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viernes, 14 de diciembre de 2018

Falacias: argumento ad antiquitatem

Las falacias son argumentaciones incorrectas en las que la conclusión no se sigue de las premisas. No es que la conclusión sea necesariamente falsa, sino que las razones que se esgrimen para justificar su verdad en realidad no lo hacen. En esta nueva entrada de la serie sobre las falacias más comunes voy a hablar de una a la que también se recurre con frecuencia, la apelación a la antigüedad o a la tradición.

Este argumento puede tener dos formas: la positiva, en la que se pretende demostrar que un argumento es verdadero porque siempre se ha creído que lo es, o que un acto es válido porque se lleva haciendo de toda la vida, y la negativa, en la que se pretende lo contrario, que algo es falso porque siempre se ha creído que lo es, o que un acto no debe realizarse porque nunca se ha hecho antes (por algo será, suele terminar el argumento).

Como ocurre con todos los argumentos falaces, este es conocido y ha sido siempre muy utilizado desde que el ser humano comenzó a argumentar; incluso las sociedades más antiguas creían firmemente en la famosa máxima que dice “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Parece que tenemos una fijación con lo antiguo y lo tradicional, aunque en general no se trata precisamente de ansiedad por conocerlo a fondo para entender nuestra evolución como sociedad, sino que más bien es un intento de servirnos de ello como una especie de salida fácil para no tener que dar explicaciones; la antigüedad es una fuente de autoridad y punto.

Todo el mundo tiene costumbres, y todos sabemos lo difícil que es muchas veces cambiarlas, sobre todo cuando estas se han vuelto comunes a todo un colectivo y han pasado a convertirse en una tradición. La gente es capaz de alzarse en armas si consideran que algo hace peligrar sus costumbres y tradiciones; aún más, el llamado derecho consuetudinario, es decir, el derecho basado en las costumbres, es una fuente real de derecho jurídico. La tendencia a seguir una costumbre puede ser tan fuerte que muchas veces se llega a convertir en un vicio, y existe toda una industria dedicada precisamente a conseguir dejar los vicios, lo que indica que es algo bastante habitual. Los animales, para su desgracia, pues facilita enormemente su caza, también tienen mucha tendencia a establecer rutinas y costumbres, por lo que se trata de una tendencia natural.

Los estados han aprovechado siempre muy bien esta tendencia. Erigirse en defensor y garante de los usos y tradiciones es una forma sencilla de conseguir el poder sobre un colectivo, mientras que introducir otras nuevas permite dirigir una sociedad en la dirección que uno quiera; también permite actuar con contundencia contra las personas díscolas que pretenden ir por libre, con el apoyo entusiasta del resto de sus conciudadanos, que los ven como un peligro para sus sacrosantas costumbres. Por todo ello, hasta hace bien poco, todas las sociedades eran fundamentalmente tradicionalistas, y hoy en día muchas lo siguen siendo, aunque en el mundo civilizado esto se ha convertido en una opción más que en una obligación, e incluso en los países donde las tradiciones están más arraigadas se intenta acabar con muchas de ellas que impiden el desarrollo e incluso llevan a cometer barbaridades inaceptables, de las cuales creo que resulta innecesario poner ningún ejemplo.

Pero no todas las costumbres y tradiciones han sido vistas siempre con buenos ojos. Normalmente son las del grupo dominante las que se llevan la palma. Cuando los ingleses sometieron a la India, existía la costumbre de quemar vivas a las esposas en la pira funeraria del marido; al pretender acabar con esta tradición bárbara, los hindúes protestaron indignados, a lo que se les respondió: “decís que tenéis la costumbre de quemar a las esposas en la pira funeraria del marido, nosotros tenemos la costumbre de ahorcar a las personas que queman vivas a las mujeres, así que vosotros podéis seguir con vuestra costumbre, que nosotros seguiremos con la nuestra”. La tradición, por tanto, ha sido siempre también una fuente de privilegios, lo que explica también esa fijación por apelar a ella, y también dice mucho de las personas que lo hacen.

Todo esto no quiere decir que las costumbres y tradiciones sean algo malo; las cosas no son malas ni buenas por sí mismas, sino que lo acaban siendo por lo que hacemos con ellas, por lo que cada caso se debe examinar por separado y no se puede generalizar.

La antigüedad no hace un argumento verdadero ni falso
La antigüedad no hace un argumento verdadero ni falso

Por otra parte, todos sabemos que las sociedades cambian con el tiempo. Lo que ha tenido sentido en el pasado, debido a las circunstancias del momento, no tiene por qué seguir siendo válido en la actualidad. En el mundo antiguo, cuando un grupo de personas fundaba una ciudad, se repartían las tierras colindantes para que todos pudieran tener una parcela que cultivar. Hoy en día a nadie se le ocurriría hacer semejante cosa, por mucho que en el pasado se hiciera así, porque organizamos los derechos de propiedad de manera diferente. La evolución de la tecnología también hace que muchos usos antiguos pierdan vigencia, como podemos comprobar en la evolución paralela que sufre el mercado de trabajo, o en los cambios en las relaciones que induce el uso de las redes sociales. Los avances en el conocimiento científico también echan por tierra muchos mitos y tradiciones del pasado, que son sustituidos por otros métodos más eficaces.

Tampoco es cierto que algo no deba hacerse porque no se ha hecho nunca antes. El ser humano ha estado haciendo cosas nuevas desde que tenemos uso de razón, de hecho, gran parte del bienestar del que podemos gozar en las sociedades modernas proviene de los cambios y de los nuevos inventos y descubrimientos, no de las tradiciones. También es un argumento falaz el decir que son esas tradiciones las que han hecho posibles los cambios, ya que normalmente estas tienden a oponerse a ellos, no a fomentarlos; si acaso, podemos achacar el mérito a la tradición de oponerse a las tradiciones, algo que también se ha hecho siempre, aún a riesgo de perder la propia vida, aunque bien es cierto que es una tradición que han seguido bastante menos personas.

No hay que confundir la pretensión de hacer verdadero o falso un argumento apelando a la antigüedad, que es lo que es verdaderamente una falacia, con la pretensión de hacer buena o mala una costumbre o tradición, que es una simple cuestión de preferencias. Tampoco es una falacia usar la tradición para justificar una creencia, ya que una creencia es algo hipotético, no tiene un valor de verdad definido. Los dogmáticos suelen confundir sus creencias con verdades, y son también bastante propensos a utilizar esta falacia (en realidad son bastante propensos a utilizar todas las falacias), por lo que conviene conocerla bien si pretendemos discutir con ellos.

El populismo es otra de las fuentes de falacias por excelencia, y hoy en día tenemos de eso en abundancia, por lo que animo a todos los que pretenden oponerse a estas tendencias nefastas a conocer, saber detectar y rechazar este tipo de argumentaciones, y a exigir en su lugar argumentos más sólidos y de mayor nivel, a ver si podemos entre todos conseguir que los debates públicos se parezcan más a lo que debería ser la forma de expresarse que corresponde a la especie más inteligente del planeta.

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