La pastilla de…
Las pastillas son unos elementos muy característicos de nuestras sociedades modernas, todo el mundo tiene unas cuantas en casa. Aunque su uso más común es el de administrar medicamentos cuando estamos enfermos, no nos quedamos ahí, y muchas veces parece que pretendamos resolver cualquier problema o conseguir nuestros objetivos por el simple método de tomarnos unas cuantas y dejar que sean ellas las que realicen todo el trabajo.
Existen pastillas para quemar grasa, para aumentar la musculatura, para tener más memoria, para estar más activo, para relajarse, y no es raro ver en las revistas científicas artículos que hablan de la búsqueda de nuevas pastillas para aumentar cualquiera de nuestras capacidades naturales, como la inteligencia, artículos que son convenientemente exagerados y distorsionados por la prensa, conocedora de nuestra gran afición por el camino fácil y los atajos para alcanzar las metas. El negocio de los complementos y suplementos está en auge y produce pingües beneficios; sus componentes se encuentran de forma natural en los alimentos, de los que hoy en día disponemos en abundancia, pero preferirnos hartarnos de pastillas, a pesar de los consejos que nos dan muchos expertos de que no es la mejor manera de absorber los principios activos.
Con el tema de los medicamentos pasa algo parecido; las autoridades sanitarias alertan constantemente sobre el abuso que hacemos de los mismos. No hace falta estar realmente enfermo para tomarlos, mucha gente trata de quitarse de encima rápidamente la menor molestia engullendo analgésicos, tranquilizantes, estimulantes o antibacterianos, lo que genera verdaderos problemas médicos como las adicciones o la resistencia a los antibióticos. Da la sensación de que, en la era de los avances médicos, estamos más enfermos que nunca.
Todo esto, por supuesto, no es nuevo de ahora. En la antigüedad, cuando no existían las pastillas, la gente tomaba toda clase de pócimas mágicas, como los filtros de amor o los preparados a base de partes de animales machacadas para adquirir alguna de las propiedades, reales o imaginarias, que se les suponían a los desafortunados seres. Incluso se tomaban preparados a base de partes de bestias inexistentes, como los unicornios o los dragones, por las que se pagaban grandes sumas de dinero, debido, obviamente, a su rareza. La tecnología avanza mucho más deprisa que las costumbres, y no es raro encontrarse con personas que usan sofisticados dispositivos desarrollados en el espacio, mientras conservan muchos rasgos de pensamiento mágico más propios de la edad media.
Todo esto está causado por una idea muy arraigada acerca del progreso y los avances tecnológicos: que todos los avances tienen como objetivo hacernos la vida más fácil y más cómoda. De hecho, no es raro escuchar quejas acerca de inventos que consideramos que lo único que hacen es complicarnos la vida, haciéndonos recordar con añoranza tiempos pasados, muchas veces imaginarios, en los que todo era mucho más sencillo, algo que supongo que también pensaban los que vivían en aquellos tiempos sobre su propio pasado. No deja de ser cierto que existen avances desafortunados, pues el desarrollo es imposible sin cometer una cierta cantidad de errores, pero tampoco es raro encontrarse con gente que empieza renegando de una nueva tecnología y acaba encantada y enganchada a ella en cuanto le coge el tranquillo. Se trata de un problema de adaptación; un ábaco o una calculadora es mucho más fácil de aprender a utilizar que un ordenador, pero este último ofrece unas posibilidades inmensas en comparación con los primeros, si uno se toma el esfuerzo de aprender a utilizarlo y, aún mejor, aunque más difícil, a programarlo.
Lo fácil y lo cómodo son enemigos de la adaptación y el desarrollo. En general, no existen placeres que no tengan una contrapartida negativa. Los sistemas naturales, entre los que nos encontramos nosotros, funcionan a base de realimentaciones positivas y negativas; cuando desarrollamos alguna tendencia en un sentido, debemos asegurarnos de desarrollar también otra tendencia que vaya en sentido contrario, de manera que podamos combinar ambas para conseguir un estado de equilibrio, que podemos ir moviendo a nuestra conveniencia utilizando de manera apropiada estos mecanismos opuestos. Los sistemas biológicos, además, evolucionan en el tiempo, deshaciéndose de las funciones que no utilizan, para evitar gastos superfluos de energía; esto significa que todo lo que no se utiliza tiende a atrofiarse, como puede comprobar cualquiera que tenga la desgracia de tener que pasar muchos meses en cama debido a un accidente, por ejemplo.
Una idea bastante absurda que ha persistido a lo largo del tiempo es la de rechazar cualquier tendencia que veamos problemática y dedicarse a hacer justamente lo contrario. Si la pereza es mala, hay que estar todo el día trabajando, si el sexo es malo, hay que volverse castos y puros; en realidad, todas nuestras tendencias, al menos en los individuos sanos, tienen un origen natural y han sido seleccionadas mediante la evolución porque nos proporcionan algún beneficio. Lo que ocurre es que algunas de ellas van cuesta abajo, por lo que resulta muy fácil seguirlas, y otras van cuesta arriba, y el esfuerzo no nos suele gustar nada. Por eso es tan fácil convertir una tendencia, como por ejemplo la pereza, en un vicio. Si lo pensamos bien, esto tiene mucho sentido; la actividad nos permite conseguir aquello que necesitamos para vivir, pero consume energía y no disponemos de una cantidad ilimitada. Además de alimentos, nuestras células necesitan que descansemos para poder reponerse y volver a un estado de equilibrio que nos permita volver a estar activos. Pero descansar es muy fácil y trabajar es cansado, por lo que es sencillo caer en la tentación de descansar cada vez más y trabajar cada vez menos; esto hace que sintamos cada vez más placer descansando y más rechazo por el esfuerzo, el placer genera una costumbre, y la costumbre acaba degenerando en un vicio.
Está claro que, si bajamos una cuesta, para volver al punto de partida habrá que volver a subirla. El hecho de que existan personas adictas al trabajo nos puede hacer ver que no solo lo fácil y lo cómodo generan vicios, y, aplicando un poco de sentido común, que todos disponemos de la capacidad de compensar lo uno con lo otro sin tener que renunciar a ninguna de las dos tendencias. Las personas que practican deporte con cabeza saben que rinden más si se alimentan correctamente y descansan el tiempo suficiente, pero su organismo les pide seguir haciendo ejercicio y no les molesta realizar esfuerzos. Lo mismo pasa con la gente a la que le gusta estudiar o trabajar; no es cierto que solo tengamos debilidad por lo fácil, solo es más sencillo cogerle el gusto. Lo verdaderamente difícil es conseguir el equilibrio, pero, como en todo, es solo cuestión de práctica.
Buscar siempre el camino fácil solo lleva a la mediocridad, en el mejor de los casos. Aprender a apreciar las dificultades y el esfuerzo y a disfrutar resolviendo los problemas es el mejor camino hacia el éxito. Nadie te va a pagar demasiado por hacer lo que saben hacer miles o millones de personas, y siempre habrá alguien dispuesto a hacerlo por un poco menos que tú. Como además tenemos una marcada preferencia por lo barato, las empresas se centran más en ofrecer buenos precios que buena calidad, a costa de los sueldos y de la calidad de los materiales. Esto no quiere decir que uno tenga que complicarse la vida innecesariamente, muchas complicaciones son totalmente inútiles, y uno se puede ganar muy bien la vida si aprende a eliminarlas. El ser humano ha desarrollado siempre herramientas que han eliminado la necesidad de realizar tareas improductivas, pero que a la vez nos han permitido realizar muchas otras que antes no podíamos. En lugar de usar la tecnología solamente para quitarnos tareas de encima, es mejor aprender a sacarle partido para poder trabajar más y mejor en menos tiempo. Aunque pueda parecer lo contrario, muchas empresas están desesperadas por encontrar gente así, y tu capacidad de negociación aumenta mucho a medida que va siendo más difícil encontrar una alternativa a tu persona para cubrir un puesto de trabajo; además, ser capaz de hacer cosas que no puede hacer cualquiera te proporciona mayor libertad de elección, así que, no lo dudes, apuesta por lo difícil; para lo fácil valemos todos.