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martes, 12 de septiembre de 2017

El miedo a la crítica

En nuestra sociedad, por mucho que nos las demos de liberales y de defensores de la libertad de expresión, cada vez es más frecuente que la crítica provoque reacciones desmedidas, sobre todo en determinados contextos, como las redes sociales. Esto causa un miedo muy perjudicial que tiene dos direcciones: el miedo a que te critiquen y el miedo a criticar.

Exagerar el miedo a la crítica
Exagerar el miedo a la crítica

Para empezar, voy a delimitar la clase de crítica a la que me voy a referir. No estoy hablando de la burla o de los insultos, aunque considero que usar la ironía es perfectamente válido. Tampoco me refiero a la crítica en cuestiones de gustos y preferencias personales, como por ejemplo el modo de vestir, ya que sobre gustos no hay nada escrito. Este tipo de crítica es mejor ignorarlo simplemente, la burla y el insulto porque, de no hacerlo, estamos dando un poder sobre nosotros a cuenta de algo que no tiene ningún valor, y, sobre los gustos, porque son asunto exclusivamente nuestro. No permitir que los demás tengan poder sobre nuestras preferencias refuerza la personalidad.

También es muy común el dogma de que la crítica debe ser constructiva. Exponer las carencias y los defectos de algo y aportar soluciones o alternativas son dos cosas perfectamente separables, y lo último no siempre es posible hacerlo. Tenemos mucha tendencia a considerar que algo mal hecho está bien solo porque no sepamos cómo hacerlo mejor. Un ejemplo muy claro de esto lo tenemos en la educación obligatoria. Creo que está claro que, usemos el enfoque que usemos, los resultados son bastante deficientes y existe una tasa muy alta de fracaso escolar, pero, a pesar de esto, mucha gente cree tener la clave, desde puntos de vista contrapuestos, de lo que sería la forma correcta de educar. En este caso, de lo que pecamos es de falta de autocrítica.

Así pues, me voy a referir a la crítica sobre cuestiones de una cierta relevancia y a aquella que se elabora y se recibe con la cabeza y no con las gónadas. Existe un sesgo cognitivo muy importante, el sesgo de confirmación, sobre el cual podéis leer por ejemplo en The Enigma of Reason (esta vez en inglés, para los políglotas), de Hugo Mercier y Dan Esperber. Este sesgo consiste en la tendencia a dar mucho más peso a los argumentos y hechos que confirman nuestras creencias, aunque sean menos, que a aquellos que las contradicen. Esto se acentúa todavía más cuando formamos parte de un grupo con una determinada ideología (ya sabéis, la inteligencia de estos grupos es igual a la del más tonto dividida por el número de integrantes). El efecto que suele conllevar es ir formando grupos cada vez más cerrados, que consumen solamente el tipo de ideas con las que comulgan y que están formados por personas con una mentalidad cada vez más homogénea. Curiosamente, en muchas ocasiones, esto no tiene como consecuencia la indiferencia hacia las ideas contrarias, sino, precisamente, una beligerancia hacia ellas que puede llegar a ser extrema, lo cual es un signo claro de debilidad, una respuesta al miedo. Resulta paradójico que las personas manipuladas tengan miedo a que otro les manipule haciéndoles cambiar sus ideas. Si aplicamos el conocido principio “cherchez la face” (buscad la jeta), esto supone la muerte del pensamiento crítico y, con él, una de las principales herramientas de la inteligencia. Las personas aquejadas de este mal se vuelven altamente manipulables, y se las puede utilizar como una simple herramienta de presión política, o como una granja de pardillos a los que esquilmar el dinero, por poner solo algunos ejemplos.

Un dogma muy extendido es el de que una persona debe tener ideas firmes. Esto normalmente hace referencia, por supuesto, a las ideas que entran en el menú. Quizás esto era una buena idea en el mundo antiguo, dominado por las élites, dónde salirte de lo establecido podía conllevar consecuencias muy desagradables para la integridad física. Pero el autoritarismo está perdiendo vigencia rápidamente en un mundo tan cambiante como el actual, en el que uno tiene libertad para pensar como quiera y tiene acceso a una gran cantidad de información. De hecho, una de las causas de desigualdad es la diferencia en la capacidad o el interés de las distintas personas para aprovechar estas circunstancias. Actualmente, es mucho mejor tener ideas flexibles y ricas que firmes y cerradas.

Pero el sesgo de confirmación no es algo propio de las “malas personas” o de los “tontos”. Se trata de una tendencia natural que tenemos todos, que supongo que ha evolucionado por algún motivo. Los seres humanos somos expertos en neutralizar e incluso revertir nuestras tendencias naturales, y esta no es una excepción. El primer principio que debemos aplicar es el conocido y antiquísimo “conócete a ti mismo”. Igual que llegamos a ser capaces de calar a otras personas, debemos aprender a calarnos a nosotros mismos. Para esto, la herramienta más indicada es la autocrítica. Cuánto más convencidos estemos de algo, más tenemos que intentar rebatirlo, esto puede tener el efecto tanto de reforzar como de derribar la creencia, pero lo normal es que simplemente la matice y la enriquezca, lo cual permite que la defendamos o sostengamos con mayor fuerza, pues estaremos más acostumbrados a manejar todo tipo de argumentos con respecto a nuestro pensamiento.

Está claro que esto no lo vamos a poder hacer si nos limitamos a consumir ideas próximas a las nuestras, “de donde no hay, no se puede sacar”. Yo, por ejemplo, siempre he sido bastante rebelde, por lo que he tenido una especial sensibilidad a todos los tipos de autoritarismo, dogmatismo y totalitarismo. Leo muchísimos libros sobre el fascismo, nacionalsocialismo o comunismo, por ejemplo, pero no solamente los escritos analíticos o críticos con estas ideologías, sino también libros escritos por los propios nazis, fascistas o comunistas. Hoy en día se utiliza mucho el cliché de llamar “fascista” a todo el que tiene unas ideas políticas diferentes o contradice alguno de los demasiados dogmas y tabúes sociales existentes que abrazamos alegremente. El caso es que creo que un alto porcentaje de los que utilizan este epíteto realmente conocen muy poco o nada sobre el fascismo, con lo que se les puede alegar tranquilamente “¿Qué sabrás tú del fascismo?”, y despreciar su opinión a cuenta de su ignorancia. ¿Esto hace bueno al fascismo?, no, simplemente hace incompetente al antifascista.

Y precisamente es esta ignorancia la que provoca el miedo a la crítica en muchas personas, esta vez desde la dirección del emisor. El miedo a meter la pata o decir algo absurdo que ponga de manifiesto nuestra ignorancia no solo nos incapacita para participar en las discusiones y los debates, y, en última instancia, en la política, también nos hace sensibles a la manipulación porque tendremos la tendencia a hacer o decir lo que hagan o digan los demás. Si los demás están manipulados, nosotros también lo estaremos, pero ni siquiera seremos capaces de darnos cuenta.

Perder el miedo a la crítica, y utilizarla y asimilarla de forma inteligente, permite trabajar y enriquecer las ideas, además de hacernos más fuertes y menos dependientes de la opinión de los demás. Se dice que “las cosas son como tú te las tomas”, así que, además de molestarte por algunas críticas o usarlas para chinchar, puedes emitir y asimilar otras como un simple material de trabajo, algo parecido a ir al gimnasio, pero con la inteligencia. Siempre podemos reservar un espacio para trabajar las ideas y con ello nuestra capacidad crítica, lo cual es una aportación al bien común, pues mejora la competencia política de todos los participantes y sube el nivel de la opinión pública. Para terminar, os dejo un par de ejemplos, de entre los innumerables existentes, de buenas críticas políticas: Reflexiones sobre la revolución en Francia, de Edmund Burke y La traición de la libertad, de Isaiah Berlin.

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