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martes, 29 de agosto de 2017

La burla y el ridículo

Hace algún tiempo, en un documental sobre las costumbres de una tribu primitiva, observé un comportamiento que me llamó la atención y me hizo reflexionar sobre el sentido del ridículo y el origen de su aprovechamiento social mediante el uso de la burla.

El ridículo es un medio de presión social
El ridículo es un medio de presión social

La cuestión es que esta tribu tiene la costumbre de hacerse una serie de tatuajes rituales cuando sus miembros alcanzan la adolescencia. El sistema mediante el cual realizan estos tatuajes es bastante rudimentario y, por lo tanto, bastante doloroso, algo que a algunos les da bastante miedo y les hace resistirse a dejarse tatuar. En estos casos, el resto de miembros de la tribu tienen que burlarse de ellos utilizando una fórmula ritual perfectamente definida que comienza diciendo algo así como “tú eres una niña…”.

El hecho que me llamó la atención fue precisamente que esta fórmula es siempre la misma, y está determinada por las autoridades de la tribu, nadie puede salirse de ella. Se utiliza la presión social, pero no se permite el abuso. Todos los miembros reciben el mismo tratamiento. El objetivo es simplemente mantener las costumbres de la tribu, no pasárselo bien a costa del prójimo.

El sentido del ridículo tiene su origen en la necesidad de ser aceptado por el grupo, la tribu. Si uno es expulsado del mismo, esto puede significar la muerte, o, por lo menos, la soledad, algo intolerable para una especie social como el ser humano. Esto hace que hayamos desarrollado también la tendencia a conseguir la mejor posición social que podamos, para asegurarnos la pertenencia al grupo. Las tribus primitivas no eran precisamente individualistas, toda la vida y las creencias y costumbres estaban controladas por las autoridades. La burla se establece como toque de atención o castigo, mientras que los honores sirven de premio al mejorar la posición y el prestigio social.

Pero esto solo puede mantenerse bajo control en sociedades pequeñas como la tribu. Pensemos que, todavía en nuestros días, existen tribus primitivas que se rigen por principios que tienen miles de años de antigüedad. Cuando se empezaron a unificar varias tribus para formar sociedades más grandes, con diferentes costumbres y tradiciones, que ya no podían ser controladas completamente desde el estado, las cosas empezaron a corromperse. Los honores dieron lugar al ansia de poder, gloria, riqueza y privilegios a cualquier precio, y el ridículo se continuó usando como un instrumento de control social, pero sin demasiadas restricciones, que podía acabar incluso con la muerte del ridiculizado. Pensemos en los actos de escarnio público de la antigüedad, dónde se arrojaban toda clase de objetos e insultos al condenado, a gusto de cada uno. Puesto que también resulta un instrumento sencillo para abusar y ponerte por encima de otros, además de un simple divertimento (la historia no está precisamente poblada de seres civilizados) supongo que se popularizó su uso entre la gente común, tanto para atacarse entre ellos como para faltarle al respeto a los poderosos, y ha llegado hasta nuestros días convertido en una especie de tradición o costumbre milenaria (las novatadas, por ejemplo), de la que creo que todos hemos hecho uso alguna que otra vez.

Esto no quiere decir que utilizar el sentido del ridículo mediante la burla sea necesariamente algo malo que debamos rechazar siempre. Este mecanismo ha dado grandes obras a la literatura universal, pensemos por ejemplo en Francisco de Quevedo, que la utilizó con gran profusión y acierto (y al que también le costó algún que otro problema con las autoridades). Los seres humanos no somos (al menos no todos) unos pastorcillos bondadosos empeñados en hacer el bien. Quien más quien menos tiene cierta dosis de agresividad (también llamada mala leche) que hay que canalizar de manera apropiada para evitar que se acumule y genere conflictos graves que pueden llegar hasta la violencia física. La burla, el choteo y la ironía son una forma excelente de canalizar y descargar esta agresividad. También, cuando somos los receptores de las mismas, podemos utilizarlas como un excelente ejercicio para reforzar nuestra personalidad y nuestro ingenio respondiendo a las mismas convenientemente. Cuando te ofendes por algo, estás dando un poder sobre ti a la persona que te ofende que se puede volver fácilmente en tu contra y servir para manipularte. Una buena respuesta a tiempo neutraliza este poder por completo. Hace tiempo leí un libro titulado defiéndete de los ataques verbales, de Barbara Berckhan, que te puede dar algunas ideas para empezar.

Sin embargo, esto requiere de un cierto control, o se nos puede ir de las manos fácilmente. Desde un punto de vista social, se diría que hay que hacerlo “desde el respeto”, como yo soy individualista, sugiero hacerlo “desde la responsabilidad”. Uno tiene que medir las consecuencias de lo que hace y de lo que dice, el efecto que va a tener en la otra persona, su mayor o menor fortaleza y capacidad de respuesta, porque podemos pasar de agredidos a agresores en un abrir y cerrar de ojos, y este creo que es el peor camino posible. La mejor opción es, como para casi todo, aumentar nuestra cultura y nuestros conocimientos lo máximo posible, de manera que podamos encontrar las respuestas más adecuadas por disponer de una gama mayor de recursos para construirlas. Practicar con los amigos también es un ejercicio muy sano que todos hacemos en algún momento. La peor opción, para mi gusto, es la puritana, consistente en tratar de eliminar este mecanismo o barrerlo bajo la alfombra. No solo creo que es imposible, pues somos una especie pendenciera, sino que crea una debilidad y un desequilibrio innecesarios al convertirlo en un tabú fácilmente utilizable contra nosotros por los que no pasan por el aro. Lo correcto ante un problema es hacerse fuerte ante él y conseguir que deje de serlo.

Pero no todo el mundo está en condiciones de enfrentarse a las burlas desde un principio. Tenemos casos sangrantes de abusos y acosos que han terminado incluso con el suicidio de las víctimas, que suelen ser elegidas precisamente por su debilidad e indefensión. Esto es sencillamente una agresión y un delito que considero que está entre los más abyectos que pueden cometerse (y que, además, suele salir bastante barato). Las interacciones sociales pueden llegar a ser muy complicadas, y en estos casos de enfrentamiento, aunque sea pacífico, uno tiene que tener una personalidad desarrollada y fuerte, o al menos equilibrada con la de la otra persona. Uno de los derechos fundamentales establecidos en primer lugar en la constitución es el libre desarrollo de la personalidad. Esto quiere decir que todos estamos comprometidos con garantizarlo. Por lo tanto, siempre hay que tomar partido por el agredido, no limitarse a mirar para otro lado para no echar más leña al fuego (o sea, escurrir el bulto), y mucho menos ponerse del lado del agresor para no ser la próxima víctima, que es una postura cobarde y rastrera. La mejor opción para tener una sociedad cohesionada es que esté compuesta por individuos fuertes y colaborativos, independientemente de que además tengamos nuestras disputas internas. Mi consejo: no intentar escapar del conflicto, sino tratar de neutralizarlo antes de que se salga de madre.

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