Esfuerzo y motivación
En el debate sobre el sistema educativo, el esfuerzo y la motivación son conceptos centrales alrededor de los que giran muchas de las discusiones. Aunque está claro que las dos cosas están estrechamente relacionadas, se tiende a formar dos bandos enfrentados, cada uno enfocado sobre uno de los dos conceptos mientras considera secundario al otro.
La forma más básica del aprendizaje está basada en la repetición. Esto es debido al fenómeno conocido como plasticidad cerebral. Todo nuestro organismo está controlado por el sistema nervioso central, cuyo núcleo es el cerebro. Las neuronas del cerebro forman redes cuyas conexiones se van formando, reforzando, debilitando o desapareciendo por efecto de la información que recibimos a través de nuestros sentidos y las acciones que realizamos más a menudo como respuesta a esta información. Tendemos a establecer costumbres, hábitos e incluso vicios y, como nuestro organismo está cada vez más adaptado a ellos, estos se refuerzan porque nos sentimos recompensados al realizar acciones que nos cuestan cada vez menos trabajo. Obtener energía es costoso, por lo que los organismos biológicos tienden a buscar la eficiencia energética. La pereza utilizada sabiamente es un mecanismo de supervivencia. Realizando un esfuerzo inicial de aprendizaje podemos desarrollar muchas habilidades que después realizaremos con facilidad, llevando una vida mucho más cómoda.
Pero el principio de economía energética tiene una pega, y es que se opone precisamente a que realicemos este esfuerzo inicial, ya que supone un gasto grande de energía. Si nos descuidamos, buscaremos y encontraremos atajos y rodeos para salir del paso, consiguiendo una formación mediocre o incluso inútil. En los casos más extremos, nos negaremos a realizar el esfuerzo, haciendo fracasar al sistema educativo (en puridad, uno no puede fracasar en lo que no intenta, o en un proyecto que no hace suyo).
Necesitamos una fuerza extra que nos ayude a superar la barrera del esfuerzo, y esta fuerza no es otra que la motivación. La motivación no es otra cosa que el impulso a satisfacer una necesidad. La necesidad activa la voluntad, que enfoca al organismo hacia la consecución de su objetivo mediante la atención, un recurso bastante costoso que puede llegar a ser extenuante. De este modo, en lugar de preocuparnos por el tremendo gasto energético que nos supone el esfuerzo, nos centramos en nuestro objetivo, que sabemos que está más allá de él, y evitamos las barreras que pone nuestro organismo para limitar nuestro consumo de energía, como la pereza.
La necesidad más básica relacionada con el aprendizaje es la curiosidad. Se trata del bien más preciado de los seres vivos que pueden sentirla. Es un mecanismo simple y elegante que nos impulsa a explorar e interactuar con nuestro entorno incluso en ausencia de otras necesidades. La satisfacción de la curiosidad proporciona un gran placer, y nos impulsa a seguir haciéndolo, enfocando nuestra atención hacia nuevos desafíos. Sin embargo, en muchas personas la curiosidad parece ser también un recurso frágil, que se puede perder o reducir con facilidad. No sé si cada uno nace con una cuota de curiosidad establecida por su naturaleza o si determinadas prácticas en la educación temprana, como la sobreprotección, el exceso de facilidades, la falta de estimulación o el autoritarismo pueden dar al traste con la curiosidad innata del niño, pero creo que deberíamos volcarnos en investigar si existe alguna manera de maximizar el grado de curiosidad que podemos conservar, e incluso ir incrementando, en cada uno de ellos, ya que es una fuente natural de motivación muy poderosa.
Pero la curiosidad no es la única fuente posible de motivación, ni tiene por qué ser la mejor de cara a la educación, aunque constituye una ayuda inestimable en cualquier caso. Al tratarse de un impulso primario para satisfacer una necesidad de conocimiento sobre una cuestión indeterminada, no resulta útil por si misma de cara a organizar y optimizar los procesos de aprendizaje, e incluso puede resultar un problema al desviar nuestra atención de temas importantes hacia otros menos relevantes o simplemente superfluos. Por lo tanto es necesario tener la capacidad de fijarse objetivos racionales que permitan definir el camino y los esfuerzos necesarios para conseguirlos. Sentir estos objetivos como propios permite convertir su cumplimiento en una necesidad, lo que a su vez provoca que la voluntad se dirija hacia ese fin enfocando en él la atención en lugar de en el esfuerzo realizado. Ser pasivos o simplemente reactivos reduce nuestra capacidad de esfuerzo, porque los objetivos se convierten en ajenos, impuestos por otras personas o por las circunstancias. La sensación de bienestar y satisfacción obtenida al conseguir, o simplemente al acercarnos a, nuestros objetivos, induce a nuestras neuronas a reforzar las conexiones formadas durante el proceso, y contribuye a crear hábitos de trabajo saludables y eficientes.
Solemos poner como ejemplo a personajes que han conseguido grandes logros, elogiando su espíritu de sacrificio para realizar el tremendo y largo esfuerzo que supone el camino hacia el éxito. Creo que se trata de una percepción errónea, considerando como sacrificio lo que en realidad es una estupenda gestión del esfuerzo gracias a una excelente capacidad de motivación. Cuando uno está centrado en sus objetivos, el esfuerzo prácticamente no se percibe como tal, de hecho, el organismo te premia por hacerlo, animándote a continuar (por lo menos, a mí me pasa esto, y creo que también a las personas que conozco que realizan grandes esfuerzos). Es cierto que, con mirada retrospectiva, uno pueda valorar que para llegar a un objetivo ha hecho un gran esfuerzo, pero eso no significa que lo haya percibido como tal durante el proceso.
Lo complicado de la motivación es que, para que sea efectiva, debe ser un impulso interno de la propia persona. Por supuesto, se nos puede animar desde fuera y darnos un cierto empujón, pero la motivación es una de las principales características que hacen a las personas activas y con iniciativa, capaces de fijarse objetivos personales, no es bueno recibirla desde fuera. También creo que es incorrecto considerarla simplemente como algo accesorio que, si lo tenemos, bien, pero si no, nos tenemos que conformar con el esfuerzo (esto sí es un sacrificio, y un sacrificio no se hace porque sí). Crear la escuela de la motivación frente a la del esfuerzo no conduce a ninguna parte. Tampoco creo que tenga demasiado interés discutir si primero debe darse el esfuerzo y luego viene la motivación o al revés, eso dependerá de la persona, del objeto del trabajo y de las circunstancias, lo que creo que está claro es que un proceso de aprendizaje no resulta óptimo hasta tener las dos cosas funcionando a pleno rendimiento.
Para terminar, como de costumbre un poco de bibliografía. Entre los defensores de la mayor importancia del esfuerzo frente a la de la motivación, Alberto Royo, con Contra la nueva educación y La sociedad gaseosa. Javier Orrico con La tarima vacía o Ricardo Moreno Castillo con La conjura de los ignorantes. Como defensor de la motivación como algo fundamental, podéis leer por ejemplo a Jose Antonio Marina, Los secretos de la motivación, o también Objetivo: Generar talento.