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martes, 5 de diciembre de 2017

Aprender a aprender, ¿una estupidez?

Aprender a aprender es una de las frases estrella en el actual debate, y muchas veces simple trifulca, sobre las reformas necesarias en el sistema educativo para actualizarlo y, sobre todo, convertirlo en un sistema eficaz, donde podamos cumplir con nuestra obligación de enseñar y los alumnos cubrir su necesidad de aprendizaje.

A veces lo que estudiamos nos suena a chino
A veces lo que estudiamos nos suena a chino

En principio, se trata de la típica coletilla o consigna que unos repiten como si fuera el descubrimiento de la piedra filosofal educativa, mientras que otros la ven como una simple perogrullada, o incluso una soberana estupidez. En su libro La conjura de los ignorantes, Ricardo Moreno Castillo la tacha de “despropósito” y de “solemne insensatez”, “a aprender se aprende aprendiendo” y, como buen doctor en filosofía que es, encuentra rápidamente que nos llevaría a una regresión al infinito, pues antes habría que “aprender a aprender a aprender”, y así hasta la náusea.

Pero, a continuación, parece ofrecer el beneficio de la duda, suponiendo que lo que se quiere decir es que “a los estudiantes se les ha de proveer de las necesarias herramientas intelectuales para, cuando ya no estén bajo la tutela permanente del profesor, puedan seguir aprendiendo por sí mismos”. Si nos vamos al Ministerio de Educación y Ciencia, podemos encontrar la interpretación oficial sobre el eslogan de marras, que nos permite hacernos una idea de por dónde pueden ir los tiros de las políticas implementadas sobre esta idea. En resumen, esta interpretación parece coincidir con la segunda del profesor Castillo.

Oponer a la frase “aprender a aprender” esta otra de “a aprender se aprende aprendiendo” no nos saca del terreno de las perogrulladas o, dicho de forma más técnica, de las tautologías. Se trata de enunciados que en realidad no dicen nada, pero que suenan como grandes verdades. Como no tienen fondo, la clave está en la forma, y en las connotaciones que les confieren sus diferentes partidarios. Y esa es realmente la única utilidad que tienen, crear artificialmente posturas encontradas entre personas que en realidad están hablando de lo mismo, pero que no se caen bien unos a otros, generando un debate superficial y basado en tópicos entre supuestos partidarios de una innovación entusiasta, pero incompetentes, contra supuestos defensores de ideas antañonas que han demostrado su inoperancia.

Lo que parece que hemos descubierto, o que siempre se ha sabido, dependiendo del partido con el que simpatices, es que el aprendizaje es un proceso fisiológico que tiene lugar en el interior del individuo y que, desde fuera, solo puede ser ayudado o guiado, pero nunca generado. Aunque todavía no sabemos mucho sobre los complejos procesos que tienen lugar en nuestro cerebro a la hora de formar redes neuronales eficientes para el desempeño de cualquier tipo de tarea, sí que vamos avanzando en el conocimiento de las circunstancias que los favorecen. Por un lado tenemos las actividades que tienen que ver con nuestra musculatura, como la danza, el deporte o las habilidades manuales. Aquí no parece haber controversia, sabemos que basta con la repetición y la constancia, ayudados por una alimentación sana y, en el caso del deporte, con un conocimiento suficiente de nuestra estructura osteomuscular. La cosa se complica cuando lo que queremos desarrollar es nuestro intelecto. La repetición también ayuda, pero el estado anímico y la motivación son fundamentales. No todas las personas que lo intentan llegan a conseguir establecer el hábito, e incluso la necesidad, de realizar ejercicio físico regularmente, pero resulta mucho más sencillo que conseguir lo mismo con el estudio y el desarrollo de capacidades intelectuales.

Darse cuenta de que existe un problema e identificar las raíces del mismo es un primer paso imprescindible, pero no te capacita para resolverlo o, al menos, gestionarlo adecuadamente. La postura conservadora que se basa en el esfuerzo y la perseverancia me parece que responde, más que a una fe ciega en los métodos e ideas tradicionales, a una especie de “madrecita que me quede como estoy”, ante lo que ven como el empuje de las hordas bárbaro-pedagógicas que harán caer lo que queda del degenerado imperio. Desde el otro lado, se considera responsable del desaguisado educativo al antiguo régimen, y se condena todo lo que huela a conservador o tradicional, incluso aunque la única alternativa de la que dispongas sea simplemente la buena voluntad. Como a río revuelto ganancia de pescadores, tampoco faltan los vendedores de humo que se apuntan a todos los bombardeos haciendo todavía más oscuro y estéril el debate, ante la ignorancia y el desinterés del público en general, aficionado a la música ligera. Al final, la cosa se queda en un planteamiento puramente político para una cuestión que debería enfocarse desde un punto de vista exclusivamente científico-técnico y, por supuesto, riguroso, aunque posiblemente ni siquiera dispongamos todavía de los expertos y del conocimiento necesarios para ello.

Como en el chiste del borracho, solemos irnos a la farola a buscar las llaves porque allí hay más luz. Considerar que basta con conseguir que los alumnos se esfuercen, presionándolos de manera autoritaria si es necesario, solo porque veamos que con algunos niños funciona es un enfoque muy deficiente, casi de mínimos. En muchos casos solo se consigue que se esfuercen para aprobar el examen, para olvidar lo supuestamente aprendido rápidamente una vez superado el escollo. Lo digo desde mi experiencia como alumno, como sujeto del aprendizaje. Cuando estudiamos tenemos un punto de vista privilegiado sobre el resto de alumnos, ya que nos relacionamos con ellos como iguales. No es cierto que el único que sabe lo que está pasando en clase y con el aprendizaje de los alumnos sea el profesor. El aprendizaje siempre ha sido un punto central en mi vida, aunque detestaba ir a la escuela, pues prefería servirme yo mismo, por lo que siempre me he fijado bastante en la actitud de mis compañeros sobre el mismo y hacia los profesores y las clases en general.

Es cierto que sin motivación, que es lo que hace que uno se tome en serio el aprendizaje y que tenga la actitud que más favorece el mismo, el esfuerzo, aun en el caso de que se realice, no consigue los resultados esperados. Se aprueban los exámenes, pero el interés desaparece con esto, y con ello los conocimientos van quedando en el olvido. Incluso los licenciados universitarios que luego ejercen un trabajo que no es “de lo suyo” acaban por olvidarse de mucho de lo estudiado. Los hábitos adquiridos en la escuela, con el fin de aprobar las asignaturas, se van perdiendo una vez que esta se abandona. Por supuesto, podemos culpar de esto a los alumnos, pero esto me parece simplemente echar balones fuera.

El interés y la motivación por el conocimiento no es algo que te pueda transmitir solo la escuela. Si no te formas en una sociedad que lo valore de verdad, y no solo de forma testimonial, recibirás mensajes contradictorios desde el mundo real y el escolar. El esfuerzo y la motivación no pueden venir solo de ejemplos del mundo del deporte o la alta cocina. Resulta deprimente ver anuncios como ese en el que un grupo de futbolistas pretenden hacernos ver que los científicos también son importantes (y no me estoy metiendo con los futbolistas). La motivación, por si sola, tampoco es garantía de éxito. He conocido a mucha gente muy motivada para aprender, pero que por mucho que se interesasen por un tema no acababan de conocerlo a fondo o dominarlo. Yo mismo no paro de leer libros de matemáticas, practicar estadística y tratar de resolver problemas sin llegar a ser precisamente un experto. Aunque soy capaz de defenderme bastante bien y utilizarlas con éxito en mi trabajo diario, muchas veces me lleva un tiempo excesivo resolver los problemas más simples.

Para mí el conocimiento consiste básicamente en la habilidad para procesar información de una manera eficiente de cara a conseguir un objetivo. Incluso el conocimiento por puro placer es en sí mismo un objetivo. Pero hay que saber generalizar, simplificar, correlacionar, discriminar, separar las cuestiones clave de las superfluas, y un largo etcétera. Esto es lo que significa lo de aprender a aprender, y sí, tiene sentido y es una de las cuestiones más complejas a las que se enfrenta el ser humano, y cada vez lo es más. El hecho de llegar a determinar las causas de un problema todavía nos deja muy lejos de saber encontrar el correcto planteamiento del mismo para abordarlo con éxito.

No basta con una formación mediocre para tener éxito en la vida. Tampoco creo que nadie nazca obligado por la sociedad a aprender. Aprender forma parte del instinto natural de supervivencia, y creo que todos nacemos con ese instinto. Pero el contexto social muchas veces se impone sobre nuestros instintos. Si queremos que los niños no pierdan su curiosidad y capacidad innata para el aprendizaje, deben criarse una sociedad que lo haga posible, deben ver ese interés como algo a imitar de los adultos, no como una especie de imposición hipócrita que en el fondo, la mayor parte de la gente desprecia, o, al menos, esa es la impresión que da.

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