El conocimiento no basta para ser buena persona
El título de este artículo puede parecer una perogrullada, pero existe un sector de profesionales de la educación que insiste en que el sistema educativo tiene que centrarse en la instrucción y no en la educación de las emociones de cara a conseguir ciudadanos libres y críticos, capaces de luchar contra la injusticia y cambiar la sociedad para conseguir un mundo mejor.
Esta postura se defiende fervientemente en libros como Escuela o barbarie, de Carlos Fernández Liria, Contra la nueva educación y La sociedad gaseosa, de Alberto Royo, La tarima vacía de Javier Orrico, o Panfleto antipedagógico y La conjura de los ignorantes de Ricardo Moreno Castillo.
En el bando de la educación emocional podemos encontrar libros como Objetivo: Generar talento, de Jose Antonio Marina, La nueva educación o Las escuelas que cambian el mundo, de Cesar Bona, La familia, la primera escuela de las emociones, de Mar Romera, o Reduvolution, de María Acaso.
Para comprobar que la instrucción no es suficiente para formar buenas personas, basta con acudir a ejemplos como el ingeniero Alfred Rosenberg, uno de los principales ideólogos y jerarcas del partido nazi, el médico y doctor en antropología Josef Mengele, autor de atroces experimentos con prisioneros judíos en la segunda guerra mundial, o Joseph Goebbels, doctor en investigación y ministro de propaganda del tercer Reich, aunque la lista puede ser bastante más larga si le dedicamos algún tiempo. Es evidente que Rosenberg y Goebbels eran ciudadanos críticos con el sistema, tanto, que se cargaron la democracia en Alemania, junto con su líder Adolf Hitler, para montar uno de los regímenes más crueles y abyectos de la historia reciente de la humanidad, junto con el de otro ciudadano crítico con el sistema y con las injusticias sociales, Iósif Stalin, que también contaba con colaboradores en el mundo de la ciencia y los estudios superiores. Curiosamente, ni Hitler ni Stalin tenían una educación lo que se dice brillante.
En el terreno emocional, también podemos encontrar ejemplos de grandes y pequeños hijos de puta de la historia (si no nos basta con Hitler y Stalin, personajes altamente emocionales). Podemos intentar desechar estos ejemplos de un plumazo diciendo que son casos excepcionales y aislados, pero el gran número de seguidores y colaboradores que cosecharon parece indicar lo contrario, muchos de ellos instruidos o altamente emocionales.
Obviamente, ninguno delos profesores y no tan profesores antes citados tiene en mente esta clase de energúmenos cuando hablan de educación, sino más bien todo lo contrario. Tampoco se trata de dos bandos claramente diferenciados, sino que entre ellos existen fronteras difusas y disienten más bien en cuanto a metodologías, objetivos y prioridades.
Encuentro que todos ellos pecan de un excesivo idealismo en cuanto a sus planteamientos. El ser humano es un maestro de la utopía. La realidad se nos antoja excesivamente complicada y la Naturaleza es demasiado impredecible, así que nos dedicamos a crear modelos teóricos simplificados de la misma, repletos de ideas aparentemente brillantes y de bonitas palabras, cuya implementación se empeña una y otra vez en no funcionar tan estupendamente como la teníamos planeada. Por supuesto, siempre podemos echarle la culpa a los demás, como en la mítica frase de los malos jugadores de fútbol, “si es que me dejáis solo”.
Los modelos simplificados de la realidad funcionan muy bien cuando estudiamos el mundo de lo inanimado. La física está llena de ellos, como las célebres leyes del movimiento de Newton. Aunque la Naturaleza presenta una gran complejidad, ésta se consigue a base de leyes bastante sencillas actuando sobre conjuntos grandes de elementos que interactúan entre sí. Pero la cosa se complica enormemente cuando lo que estudiamos es el propio ser humano y las sociedades que forma.
El problema de estudiarnos a nosotros mismos es que nos falta un punto de vista que trascienda la naturaleza humana. Podemos estudiar el comportamiento de los animales porque suelen ser una especie de versión simplificada de nosotros mismos, pero la alta complejidad de nuestro pensamiento y el comportamiento resultante parece requerir del mismo modo de algún ser superior que pueda tener el mismo tipo de perspectiva sobre nosotros. No basta con conseguir que algunos seres humanos se especialicen en toda clase de disciplinas, porque, por un lado, no dejan de ser por eso personas como las demás y, por el otro, para que un experto te sea realmente útil, primero tienes que entenderle.
Dicho todo esto, la conclusión que suelo sacar al leer todos estos libros sobre educación, además de seguir blogs de todos los colores sobre el tema, leerme todas las farragosas leyes educativas y empaparme de la metodología estadística de pruebas estandarizadas como PISA, es que todos están a la vez en lo cierto y equivocados. Los seres humanos nos empeñamos en formar partidos diferenciados que se quedan cada uno con una parte del problema y rechazan ardorosamente las posiciones de los contrarios en una especie de lucha fratricida (en este caso, afortunadamente, solo en el plano intelectual) siguiendo la absurda lógica de la película Los inmortales de “solo puede quedar uno”. Quizás es que la complejidad de la realidad nos supera hasta tal punto que no podemos abarcar más que una pequeña porción de los planteamientos del problema, o quizás es que nos gusta pelearnos entre nosotros más incluso que la resolución de asuntos importantes.
Como trato de no ser un ingenuo, no voy a decir que lo que habría que hacer es unirnos todos para aportar cada uno nuestra visión particular y así conseguir una sinergia que nos lleve a superar las carencias de cada una delas posturas para conseguir al fin avanzar en la buena dirección. Probablemente lo que pasaría si hiciésemos eso es que acabaríamos peleándonos todavía más debido a la cercanía y el problema solamente se agravaría.
Como soy individualista a ultranza, aunque un individualista social, lo que propongo, y soy consciente de que también es utópico, es una reacción a esta situación a nivel individual, más que de los expertos, de los que no lo somos tanto. La mejor forma de apoyar a un experto en su trabajo es convertirse en alguien capaz de entenderle. La educación es un proceso integral que debería buscar el desarrollo de todas las facetas del ser humano de manera armoniosa y equilibrada, de manera que tenga tantos recursos que le sobren para ser autónomo y a la vez beneficioso para los demás, lo que se llama vulgarmente “ir sobrao”. Para poder colaborar con el sistema educativo, por tanto, debemos estar educados. Y esto solo se puede conseguir mediante el crecimiento personal en todos los aspectos. Debemos educar nuestras emociones, pero también nuestro conocimiento sobre el mundo y sobre nosotros mismos, además de nuestra razón, que nos permite armonizar el resto de cualidades, a la vez que se nutre de ellas. Nunca conseguiremos el conocimiento suficiente, tanto teórico como práctico, ni gestionaremos nuestras emociones a la perfección, por lo que nunca hay que considerar que ya hemos terminado.
Ser una buena persona no es simplemente convertirse en una especie de estatuilla de salón que representa todas las virtudes abstractas o un conocimiento místico. Tampoco es algo que pueda definirse, porque probablemente hay tantas versiones del concepto como seres humanos, por lo que creo que debemos conformarnos con ser ciudadanos útiles y capaces de relacionarnos con los demás de manera amistosa, además de llevarnos bien con nosotros mismos. Para que el sistema educativo funciones, no basta con cambiar las reglas, hay que cambiar también la sociedad en la que éstas van a funcionar, y esto solo se consigue cambiando primero nosotros mismos. Esperar que sea una nueva generación la que cambie las cosas gracias a lo que le enseñemos los que no sabemos hacerlo es como esperar al mesías, o a Godot, que para el caso es lo mismo.