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viernes, 22 de febrero de 2019

Falacias: argumento ad nauseam

Vivimos en una sociedad de consumo, en la que todo se acaba convirtiendo en un producto comercial. El discurso social y político no es una excepción; parece que la única función que le va quedando es la de vender ideología para conseguir votantes o espectadores, según quien trate de venderlo. Las falacias abundan en dicho discurso facilón y es conveniente conocerlas para poder valorar la calidad de los debates y si merecen nuestra atención. Este artículo de la serie sobre falacias trata sobre otra de las más comunes: el argumento ad nauseam.

Como su propio nombre indica, el argumento ad nauseam, o hasta la náusea, está basado en la repetición de un argumento una y otra vez. Normalmente, esto se toma como base para afirmar la validez del argumento, pero, como sucede siempre con este tipo de técnicas de discusión cochambrosas, también se puede utilizar para lo contrario, incluso por la misma persona, es decir, que algo que se repite como una cantinela una y otra vez no puede ser cierto. Esto puede parecer una contradicción, pero no lo es en absoluto: las dos proposiciones son falsas, por lo que son perfectamente compatibles: ni una cosa es cierta por el simple hecho de haberla repetido miles o millones de veces, ni es falsa por el mismo motivo; como mucho, puede ser cansina.

Cuando se habla de falacias, o de argumentación en general, hay que tener en cuenta siempre una cosa: no es lo mismo validez que verdad; un argumento es válido cuando está bien construido lógicamente, es verdadero cuando está demostrado que afirma algo que se corresponde fielmente con la realidad. En términos sociales, donde la lógica no es precisamente lo que prima a la hora de valorar los argumentos, solemos considerar que un argumento es válido cuando es aceptable escucharlo, y que es verdadero cuando nos lo creemos.

El ser humano y la verdad no se llevan muy bien, principalmente porque la verdad absoluta, la buena, nos resulta inabarcable, y las verdades más o menos parciales que podemos manejar, muchas veces son muy complicadas de demostrar. Existen muchos argumentos que son indecidibles, bien por su propia naturaleza, o bien porque de momento no es posible demostrarlos. Las afirmaciones “dios existe” y “dios no existe” son indecidibles, las que afirman que algo “debe ser de una determinada manera” también suelen serlo. En puridad, solo se puede hablar de falacia cuando existe una pretensión de exponer una verdad, la misma afirmación expresada en forma hipotética no será, por lo tanto, una falacia.

La primera de las dos formas de esta falacia, la afirmación de la verdad de un argumento porque es algo que estamos acostumbrados a oír desde siempre o porque todo el mundo lo dice (ya sabemos que, cuando usamos la expresión “todo el mundo” de esta manera, quiere decir realmente “todo el mundo que dice lo que a mí me interesa”) está emparentada con otras dos falacias también muy comunes, de las que ya he hablado en otros artículos: el argumento ad antiquitatem, o apelación a la antigüedad, y el argumento ex populo, o apelación a lo que “todo el mundo sabe”. La cuestión es que estas cosas cuelan con bastante facilidad; a la gente, en general, no le apetece demasiado complicarse la vida con florituras argumentales y, de la misma manera que tiene muchos más seguidores el sofá que la bicicleta estática, apoyan este tipo de argumentos facilones con la esperanza de usarlos también ellos en el futuro. Pero las cosas tienen siempre un balance coste / beneficio, y todo lo que te ahorras por un lado lo sueles perder por otro: lo que ganas en comodidad lo pierdes en desarrollo. Esto es aprovechado por los titiriteros sociales para manipular a las masas ignorantes. Goebbels, el ministro de propaganda nazi, decía que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad (y lo malo es que lo decía por experiencia), y parece que sus descafeinados discípulos demócrata-populistas actuales siguen encontrando una mina en este tipo de formas de argumentar: sarna con gusto no pica, ¿para qué andarnos con florituras? yo no quiero esforzarme en construir un discurso de calidad, tú no quieres esforzarte en entenderlo, y los dos queremos llevarnos el gato al agua, así que, ¿para qué complicarnos la existencia? “Es la economía, estúpido”; en el fondo, solo se trata de vender.

Y lo cierto es que esto de repetir mantras puede ser observado por todas partes, especialmente cuando se habla de temas complicados: educación, cambio climático, economía, derecho… en general, en todo aquello en lo que nos da mucha pereza entrar en profundidad; ¿la solución? Malas noticias: trabajar, acostumbrarse a interesarnos de verdad por las cosas que consideramos importantes. Otra opción más fácil es considerar que, puesto que no nos molestamos en profundizar en algo, no debe ser tan importante para nosotros, así que lo ignoramos olímpicamente y no entramos en discusiones. Si tu opinión no vale gran cosa, no permitas que otros la utilicen con fines torticeros que se pueden volver en tu contra.

Repetir un argumento hasta la nausea no lo hace verdadero
Repetir un argumento hasta la nausea no lo hace verdadero

En cuanto a la segunda forma de utilizar esta falacia, que algo es falso simplemente porque estamos hartos de oírlo, ejemplificado por la expresión “¡ya estamos con lo de siempre!”, creo que sus raíces ahondan también en el autoritarismo de la más oscura antigüedad. No es lo mismo afirmar algo que está apoyando a lo que consideramos una autoridad o el proyecto de una autoridad, que algo que se opone a ello. En el primer caso, el hecho de que ese algo se repita una y mil veces es indicativo de su verdad, pues los seguidores de la autoridad, como ella, no pueden estar equivocados. En el segundo caso, sucede lo contrario: la cantinela de los opositores no se ha podido imponer, por mucho que se haya repetido, porque es contraria a la verdadera autoridad, es decir, es falsa.

Aquí podemos ver otro parentesco de esta falacia con otra también muy común y que también he expuesto en otro artículo: la falacia ad verecundiam, o apelación a la autoridad. Lo que hace verdadero o falso un argumento es el apoyo o rechazo por parte de la autoridad, no su correspondencia con el mundo real. De nuevo se trata de una muestra de ignorancia basada en la comodidad: que piensen las autoridades, que nosotros aplaudimos si nos gusta lo que dicen.

Es necesario recalcar que la ignorancia por sí misma no es algo que se le pueda reprochar a nadie; todos somos ignorantes en muchas cosas, y esto es algo inevitable por muchísimo que aprendas. El problema es que la ignorancia no deja de ser una debilidad, y lo peor que nos puede pasar con las debilidades es no ser conscientes de ellas y de las consecuencias que puede tener dejarlas expuestas. La ignorancia, unida a otras debilidades que también tenemos todos, permite que nos manipulen, y esto hace fuertes a personas que toman decisiones que no nos convienen nada. La ideología pesca en el río revuelto de las debilidades humanas; como la droga, o las sirenas de Homero, te engancha con música celestial y manipula tu codicia y tu pereza con promesas que no va a cumplir. El coste es simplemente tu apoyo y tu aplauso, algo de muy escaso valor tomado individualmente, pero recuerda, cuando no estás pagando por algo, el producto eres tú; es preferible no participar que hacerlo sin preparación. Si de verdad te importa algo, no permitas que te hablen como si fueras un retrasado mental, ni apoyes a quien lo haga; fórmate e infórmate para poder exigir un discurso serio y riguroso, merécete el respeto que sueles exigir. Para lo que en realidad no te importe, deja que se ocupen los demás; todos lo hacemos, y probablemente sea la opción más inteligente.

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