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martes, 19 de septiembre de 2017

Memorieta y memorización

En la polémica actual sobre los métodos educativos, la disputa sobre la utilidad de la memorización ocupa un lugar central. Creo que se trata de un debate estéril en el que se crean de manera artificial dos posturas extremas que en realidad no defiende nadie, lo cual no habla precisamente bien de la calidad del mismo.

Memorieta y memorización
Nuestra memoria no es como la de los ordenadores

Por un lado, tenemos una imagen de la educación que parece extraída de un tebeo de Zipi y Zape en la que los niños son obligados a memorizar interminables listas de fechas, reyes y fórmulas. Supuestos defensores de esta postura serían, por ejemplo, Alberto Royo, en libros como Contra la nueva educación, o Ricardo Moreno Castillo, por ejemplo en La conjura de los ignorantes. En el lado opuesto estarían los supuestos defensores del jolgorio y la anarquía en clase, donde el aprendizaje se produce casi como por arte de magia, ejemplo de los cuales podría ser María Acaso, con su libro Reduvolution.

Lo cierto es que, hoy en día, el tópico de la educación basada en la memorieta pertenece más bien al terreno de las creencias populares que otra cosa. Un ejemplo lo tenemos en la famosa cenología del Ikea. También podemos verlo en películas y series de televisión, en las que aparecen los típicos cerebritos (programadores, agentes del FBI, etc.) que responden a cualquier pregunta con una retahíla interminable de datos recitada en un tono monocorde, demostrando la estrecha relación entre una gran inteligencia y una memoria de elefante.

El caso es que los profesores que yo he tenido a lo largo de mis años de estudiante, que han sido muchos y de muchos estilos diferentes, invariablemente nos han repetido que lo importante es entender las cosas, no memorizarlas. Es cierto que algunas cosas de uso muy habitual, como el abecedario o las tablas de multiplicar, se aprenden de memoria, pues no existen unos principios básicos más simples de los que se puedan deducir, pero, dada la cantidad de temas que una persona debe aprender a lo largo de sus años de enseñanza, nadie en su sano juicio pretendería que lo hiciese memorizándolo todo. Pero hay puntualizaciones que hacer a esto.

En primer lugar, creo que todos conocemos la diferencia de rendimiento en el aprendizaje entre las asignaturas que nos interesan y las que no. En las primeras, todo parece mucho más fácil, aprendemos y retenemos el conocimiento casi sin esfuerzo. Incluso leemos, y si es posible practicamos, por nuestra cuenta sobre el tema y llegamos a aprender mucho más de lo que nos enseñan en clase. Pero con las segundas la cosa cambia radicalmente, todo parece mucho más complicado y aburrido. En estos casos nos suele interesar aprobar el examen para quitarnos de encima la asignatura y poco más. Aunque algunos estudiantes recurren a las “chuletas”, resulta casi una tradición una versión legal de las mismas que consiste en olvidarse de la asignatura hasta poco antes del examen y pegarse entonces una panzada de estudiar tratando de memorizar lo más posible. La memorieta aquí va por cuenta del alumno, no del profesor o el sistema educativo. Aquí, el verdadero debate (no el que sacan de quicio unos y otros) está, por el lado de los “progres”, en hacer las asignaturas y las clases más atractivas para los alumnos, de manera que se promueva este aprendizaje y retención de manera más natural y con menos esfuerzo (de ahí la acusación de amigos del jolgorio). Por el lado de los “carcas”, se apela a la responsabilidad del alumno y a poner esfuerzo e interés donde no lo hay (con lo que se ganan el apelativo de autoritarios y tiranos). Ambas posturas me parecen utópicas, simplistas e ingenuas por igual.

Es cierto que un profesor puede hacer la clase más atractiva sin dejar de enseñar correctamente su asignatura. La primera vez que asistí a la universidad a la asignatura de redes, que era algo completamente nuevo para mí, el profesor que la impartía en el primer semestre era un auténtico showman. Asistir a sus clases era todo un espectáculo, y la tarima parecía más bien un escenario teatral. Lo cierto es que la clase se llenaba a rebosar, y aprendí mucho sobre la materia prácticamente sin estudiar, además de cogerle mucha afición. En el segundo semestre la cosa cambió radicalmente, el nuevo profesor era un novato bastante aburrido. La clase se vació y yo me dediqué a continuar aprendiendo el temario por mi cuenta.

Pero la educación de la que a mí me interesa hablar es de la obligatoria, pues considero que esa obligación es algo que debemos asumir todos. En la universidad eres un adulto, y se supone que asistes a clase porque te interesa, pero pretender ser capaz de hacer que cualquier grupo de niños se interese por cualquier tema es sencillamente una quimera. Cuando yo iba a la escuela tenía unos intereses bastante extraños para un niño, me fascinaba la química y la geología, por ejemplo. Pero, en lugar de ser el típico empollón, era un niño bastante gamberro. A los otros niños les encantaba cuando fabricaba petardos con productos comprados en la droguería o disolvía rocas con ácido clorhídrico, pero su interés disminuía notablemente cuando intentaba explicarles los principios de lo que estaba haciendo para que colaborasen en las “investigaciones”. Normalmente la mayoría se iban a jugar a algo más sencillo. Si esto funciona así entre iguales que interactúan libremente, imagino que será mucho peor con un superior impuesto, por mucha pedagogía que le eches.

En cuanto a lo de “poner interés”, está claro que si lo pones, aprendes más. Pero el interés no es algo que simplemente te puedas sacar de la chistera sin más. Si fuera así, no necesitaríamos escuelas. Como he dicho, yo sabía mucho (para lo que te enseñan en el colegio) sobre química, geología o biología antes de que ni siquiera me lo llegaran a mencionar en clase. Desde mi punto de vista, lo que se enseña en la educación obligatoria, puesto que va dirigido a toda la población, no presenta un nivel de exigencia suficiente para que haya que hacer un gran esfuerzo para aprenderlo. Competir por la atención y el interés con las redes sociales y las videoconsolas tampoco ayuda. Por supuesto, siempre habrá algunos niños que pongan más de su parte, pero no se puede tomar un determinado carácter como referencia y culpabilizar al resto por no ser como ellos, al menos no en la enseñanza obligatoria. La responsabilidad es algo que se debe aprender también, al margen de en qué tejado esté esa pelota. Una persona no es realmente responsable hasta que alcanza la mayoría de edad, hasta entonces vive tutelada, y poner en su mano un nivel arbitrario de responsabilidad, según las convicciones de cada uno, no me parece el mejor sistema. ¿La solución?, no tengo ni la más remota idea, pero creo que nadie la tiene.

La memoria, según el estado del conocimiento que tenemos actualmente sobre el cerebro, no es esa caja metafórica donde se van guardando los recuerdos. El conocimiento de todo tipo se almacena en la estructura que forman las sinapsis entre neuronas en el cerebro. Constantemente se actualiza mediante la creación de nuevas sinapsis y la eliminación de otras existentes. Parece ser que los sentimientos y sensaciones que acompañan al acto de aprender tienen mucha influencia en la creación de sinapsis fuertes y permanentes. Esto vale tanto para las sensaciones negativas como para las positivas, cuanto más intensas, mayor refuerzo se produce. El mayor enemigo del aprendizaje es el tedio y el aburrimiento. Quizás la clave, tanto para la familia y la sociedad en general como para los profesores y educadores sea huir de la mediocridad para crear un contexto donde el aprendizaje sea algo natural y la curiosidad y motivación de los niños se desarrolle en la buena dirección. Pero creo que esto también es una quimera.

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