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viernes, 11 de mayo de 2018

El problema del espectador de la consciencia

A diferencia del conocimiento de todo aquello que constituye la realidad que nos rodea, la consciencia y, de forma más general, toda la gama de sensaciones que experimentamos es algo que nos viene dado desde el nacimiento. No nos hace falta darnos cuenta de que existimos, simplemente lo sabemos. Tenemos la experiencia, o la sensación, de ser nosotros mismos, y a partir de ella podemos descubrir toda la gama de sensaciones, emociones y sentimientos que modifican esta sensación primigenia.

El problema del espectador de la consciencia surge precisamente de esta sensación central que parece estar siempre ahí, a diferencia del resto de sensaciones que aparecen, se modifican y desaparecen. Cuando percibimos el mundo exterior, además del resto de seres y objetos, tenemos una imagen clara y precisa de la porción de materia que constituye nuestro propio cuerpo, no solo porque la podemos ver como al resto de elementos, sino porque podemos moverla usando simplemente nuestra voluntad y porque la interacción con el resto de elementos, o incluso entre partes del mismo cuerpo, produce modificaciones en nuestro estado interno que percibimos como propias de nosotros mismos.

Por tanto, el primer espectador surge de manera natural y es lo que llamamos el yo. No hay nada más real para nosotros que este yo y, por lo tanto, como el resto de cosas reales que conocemos, tratamos de darle una explicación y de averiguar cómo se forma y de qué puede estar hecho. Una forma de zanjar esta cuestión es con el llamado dualismo. Nuestro cuerpo es simplemente un objeto más del conjunto de los objetos materiales y en él habita otra entidad inmaterial que llamamos alma, perteneciente a un orden superior inmaterial pero que está limitada por su interacción con el cuerpo material y ha perdido la capacidad de conocer su propia naturaleza, que recuperará en el momento de liberarse del mismo.

Pero el ser humano no se conforma con una explicación como esta, que en realidad no explica nada, por lo que desde mucho tiempo atrás ha habido personas que han tratado de desarrollar ideas y teorías filosóficas sobre la naturaleza del pensamiento y de la sensación de ser uno mismo.

En el siglo XVIII, el obispo George Berkeley escribió su Tratado sobre los principios del conocimiento humano. En él borraba de un plumazo todo el mundo material y consideraba que solamente existe el espíritu, siendo todas las cosas que percibimos inducidas por Dios en dicho espíritu, como si se tratase de una película. Esto es lo que se conoce como solipsismo, y en él no existe nada más que Dios y el espectador.

Antes de eso, en el siglo XVII, Descartes escribió sus obras Discurso del método y Meditaciones metafísicas, en las que, por un lado, trata de demostrar la existencia de Dios y, a través de ella, la existencia de las cosas materiales y la existencia de nosotros mismos, como expresa su famosa frase “pienso luego existo”. Descartes también creía en la dualidad cuerpo / alma, y consideraba que ambas estaban conectadas a través de la glándula pineal del cerebro.

Aunque todas estas teorías están muy desarrolladas, dejan sin explicar la naturaleza del pensamiento, trasladando el espectador al espíritu o alma y dando el pensamiento por hecho como parte de su esencia. Hoy en día la filosofía prácticamente ha abandonado la idea del alma, aunque existen otras formas de dualismo, y la ciencia es completamente materialista, tratando de explicar el pensamiento, las sensaciones y la consciencia como el resultado de la actividad de las células de nuestro cuerpo, en especial las del sistema nervioso.

El dualismo, tal como está planteado, es una “solución” ad hoc para la ciencia. La esencia del alma no es pensar, sino ser el pensamiento mismo, por lo que, en principio, sería una explicación final. Pero se trata de una entidad de otro mundo, que no puede ser percibida ni medida, por lo que no puede ser objeto de estudio de la ciencia, a diferencia de otros elementos inmateriales que sí pueden serlo, como el campo gravitatorio o electromagnético, por lo que el objetivo de descubrir el origen de la consciencia científicamente debe circunscribirse a aquellos elementos que ésta puede manejar.

Consideramos nuestra consciencia como una especie de espectador del mundo
Consideramos nuestra consciencia como una especie de espectador del mundo

La ciencia no puede negar un hecho del que todos somos testigos continuamente, que sentimos, que pensamos, y que, además, nos damos cuenta de que lo hacemos y podemos reflexionar sobre ello a nuestra vez, lo que se conoce como metacognición (pensar sobre el pensamiento). Los neurocientíficos tratan de explicar, en obras de divulgación como Y el cerebro creó al hombre de Antonio Damasio, o Lo que el cerebro nos dice, de V. S. Ramachandran, de qué manera puede formarse la consciencia a partir de la actividad de las células de nuestro cuerpo. El cerebro no es una masa de neuronas interconectadas que funcionan como un todo indiferenciado que genera el pensamiento. Consta de partes diferenciadas, como el hipocampo o el cerebelo, encargadas de tareas como la capacidad de memoria o los movimientos involuntarios. Otras partes, como la corteza cerebral, tienen zonas especializadas en la percepción y generación de diferentes sensaciones, emociones y sentimientos, así como de los procesos que hacen posible transformar estas sensaciones en el lenguaje que nos sirve para comunicarnos con otras personas o con nosotros mismos, y de volver a transformar ese lenguaje en las sensaciones que llamamos ideas.

La actividad de todas estas partes y zonas está a su vez integrada por otras zonas, como la corteza prefrontal, que construye con todo ello nuestra personalidad y nuestros comportamientos sociales complejos, de manera que se establece como una jerarquía que lleva desde los procesos y sensaciones inconscientes hasta el yo completo a base de ir integrando varias de estas entidades de un determinado nivel por otras situadas en un nivel superior.

La estructura de las conexiones entre neuronas, lo que se conoce como la topología de la red, es determinante para generar el tipo de dinámica que tendrán los impulsos nerviosos al propagarse a través de ellas, lo que permite esta especialización del cerebro en zonas y redes de zonas. Mediante el estudio de personas con lesiones cerebrales, se puede comprobar que, cuando alguna de estas zonas no funciona o deja de poder comunicarse con otras, se producen alteraciones notables del comportamiento, la personalidad o la capacidad de mover el cuerpo o percibir el entorno. Pero esto, en lugar de aclarar el problema del espectador, en realidad lo complica sobremanera. El yo, es decir, la integración de todos estos procesos, sería el espectador principal de toda la percepción, pero cada uno de estos procesos que integra el yo, serían a su vez espectadores de otros procesos de nivel inferior, y así hasta llegar al nivel celular, que es el último elemento de la cadena que podemos considerar un ser vivo y, por lo tanto, sensible, aunque sea de una forma muy rudimentaria. Pero el problema no acaba aquí. Como el yo puede percibirse a sí mismo, y percibir que se está percibiendo, necesitaríamos otras entidades o espectadores de nivel superior que se encargasen de estas percepciones, en una regresión que nos lleva hasta el infinito. No podemos encontrar un elemento final que constituya la esencia del pensamiento, aunque pensemos que conocemos el funcionamiento de los elementos que lo generan. El pensamiento mismo sigue quedando al margen de la posibilidad de estudio de la ciencia, al igual que el alma, porque tampoco podemos decir de qué está hecho ni medirlo, solo podemos medir, y de una forma un tanto gruesa, la actividad eléctrica de las neuronas.

Cuando no encontramos la respuesta a un problema, generalmente la razón estriba en que no nos estamos haciendo las preguntas correctas. Estamos tan influidos por la forma en que percibimos e interpretamos el mundo (somos espectadores y buscamos un espectador dentro de nosotros) que probablemente no somos capaces de imaginar cual sería el planteamiento que podría desenredar la madeja y llevarnos hasta una explicación satisfactoria del fenómeno de la consciencia. Lo bueno es que existe una actividad febril en torno a esta cuestión desde muchos ámbitos del conocimiento humano, y la tecnología poco a poco nos va permitiendo poder explorar el asunto a niveles cada vez más profundos. Es posible que pronto demos con el hilo correcto del que debemos tirar para llegar a resolver el enigma.

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