La consciencia y las células
Cuando pensamos en nosotros mismos, nos identificamos con la imagen de nuestro cuerpo completo. No nos cuesta trabajo, aunque no podamos verlos, identificar nuestros órganos internos como partes esenciales de nosotros, en especial, el cerebro, donde situamos la consciencia. Lo que ya nos cuesta más trabajo es descender a un nivel más bajo e identificarnos con una colonia de billones de células.
En un artículo anterior traté de la posible relación entre la vida y la consciencia, con la hipótesis de que las células, de alguna manera, se “sienten” vivas, y esa sensación constituye la base con la que se conforma la sensación de estar vivos de los seres pluricelulares. En este artículo voy a tratar de extender la hipótesis a todas las sensaciones, incluyendo las sensaciones y sentimientos más complejos que constituyen la base de la consciencia humana.
Un libro muy recomendable y que me ha resultado muy inspirador para esta hipótesis es Y el cerebro creó al hombre, de Antonio Damasio. También os puedo recomendar un par de pequeños manuales sobre el funcionamiento de las neuronas, Las células de la mente, de Ricardo Tapia, y Cómo se comunican las neuronas, de Juan Lerma. Para una visión de la vida y la biología desde el punto de vista de los sistemas complejos, os recomiendo también el libro Investigaciones, de Stuart Kauffman.
En primer lugar, voy a hablar de una cuestión acerca de nuestra percepción que es importante para entender el planteamiento. Nuestros mecanismos de percepción tienen una resolución limitada que modela la realidad para presentárnosla de una determinada manera. Cuando vemos algo, por ejemplo, no percibimos todos y cada uno de los fotones que reciben nuestros ojos de manera separada. También existen longitudes de onda de la luz que no excitan nuestras retinas y para nosotros son invisibles, aunque están ahí. Lo que vemos realmente es una especie de resumen, un compendio. Al mirar una hoja vemos una superficie verde más o menos lisa, no cada una de sus células, que de hecho están ahí, ni mucho menos sus átomos, que también están. Con el oído pasa algo similar. No escuchamos absolutamente todo lo que suena, pues hay frecuencias que no somos capaces de percibir. Tampoco podemos separar completamente diferentes sonidos simultáneos, que se nos presentan también como una mezcla o resumen.
Los seres unicelulares también perciben el medio en el que viven. Sus reacciones dependen no solo del estado del medio exterior, sino también del estado interno de la célula. Si la célula detecta alimento, por ejemplo, no lo consumirá sin parar hasta reventar, sino hasta cubrir sus necesidades energéticas. Podemos considerar a la célula como el mecanismo de alto nivel que constituye un interfaz entre el medio externo y el interno, que consigue mantener en equilibrio, es decir, vivo, mediante los intercambios inducidos por estos dos medios. En otras palabras, la célula percibe tanto su exterior como su interior.
Cuando las células se asocian entre ellas para formar un organismo pluricelular, normalmente pierden su capacidad para sobrevivir por sí mismas fuera del organismo. Esto en buena medida es debido a la especialización. Un amasijo de amebas daría como resultado poco más que una ameba gigante. La especialización permite generar diferentes órganos y tejidos para construir organismos más complejos y versátiles que las propias células que los conforman. El precio a pagar es que se utilizan demasiados recursos para desarrollar la función especializada, y la célula debe ser mantenida viva con aportaciones externas de productos necesarios que ésta ya no fabrica, normalmente desde otras células especializadas en transportar nutrientes y otros productos a través del organismo.
Para que esta maquinaria funcione correctamente, las células deben sincronizarse y organizarse unas con otras con una gran precisión. No sirve de nada tener un tipo de célula que transportar oxígeno para otras células si no se enteran de dónde hace falta llevarlo y dejan que algunos grupos de células se asfixien y mueran. En organismos pequeños, con pocas células muy cercanas las unas a las otras, el asunto no parece muy difícil, pero en organismos que constan de millones o billones de células, de muchos tipos diferentes, y que pueden estar alejadas hasta varios metros las unas de las otras, la idea produce sencillamente vértigo. Los procesos de auto organización celular tienen lugar fundamentalmente a dos escalas. A escala local, las células se comunican con sus vecinas más próximas, normalmente mediante mensajes químicos, produciéndose una reacción de difusión que puede llegar a lugares alejados y que puede ir siendo modificada al pasar de grupos o tipos de células a otros grupos o tipos. Pero existe otra escala que es también imprescindible y que tiene mayor interés para el tema que estamos tratando, la escala global. A escala global, el organismo como un todo debe compendiar todos estos efectos locales para tener una visión de conjunto que, como ocurre con la percepción del mundo exterior, no necesita tener una resolución extrema. No es necesario conocer el estado de cada célula en particular. De hecho, podemos imaginar varios niveles de agregación en escalas crecientes desde la simple célula hasta el organismo completo.
Este mecanismo es el que permitiría a células muy separadas o con funciones poco relacionadas dentro del organismo “conocer” el estado unas de otras y “tomar decisiones” que pueden llegar a causar efectos en esos lugares alejados, invisibles a nivel local. Para ello, es imprescindible que exista un mecanismo de retorno de esas sensaciones percibidas a alto nivel de nuevo al nivel más bajo, seguramente modificadas y filtradas por los diferentes subsistemas por los que va pasando en su proceso de difusión, algo así como nuestras agencias de noticias.
En las plantas posiblemente predominen las comunicaciones a escala local. Podemos cortar un trozo de una planta y plantarlo aparte y, normalmente, tendremos en poco tiempo dos plantas virtualmente idénticas, como si cada pedazo de una planta fuese en sí misma una planta completa. Pero las plantas realizan muy pocas acciones, y no necesitan ser demasiado sofisticadas. En los animales superiores, que corren, saltan, luchan, cazan, se esconden, buscan pareja, etc. El organismo exige de sus células una especialización mucho mayor, así como una sincronización rápida y precisa de sus procesos internos. Es en estos organismos donde se han desarrollado tipos de células especializado en compendiar, sincronizar y organizar el estado de todo el organismo. La cúspide de la jerarquía la ocupa el sistema nervioso central, con el cerebro como órgano director de todo el cuerpo, aunque existen otros subsistemas, como el endocrino, que también son fundamentales para la correcta sincronización del organismo.
Pues bien, creo que la consciencia no es ni más ni menos que una manifestación de este mecanismo de alto nivel, que el cuerpo utiliza para coordinar el estado interno del organismo con el mundo exterior y consigo mismo. Todo lo que constituye la consciencia es el compendio de las sensaciones procedentes en última instancia de todas las células de nuestro organismo, que el sistema nervioso se encarga de resumir, produciendo toda la gama de sensaciones y sentimientos que experimentamos. Pensemos que estas micro sensaciones se originarían en células que pueden ser o estar en estados muy diferentes, y que las neuronas tienen una gran variedad de mecanismos de comunicación diferentes, lo que puede producir una gran riqueza y variedad de sensaciones a nivel global, aquellas que percibimos de manera consciente, por no hablar de los procesos a nivel inconsciente, que solo intuimos a través de sus efectos en el consciente. Hablar o reflexionar es en esencia la sensación de lo que estamos diciendo, al igual que la sensación de pena o de alegría, solo que más compleja y sofisticada. Todo esto no acaba en nuestra mente consciente y ya está. Al igual que la circulación sanguínea, que empieza y termina en el corazón, pero pasa por todo el cuerpo, el compendio de todo nuestro universo externo e interno se devuelve de nuevo hacia abajo, pasando por el inconsciente y llegando de nuevo a todas las células del cuerpo, seguramente a cada una en su propio “lenguaje”, que a su vez reaccionan y devuelven el proceso de nuevo hacia arriba en un bucle continuo. El hecho es que todos sabemos que nuestro estado físico influye en nuestro estado mental y viceversa, que existen enfermedades psicosomáticas, el efecto placebo, etc.
La memoria consiste en reproducir de forma aproximada la activación de las neuronas que causó la impronta del recuerdo. Este es el mecanismo que permite que la consciencia tenga continuidad en el tiempo y nos produzca la sensación de que somos una entidad única sensible, y que podemos serlo independientemente del cuerpo y del mundo exterior. Pero creo que nuestra consciencia es inseparable de la “consciencia” de cada una de nuestras células, así como del estado de nuestro entorno, ya que, por ejemplo, en las personas sometidas a aislamiento sensorial, el estado de consciencia se ve notablemente afectado. Creo que el mayor problema que tenemos para entender el fenómeno de la consciencia, además de en su alta complejidad, reside en la gran dificultad que nos supone considerar simultáneamente los diferentes niveles y escalas de mecanismos que colaboran para dar lugar a su existencia. No existe una respuesta sencilla para la que quizás sea la pregunta más compleja que se pueda hacer el ser humano.