Cuando el cerebro falla
Es habitual escuchar hablar de las enfermedades y trastornos mentales como si se tratara de desarreglos perfectamente definidos. En realidad, términos como esquizofrenia o depresión se aplican como una especie de cliché a conjuntos de disfunciones cerebrales o mentales que pueden diferir bastante de un paciente a otro. Incluso existen voces discordantes dentro de la propia psiquiatría que ponen en duda incluso la existencia de algo a lo que se le pueda aplicar el denominador común de esquizofrenia.
El cerebro es uno de los sistemas más complejos que conocemos. La mente consciente es el producto misterioso del cerebro. No sabemos cómo se las arregla el encéfalo, un conjunto de simples células interconectadas, para crear algo tan diferente y tan superior a cualquiera de estas células como es un ser humano. Si la cantidad de posibilidades en cuanto a tipos de personalidad y de comportamiento resulta inmensa en las personas consideradas “normales”, la diversidad de variaciones derivadas de un funcionamiento o desarrollo inusual del cerebro, o de una lesión del mismo, son también muy numerosas. El hecho de que algunas personas, con disfunciones similares, presenten diferentes grados de incapacidad, se debe a lo que se llama la reserva cognitiva, aquello que queda en buen estado a pesar de haberse producido el problema.
Muchos sistemas complejos, compuestos de innumerables elementos interactivos interconectados, están organizados en forma de red. En concreto, presentan una arquitectura que se conoce con el nombre de red libre de escala. Las redes están formadas por elementos, llamados nodos (personas, ciudades, neuronas), y las conexiones entre ellos (relaciones, carreteras, sinapsis.) En las redes libres de escala existen muchos nodos con pocas conexiones y unos pocos que están muy conectados. Se llaman libres de escala porque, si cuentas todos los nodos que tienen un número cualquiera de conexiones, siempre existen muchos más nodos que tienen menos conexiones. Una propiedad muy importante de estas redes es que son muy robustas a fallos aleatorios. Se pueden eliminar aleatoriamente muchos nodos sin que el conjunto se vea muy afectado y queden zonas totalmente desconectadas. La red Internet, por ejemplo, está construida de esta forma. En un principio, se trataba de una red de uso militar diseñada en EEUU durante la Guerra Fría. El objetivo era que, ante un ataque nuclear del bloque comunista, la red siguiera conectando todo el país aunque quedase parcialmente destruida. Cuando una carretera está cortada por obras, normalmente siempre hay otra vía alternativa para llegar a nuestro destino, pues la red de carreteras también sigue esta arquitectura. Estas redes, sin embargo, son muy sensibles a la destrucción de los nodos que tienen muchas conexiones. Si se eliminan nodos de este tipo, la red queda rápidamente desconectada y dividida en varias redes aisladas.
Las redes neuronales también se organizan de esta manera. En el cerebro existen miles de millones de neuronas, los nodos de la red, que se conectan entre sí mediante cientos de trillones de sinapsis. Se han realizado estudios post mortem, comparando cerebros con un grado de deterioro aparentemente similar. Algunas de estas personas habían desarrollado patologías como la temible enfermedad de Alzheimer. Otras, sin embargo, murieron con un estado normal de lucidez. La reserva cognitiva consiste, por lo tanto, en aquello que queda en buen estado en un cerebro después de que se haya producido una lesión u otro tipo de fallo, sea reversible o no.
Imaginarse el cerebro como una simple red homogénea de neuronas interconectadas resulta un modelo demasiado simplista. Existen diferentes tipos de neuronas, al parecer especializadas en diferentes tareas, no son todas iguales. Para aumentar la complejidad, existen unas sustancias, llamadas neurotransmisores, que determinan el efecto que tiene cada una de las conexiones en las neuronas sobre las que actúan. Este efecto puede ser, a grandes rasgos, de dos tipos: excitatorio o inhibitorio. Si el efecto es excitatorio, la neurona que recibe la descarga se activa y descarga a su vez, a través de sus sinapsis, neurotransmisores sobre las neuronas vecinas. Si el efecto es inhibitorio, sucede lo contrario, la neurona se desactiva. Una misma neurona recibe conexiones de otras muchas, y se conecta también con un número más o menos elevado de vecinas. Por lo tanto, puede recibir algunos impulsos inhibitorios y otros excitatorios, así que la cosa no es tan sencilla. La suma de estos efectos es la que determina el comportamiento final de la neurona, además de la rapidez e intensidad de la respuesta. Para complicar todavía más las cosas, existen varios neurotransmisores diferentes de ambos tipos, con efectos diferentes en lo que respecta a nuestros estados de ánimo y a nuestras emociones. Todavía más, las conexiones entre neuronas, las sinapsis, pueden ser más o menos fuertes, y esto cambia con el tiempo, ya que la célula las puede crear, reforzar, debilitar o reabsorber en función de la actividad que vaya desarrollando a lo largo del tiempo; la velocidad de respuesta de la neurona también puede variar, porque la orden se transmite mediante la entrada y salida de partículas con carga eléctrica, llamadas iones, a través de la membrana celular, por medio de unos conductos llamados canales iónicos, que la célula también puede crear y reabsorber. Esta es la base del aprendizaje, y también la de todos los desequilibrios que se pueden dar en nuestro cerebro. La cantidad de posibilidades produce vértigo.
Reducir el estudio a las neuronas y sus conexiones, por complejo que resulte, es insuficiente. Las neuronas forman subredes especializadas, de unas pocas o de miles de ellas. Estas subredes se agrupan en agregados mayores, redes de subredes. Estos agregados también se conectan entre sí, incluso con otros agregados que se encuentran en zonas del cerebro bastante alejadas. Todo lo que he explicado sobre las neuronas se puede aplicar también a estos conjuntos de neuronas. El cerebro está formado por partes claramente diferenciables entre sí, como el hipocampo, la amígdala o el cerebelo. Los tipos de neuronas que predominan en ellas son diferentes, como lo son las funciones de las que se encargan principalmente. Incluso dentro de una de estas partes pueden existir diferentes áreas que se activan o desactivan cuando realizamos tareas concretas, como hablar, leer o saltar. No solo es importante la actividad cerebral, también resulta fundamental precisamente la inhibición, la inactividad. Para que todo funcione de manera correcta, algunas zonas deben estar explícitamente silenciosas, por lo que se puede decir que todo el cerebro participa en cualquier actividad que realizamos o cualquier cosa que sentimos o percibimos. Simplemente, a algunas partes les toca estar calladas para que podamos funcionar con normalidad, y se callan porque otras partes se lo ordenan.
Todo este equilibrio, aunque extremadamente complejo, es bastante robusto. Aunque algunos elementos fallen, otros se encargan de compensar el fallo. A pesar de todo, resulta imposible evitar que la acumulación de desequilibrios desemboque en un estado mental alterado del que puede resultar imposible salir. Se pasa de un estado de equilibrio que nos conviene a otro que no nos conviene. No hace falta que se produzcan lesiones, basta con que las neuronas se reorganicen de manera problemática mediante los mecanismos naturales de aprendizaje y olvido. Algunos desequilibrios son relativamente sencillos de resolver. La carencia o exceso de algún neurotransmisor se puede compensar utilizando fármacos. Los fármacos, sin embargo, resultan una aproximación muy pobre para un problema derivado de una desorganización neuronal. Pueden frenar el comportamiento atípico de las neuronas, pero recomponer las conexiones ya resulta otro cantar. Para eso suele ser imprescindible la terapia.
El cerebro se encarga de centralizar el funcionamiento del organismo. Recibe señales químicas del resto de órganos, en forma de hormonas y otros compuestos, y envía otras señales para realizar funciones básicas como la respiración o los latidos del corazón. Pero estos mecanismos resultan insuficientes para un ser que necesita interactuar con un medio externo complejo y cambiante, además de con otras especies de seres vivos, incluida la nuestra. Para posibilitarlo, buena parte de nuestro cerebro se ha especializado en generar el yo consciente. El yo consciente puede verse como una especie de conductor encargado de guiar al organismo. Dispone de los sentidos para percibir el medio externo, y dispone también de la propiocepción, una especie de sentido dirigido hacia el interior del organismo que le permite conocer también su propio estado. El yo centraliza y procesa toda esta información en forma de estados, que llamamos sensaciones, emociones o sentimientos, en función de su complejidad. Todos estos estados devuelven a su vez información a los niveles inferiores del organismo, generando un ciclo de realimentación que permite la supervivencia del conjunto. No somos el objetivo de la evolución, somos un producto de ella. “Yo” en realidad, es una parte de una comunidad más amplia de mecanismos orgánicos, construidos por una comunidad de células, que están construidas a su vez por una comunidad de genes. Simples moléculas orgánicas, compuestas por miles de millones de átomos de solo cinco elementos diferentes: carbono, nitrógeno, oxígeno, hidrógeno y fósforo.
Toda esta actividad modela continuamente nuestro cerebro, se forman y destruyen conexiones, se crean y reabsorben canales iónicos. Las estructuras que permanecen en el tiempo dan lugar a lo que llamamos memoria. Existe una visión simplista de la memoria como “algo” que está en “alguna parte” del cerebro y donde se almacenan “no se sabe qué cosas” misteriosas que llamamos recuerdos. La memoria, en realidad, no es más que el conjunto de todas las sinapsis activas y funcionales que alberga nuestro cerebro. Como la actividad de diferentes neuronas y redes neuronales, así como su efecto, se puede clasificar con diferentes criterios, se considera que existen diferentes tipos de memoria. Al estar repartida por todo el cerebro, existen diferentes mecanismos, o mecanismos que actúan con diferente intensidad, para que lo aprendido permanezca, se refuerce o se debilite. También es posible que un cierto daño o trastorno afecte más a un “tipo” de memoria que a otro, o que se olviden determinadas cosas al deteriorarse las conexiones de las zonas que albergan estas sinapsis con otras zonas del cerebro. Recordar consiste en la activación en sentido inverso de este mecanismo de grabación. Reproducir las sensaciones grabadas. La memoria no solo se nutre de la realidad. De hecho, la realidad puede llegar a ser muy difícil de conocer y entender. Los seres humanos disponemos de un mecanismo muy potente que nos permite realizar hipótesis para generar una especie de conocimiento tentativo sobre la realidad. La ciencia se basa en esta capacidad. La evolución nos ha dotado de un mecanismo que nos permite considerar a priori más o menos plausible una hipótesis cualquiera, la sensación o emoción llamada creencia. Lo que no nos ha proporcionado es un mecanismo para sentirnos impelidos a comprobar nuestras creencias hasta convertirlas en certezas, otra emoción. De hecho, podemos convertir creencias en certezas sin demasiado esfuerzo. Tampoco nos es imposible realizar hipótesis fantásticas sobre cosas cuya existencia o posibilidad ni siquiera es posible comprobar. Podemos inventarnos personajes imaginarios, saber que son imaginarios, y aun así considerar posible su existencia, considerarlos creíbles.
Todo lo que circula por nuestro cerebro, sea real o imaginario, es susceptible de agregarse a la memoria. El acto de grabar y el de reproducir lo grabado son diferentes, aunque generan estados mentales similares. En general son actos voluntarios, por lo que sabemos distinguir una vivencia de su recuerdo. Pero los recuerdos no son simples fotografías estáticas. La naturaleza es fundamentalmente dinámica, procesos que están en movimiento y cambian. Nuestra memoria está adaptada a eso, a ser capaz de reconstruir procesos dinámicos muy complejos. Quizás el más complejo de estos procesos sea el de reconstruir mentalmente a otra persona. Dicen que “aprendemos a los demás”, y esta es una frase tremendamente acertada. Aprendemos las expresiones características, la forma de moverse, de hablar, de mostrar sus emociones, de las personas que conocemos. Podemos añadirles también otras que les suponemos, de forma hipotética. Podemos añadirles además otras que realmente no tienen, con el fin de ensalzarlos o para denigrarlos. Y podemos creernos que estas características inventadas son ciertas. Se podría decir que este conocimiento está realmente inducido por estas personas en nuestro cerebro, como si utilizaran nuestras neuronas para crear una imagen de sí mismos en nuestra mente. Son agentes conscientes e inteligentes, pueden hacerlo y se llama manipulación. Los animales inteligentes también saben hacerlo. Podemos construir también simulacros de personas desconocidas usando características conocidas. Se trata de los estereotipos, y pueden resultar tan creíbles como los simulacros de personas que conocemos. Pueden representar, de hecho, a todos los miembros de un colectivo. Podemos construir personajes de ficción en nuestra mente, podemos reconstruirlos a través de lo que leemos en un libro. Podemos ponerles incluso una voz personalizada.
Cuando nuestro cerebro funciona con normalidad, que en realidad es un estado bastante complejo y con unos márgenes difusos, sabemos distinguir bastante bien entre la realidad y la ficción, al menos según la versión oficial. También distinguimos lo que aparece en nuestra mente producido por nuestra voluntad y lo que viene inducido desde fuera. Todos disponemos también de acceso a un estado mental alterado que es completamente natural: los sueños. En los sueños, estos replicantes aprendidos o creados en estado de vigilia cobran vida y se nos presentan como personas reales. Sabemos, o al menos estamos bastante seguros, que es algo producido por nuestra propia actividad mental, pero los mecanismos que nos indican esto en estado de vigilia parecen encontrarse desconectados durante el sueño. Si soñamos con nuestro hermano, parece realmente nuestro hermano, no un personaje inventado. Tampoco parece un recuerdo de nuestro hermano. Cuando nos habla, nos está hablando él en persona, no lo percibimos como si nosotros estuviéramos inventando lo que dice. Si nos persigue un asesino ficticio, parece una persona real. Un desconocido, pero un desconocido real. El miedo que nos produce también es un miedo real. Cuando nos matan en un sueño sencillamente nos despertamos (al menos los que lo hacemos, puede ser una muestra sesgada…) Nuestra mente no sabe cómo es morirse, afortunadamente, pero sí que debemos escapar como sea.
Con todos estos elementos, ya podemos reconstruir cualquier trastorno mental para cualquiera que no lo haya padecido nunca. Se compone de estados mentales producidos por exceso o defecto de actividad neuronal, por interacciones “incorrectas” entre redes neuronales. Hay creencias y otras emociones exageradas o absurdas, otras pueden faltar, aparecen alucinaciones generadas por ellas o que les sirven de apoyo. El desarrollo del cerebro, especialmente en etapas infantiles, puede verse alterado por multitud de factores, tanto internos como externos. No es inusual que personas que han sufrido traumas en su infancia, como los abusos sexuales, desarrollen después una psicosis derivada de los mismos. Las redes neuronales se interconectan en función de lo que nos sucede en la vida y de las emociones que nos produce. Todo ello sobre unos patrones fijos de base que permiten que, en el fondo, todos nos parezcamos. Simplemente con nuestro propio pensamiento y comportamiento ya podemos causarnos trastornos mentales: obsesiones, estados depresivos, adicciones como el juego. Aprendemos a desarrollarlos y se quedan grabados. Después resulta muy difícil dejar de reproducirlos. Estos trastornos pueden ser solo parciales. Uno puede ser un celoso patológico, ante su pareja, pero parecer normal ante todos los demás. Todos estamos mucho más cerca de la locura de lo que nos pensamos.