Pensamiento simple y pensamiento complejo
El otro día surgió una discusión en mi clase de inglés acerca de qué era más importante para la humanidad, la ciencia o la literatura. Aunque yo aprecio en gran medida ambas cosas, sostuve que, puestos a valorar la utilidad práctica, la ciencia nos aporta más de cara a la supervivencia, así que preferí ésta, mientras que mi profesor defendía lo contrario, que la literatura alimenta nuestro desarrollo intelectual y espiritual y, por lo tanto, es más importante.
Mi conclusión final fue que esta es una de las típicas cuestiones del tipo “a quién quieres más, ¿a papá o a mamá?”. Se trata de preguntas absurdas en las que se trata de comparar dos cosas que pertenecen a ámbitos totalmente diferentes para establecer una especie de escala lineal de importancia, realizando una simplificación abyecta de la cuestión para obtener artificialmente una solución para un problema irresoluble.
Por supuesto, esto se puede ver como una especie de juego mental que nos obliga a reflexionar sobre las dos cuestiones simplemente para ejercitar nuestra mente y nuestra capacidad de argumentación, sin pretender obtener realmente una conclusión, lo cual es un ejercicio muy saludable, pero en nuestro día a día surgen continuamente cuestiones de este tipo con las que realmente pretendemos zanjar definitivamente una cuestión compleja, como si reflexionar nos diera una pereza tremenda y quisiéramos exorcizar de nuestra mente la mayor cantidad posible de conceptos hasta llegar a un estado en el que ya no hiciera falta pensar, sino simplemente alargar la mano para tomar la solución correcta para cada situación. En política, por ejemplo, se definen formaciones basadas en una ideología cerrada, claramente identificable a base de simplificarla y hacerla lo más antagónica posible a la del resto de formaciones. Después solo queda elegir con cuál te quedas. Ésta será la correcta y el resto de ellas estarán todas más o menos equivocadas. También es muy habitual simplificar cuestiones complejas hasta convertirlas en binarias, con solo dos alternativas contrarias, una de las cuales es la buena y la otra es la mala.
Una explicación simplista de este fenómeno sería decir que esto es debido a la estupidez humana, dando por hecho que ser estúpido es algo que está perfectamente definido y que no necesita ser explicado. En realidad esto viene determinado por una característica de nuestra naturaleza, la forma en la que se comporta nuestro cerebro a la hora de percibir el mundo que nos rodea. Nuestra percepción está basada en la detección de diferencias. Nos llama la atención lo que se mueve o cambia, lo que no está en su lugar habitual. Si metemos la mano en un recipiente con agua helada y a continuación la pasamos un recipiente con agua templada, la notaremos mucho más caliente que si calentamos poco a poco el agua del primer recipiente hasta alcanzar la misma temperatura. Por esta razón, la mente tiende a simplificar y a quedarse con aquello que consideramos más definido o que llama más nuestra atención, olvidándose de las zonas intermedias y más difusas, que la obligan a trabajar más tratando de tomar decisiones. Este proceso tiene como consecuencia un gasto menor de energía y una optimización de la cantidad de información que es necesario almacenar y manejar, algo muy característico de los sistemas naturales en general.
Esto trae consigo una polarización de las ideas que hace que primero tratemos de plantearlo todo como una contraposición de dos extremos contrarios y después nos situemos en uno de estos dos extremos. A esto lo llamamos tener las ideas claras, y consideramos que es la postura “buena”. Las personas que son más reflexivas y se quedan en las zonas intermedias más difusas examinando las cosas con más detalle son llamados indecisos, la postura “mala”. Consideramos que se complican excesivamente la vida y que nosotros somos más listos por haber llegado antes a una conclusión, como si fuera imposible o absurdo mantenerse haciendo equilibrios en esa zona difusa y hubiera que terminar necesariamente en uno de los extremos. Aquí podemos ver actuar dos elementos muy característicos de la naturaleza humana, la pereza (nos libramos lo antes posible del trabajo), y la recompensa (nos sentimos mejores que el prójimo). Esto ha sido aprovechado desde el principio de los tiempos por los más espabilados, que han visto todo un mundo de posibilidades de cara a la manipulación de los que no lo son tanto para conseguir el control sobre algo. Ya en la antigüedad existía la creencia astutamente inducida de que, ante dos partidos contrarios, había que posicionarse a favor de uno de los dos bandos, siendo malos ciudadanos los que se mantenían al margen. La recompensa consistía en haber apoyado al bando vencedor, que siempre repartirá algunas migajas con sus seguidores.
De nuevo, decir que la pereza es un vicio es un planteamiento simplista. Simplemente le asignamos una etiqueta con unas connotaciones emocionales determinadas para señalarlo como algo bueno o malo. En realidad, la pereza es un mecanismo de supervivencia que impide que trabajemos hasta la extenuación y nos permite realizar una valoración acerca de si merece la pena el gasto energético necesario para llevar a cabo una tarea. El cerebro consume una enorme cantidad de energía para llevar a cabo su trabajo, por lo que la pereza intelectual es bastante más acentuada que la física. Resulta mucho más sencillo conseguir que una persona se parta el espinazo cavando zanjas de sol a sol que conseguir que estudie física, por ejemplo, ya que percibimos la primera tarea como mucho más sencilla y, por lo tanto, energéticamente favorable.
Nuestro organismo es un sistema dinámico, lo que quiere decir que está basado en la evolución mediante el movimiento. Los sistemas dinámicos se mantienen funcionando de forma óptima mediante mecanismos de realimentación positivos, que fomentan un determinado comportamiento, y mecanismos de realimentación negativa, que tratan de reducirlo. Es importante balancear correctamente estos mecanismos o el sistema deja de funcionar de forma óptima. La pereza es uno de los negativos, una contrapartida positiva sería por ejemplo la motivación. No se trata de anular uno con el otro, sino de compensarlos para que los dos jueguen su papel de la mejor manera posible. Lo mismo se podría decir de muchos otros mecanismos. La visión simplista consiste en eliminar los malos y fomentar los buenos, la compleja en armonizarlos y canalizarlos. Lo simplista es agruparlos por parejas de contrarios, lo complejo ser capaz de visualizar la red de interacciones entre todos ellos. El simplismo se deriva de nuestra forma de percibir el mundo, lo complejo de la forma que realmente tiene de funcionar. El pensamiento simple está compuesto de líneas, el complejo de redes.
Habitualmente solemos confundir los conceptos “complejo” y “complicado” como si se tratase de la misma cosa. Nada más lejos de la realidad. Fijaos que no me estoy refiriendo a las palabras, que podemos hacer que denoten lo que nos parezca, sino al concepto mismo, que tiene que ver con la cosa en sí, como diría Kant. La complejidad es profundamente elegante. Las leyes naturales, la base de la complejidad de la Naturaleza, se armonizan de manera que los procesos fluyen hasta lograr formar organismos con varios niveles de organización de hasta billones de elementos, que funcionan de una manera que parece casi milagrosa, con una belleza espectacular. Nuestras creencias, costumbres, leyes y normas, la base de las complicaciones de nuestras sociedades, sin embargo, casi parece un milagro que funcionen, plagadas de contradicciones y lagunas que permiten retorcerlas hasta lograr que sirvan para todo lo contrario de lo que han sido pensadas. Son la antítesis de la elegancia, y son un reflejo de nuestra forma simplista de percibir el mundo.
Desarrollar un pensamiento y un entendimiento complejos es apostar por el éxito en la vida. La simplificación es un arte que solo se puede dominar a través del conocimiento, la habilidad y la experiencia, no un estado inicial en el que nos podemos acomodar para quitarnos de encima la mayor cantidad posible de trabajo. Un pensamiento complejo te hace más útil para los demás, lo que te permite ayudarles desinteresadamente o colaborar con ellos a cambio de una compensación, pero también competir con éxito por algún recurso, impedir que te manipulen para conseguir sus fines o ser más independiente, liberando a otros de ocuparse de tus problemas y dándote ventaja en las negociaciones de la vida, donde siempre suele salir perdiendo el que más necesita al otro. También te permite adaptarte mejor y más rápidamente a nuestra cambiante sociedad, mientras que el simplismo solo te hace ir quedándote atrás hasta convertirte en un perdedor. No lo dudes, apuesta por la complejidad, sólo tienes que vencer la barrera inicial, que indudablemente es pronunciada, después de eso, verás que todo empieza a fluir, y podrás funcionar de una manera mucho más cómoda el resto de tu vida.
Para terminar, por si os interesa el tema, os recomiendo la lectura del libro Masa crítica, de Philip Ball, sobre la complejidad y nuestras sociedades. Y otro más filosófico para profundizar más, Sistemas complejos, de Rolando García.