Falacias: argumento ad hominem
Las falacias son argumentaciones mal construidas desde el punto de vista de la lógica. En una falacia, la verdad o falsedad de la conclusión no tiene nada que ver con los argumentos que se utilizan para apoyarla. A pesar de que son conocidas desde la antigüedad, se siguen utilizando constantemente incluso en los debates más serios, lo cual dice bastante del nivel cultural de los que lo hacen. Seguro que todos conocéis el argumento ad hominem, o ataque personal, una de las más utilizadas desde siempre.
La falacia ad hominem se construye de la siguiente forma: una persona afirma algo y, el oponente, para rebatir ese algo, utiliza como argumento cualquier tipo de descalificación personal contra el afirmante o el grupo al que pertenece. Es perfectamente posible que lo afirmado sea falso, por supuesto, pero los defectos reales o simplemente supuestos del afirmante no tienen nada que ver con esto; la persona más abyecta del mundo puede enunciar el teorema de Pitágoras y este seguirá siendo verdadero de todos modos. Aunque la forma más conocida de esta falacia se presenta en forma de ataque personal, para rebatir una afirmación, también es posible utilizarla en sentido contrario, pretendiendo dar por bueno lo que dice alguien argumentando que esa persona es un dechado de virtudes; no hay que confundir esto con otro tipo de falacia, el argumento ad verecundiam, que se basa en la supuesta autoridad de la persona y no en sus virtudes.
Las redes sociales están plagadas de argumentaciones de este tipo, que normalmente terminan en un bochornoso cruce de insultos mutuos y poco más; pero, hasta en los ambientes más serios, incluso personas a las que se les supone un nivel cultural suficiente como para superar este tipo de discusión infantil, utilizan profusamente este pobre recurso argumental: políticos, tertulianos y, en general, todo tipo de debates entre posturas enfrentadas en las que no resulta nada claro quién tiene razón. Resulta curioso que, frente a uno de estos ataques personales, normalmente se reacciona alegando más o menos que “está muy feo insultar”, en lugar de simplemente poner de manifiesto el mal uso de la lógica por parte del atacante y, por tanto, la baja o nula calidad de su alegato.
Incluso en el mundo de la educación se utiliza este tipo de argumento con bastante profusión, a cuenta del encendido debate entre los partidarios de la llamada nueva educación y los defensores de mantenerse en una línea más tradicional con las reformas que sean pertinentes; aquí los argumentos ad hominem vuelan entre uno y otro bando como vuelan las botellas y las sillas de terraza en las trifulcas entre ultras de los equipos de fútbol rivales. Es muy común, por ejemplo, construir la falacia utilizando primero unas cuantas frases, muchas veces sacadas de contexto, que se consideran, lo sean o no, estupideces o barbaridades; de ahí se deduce que el autor de las mismas es poco más o menos que un memo y, por lo tanto, solo puede decir tonterías y, ya puestos, muchas veces se extiende esto a todo el colectivo al que pertenece. Para el bando más conservador, los pedagogos, por ejemplo, son un colectivo de este tipo; para el bando que pretende ser más progresista, lo son todos aquellos que osen afirmar algo sobre la importancia de la memoria en el aprendizaje. Por supuesto, no todo el mundo que participa en estos debates tiene un perfil tan bajo, pero no es raro encontrar ejemplos, si uno se interesa en el tema y trata de seguir las innumerables publicaciones que pueblan las redes y librerías.
Aunque descalificar al oponente no sirve para demostrar que está diciendo falsedades o simples tonterías, no resulta necesariamente incorrecto hacerlo; no estamos hablando de modales, sino de corrección lógica. Por ejemplo, si no tenemos muy claro que lo que alguien está diciendo sea o no correcto, y sabemos que ese alguien suele mentir con una cierta frecuencia, es perfectamente válido dudar de lo que dice basándose en este hecho, aunque no lo sea afirmar categóricamente que miente; también los intereses personales pueden ser motivo de duda, o la enemistad de la persona con otra o con una determinada causa de la que se está hablando. El escepticismo es una costumbre muy sana, siempre que se base en la pretensión de mejora del conocimiento, y no en la simple pereza intelectual.
En cualquier caso, siempre será preferible utilizar argumentos de peso antes que descalificaciones. Las personas que utilizan falacias con asiduidad pueden ser simplemente unos liantes o manipuladores que buscan convencer de manera simplista a un público al que consideran demasiado ignorante, lo cual de por sí es razón suficiente para aprender a detectarlas y a rechazar esta forma de persuasión, independientemente de la validez de lo que nos estén intentando colar, pues debería ser visto como una falta de respeto. También es algo usual en personas que ven el mundo en blanco y negro, donde todo es o verdadero o falso; el mundo real no funciona así, y existen cuestiones que no son ni lo uno ni lo otro, o que pueden cambiar en función del contexto y las circunstancias. Para alguien que se empeña en perseguir a toda costa la verdad o la falsedad, muchas veces no le queda otro recurso que acudir a subterfugios de este tipo, por no disponer de nada mejor. Como siempre, aumentar nuestro nivel cultural es sin duda la mejor vacuna.