Pensamiento mágico y simbolismo
Los animales se expresan y se comunican entre ellos principalmente mediante olores, sonidos, posturas y gestos que emiten o realizan con su propio cuerpo; existen escasísimos ejemplos de animales que utilicen algún tipo de objeto o planta como herramienta o simplemente adorno. En nuestra especie, sin embargo, se ha producido una explosión en la capacidad intelectual que viene necesariamente acompañada del uso y creación intensivos de objetos y representaciones que nos permitan expresar la infinidad de ideas que somos capaces de generar.
No está nada claro, y supongo que es imposible averiguarlo, cómo comenzaron nuestros ancestros a necesitar, y a ser capaces de idear y elaborar, los primeros objetos artificiales, puesto que las ideas y emociones son inmateriales y no se conservan de ninguna manera. Podemos hacer suposiciones a partir de los objetos y dibujos más antiguos que encontremos, pero de lo anterior no tenemos referencia alguna. Los utensilios más antiguos encontrados tienen algo más de dos millones de años de antigüedad, por lo que están producidos por antepasados que no pertenecían a nuestra especie, y son simples herramientas, piedras torpemente talladas para conseguir una punta o un filo; esto hace pensar que los primeros impulsos que generó el aumento de la inteligencia fueron meramente utilitarios, simplemente para satisfacer las necesidades físicas.
Esto no parece que cambiara mucho hasta más tarde de la aparición de nuestra especie, el homo sapiens, hace unos 300.000 años. No podemos saber cuándo se empezó a utilizar el lenguaje hablado, la herramienta de comunicación por excelencia, porque al ser inmaterial no deja huella, y hasta hace al menos 30.000 años no hay existía nada que recordase ni lejanamente a la escritura, pero quizás la lenta evolución de la tecnología signifique también una evolución igual de lenta en la capacidad de generar y expresar ideas abstractas. La cuestión es que los primeros objetos y representaciones sin utilidad técnica propiamente dicha aparecen más o menos a partir de ese momento; existen indicios de ritos funerarios también de hace unos 300.000 años, conchas y otros objetos utilizados como adornos y pinturas rupestres de hace hasta unos 100.000 años, figuras humanas o animales talladas de hace 50.000 años, y realizadas en barro de hace unos 30.000. Hace algo menos de 10.000 años, en el periodo que llamamos Neolítico, se produjo una explosión de innovaciones que dio lugar al crecimiento exponencial definitivo de nuestra especie, con la aparición de la agricultura y la ganadería, la mejora de las técnicas de fabricación de herramientas de piedra, la alfarería, el trenzado de fibras o la construcción de poblados, y de ahí hasta nuestros días.
Por lo tanto, además de seguir una línea de mejora constante de nuestra capacidad tecnológica, parece que nuestra mente ha generado también, una vez que ha llegado a un determinado grado de sofisticación, la capacidad de trabajar con la imaginación para elaborar nuevos conceptos y artefactos cuyo uso no se considera que tenga una finalidad práctica. El arte, las religiones y muchos conceptos políticos, junto con sus objetos asociados son ejemplos de ello.
Todo este desarrollo intelectual se debe a una alta capacidad de comunicación que se ha ido desarrollando poco a poco. Muchas mentes pensando sobre la misma cosa se complementan unas a otras, y el intercambio de esas ideas da lugar a su vez a ideas nuevas. Da lo mismo que se aplique a una nueva forma de trabajar los metales o a un nuevo ritual religioso, el sistema viene a ser esencialmente el mismo. Posiblemente este aumento creciente de nuestras capacidades se haya realimentado a sí mismo: cuanto más somos capaces de conseguir, más nos animamos para conseguir todavía algo más. El aumento de la capacidad de manipular y construir objetos a partir de materiales existentes requiere a su vez del aumento del conocimiento sobre esos mismos materiales. Si nuestra estirpe se ha centrado en primer lugar en la construcción de herramientas para fines prácticos, la necesidad de conocimiento se habrá centrado por lo tanto originariamente en aquellos aspectos de la Naturaleza que podemos percibir y manipular.
Pero la Naturaleza no es precisamente simple, como ahora sabemos perfectamente, algo que habrá causado a nuestros ancestros muchas perplejidades y preguntas sin resolver. La duda no es precisamente algo que nos ayude a avanzar, por lo que muchas veces si no conseguimos una explicación para algo que creemos necesario explicar, sencillamente nos la inventamos. Al ser la Naturaleza un sistema tan complejo con tantos subsistemas interconectados, encontrar correlaciones y causalidades espurias resulta muy sencillo, y se ve amplificado además por nuestros sesgos cognitivos naturales (basta pensar en ideas como la de que, si amenaza lluvia, podemos evitar que llueva saliendo de casa con paraguas).
Todo ello, ha facilitado el desarrollo del pensamiento mágico, basado en explicaciones sobrenaturales creadas por nuestra imaginación, que se apoya a su vez en una serie de sensaciones y emociones muy poderosas, como son el deseo, la intuición o la creencia. La imaginación no tiene límites, y puede generar infinitos objetos y conceptos, ya que siempre podemos obtener uno nuevo combinando dos cualesquiera de los que ya tenemos, por lo que su crecimiento puede ser exponencial, mucho más rápido que el de las ideas y objetos utilitarios, que deben servir a un fin concreto y que pueden ser sometidos a pruebas empíricas.
El pensamiento mágico permite inventarles infinidad de nuevas propiedades a los objetos: una herradura, además de un objeto útil para proteger los cascos de un caballo, puede ser también un amuleto portador de buena suerte. Al igual que en las cuestiones técnicas puramente prácticas, donde los conceptos abstractos se representan utilizando símbolos, el pensamiento mágico tiene también sus propios símbolos; más aún, permite asimilar los símbolos técnicos y asignarles también propiedades mágicas, como en el caso de la numerología, por ejemplo. Esto le da al pensamiento mágico una potencia y unas posibilidades inmensas, ya que permite explicar cualquier cosa, a la vez que crear nuevas preguntas para continuar creciendo al explicarlas; como no necesita demostrar una utilidad práctica y es suficiente con que satisfaga necesidades emocionales, no necesita sostenerse sobre la razón, que es algo difícil de desarrollar, sino que bastan los sentimientos y los deseos para validarla, algo mucho más sencillo de cultivar, y al alcance de mucha más gente.
La diferencia entre el pensamiento utilitario y el mágico es más pequeña de lo que suele pensarse. Ambos necesitan de la realidad como referencia, ni la razón ni la fantasía pueden existir sin ella, aunque el pensamiento mágico permite apartarse de ella todo lo que deseemos, mientras que el utilitario solo lo hace para generar hipótesis de trabajo. Los dos tipos de pensamiento permiten tener una versión light (la divulgación científico-técnica o las creencias populares) y una versión todo lo elaborada que se pueda (en el caso de la ciencia) o que se quiera (en el caso del pensamiento mágico) y, por supuesto, ambas tienen como finalidad última satisfacer necesidades humanas fundamentales. En última instancia, la sensación de utilidad es también solo eso, una sensación, como la de certeza o la de satisfacción, podemos vivir perfectamente sin muchas de las cosas que consideramos útiles y necesarias.
Por otra parte, se ha tratado sistemáticamente de situar el pensamiento mágico en un plano superior al pensamiento utilitario, intentando, con gran éxito, por cierto, presentarlo como algo que se eleva por sobre las necesidades materiales para satisfacer las espirituales, que por lo visto son superiores. Esto le ha dado una pátina de prestigio a las vertientes de este tipo de pensamiento que se han impuesto en la lucha por la captación de los diferentes segmentos del mercado ideológico (las opciones son ilimitadas, pero el número de personas no, y este tipo de pensamiento vale lo que valen sus seguidores, pues no tiene utilidad práctica, por definición, así que no hay sitio para todas las opciones, nadie quiere ser el único que crea en una cosa determinada). Esto hace unas opciones mejores que otras y por lo tanto les confiere un valor.
Al final, todo lo que obtiene un valor, acaba siendo de utilidad, por lo que acaba inevitablemente en el circuito de lo práctico, volviéndose tan prosaico como cualquier otro tipo de tecnología o herramienta; así que, ya sea por alcanzar un alto valor crematístico (porque se puede convertir en un producto vendible por dinero), un alto valor en términos de salud y bienestar (en el sentido de producir satisfacción o comodidad) o un alto valor político (en el sentido de permitir manipular a un gran número de personas), el pensamiento mágico y el pensamiento práctico acaban circulando por los mismos circuitos, y por muy elevada que sea una idea, si tiene éxito, siempre acaba sirviendo a los intereses particulares de algún individuo o grupo de individuos, haciendo universal el principio Cherchez la face: busca al jeta que se aprovecha.