos en condición de hacerlo deberíamos plantearnos el aprender técnicas de defensa personal para hacer que la sociedad sea más segura ante las agresiones, al poner más difícil a los agresores la elección segura de sus posibles víctimas, de la misma manera que aprender primeros auxilios podría hacer más segura la sociedad ante los accidentes. No se trata de ir por ahí pegándole a nadie, simplemente de que, cuando a alguien se le pase por la cabeza agredirnos, que se sienta obligado a preguntarse si realmente le conviene materializar la amenaza.