Este sitio utiliza cookies de Google para prestar sus servicios y analizar su tráfico. Tu dirección IP y user-agent se comparten con Google, junto con las métricas de rendimiento y de seguridad, para garantizar la calidad del servicio, generar estadísticas de uso y detectar y solucionar abusos.Mas información

Ir a la página de inicio Contacto RSS
viernes, 7 de junio de 2019

Lenguaje políticamente correcto

El núcleo de las trifulcas entre izquierda y derecha, liberales e iliberales, libertarios y autoritarios, o como narices quiera uno llamarlos, se encuentra sin duda en lo que se denomina corrección política, que parece ser algo propio de nuestros tiempos, pero que de toda la vida ha sido hacer las cosas de la manera que la tendencia política dominante considere que se deben hacer. Y esto no solo significa comportarse y pensar de un modo determinado, sino también hablar como es debido. Nada nuevo bajo el sol.

El lenguaje siempre se ha considerado un arma poderosa. En la antigüedad, y en ciertos ambientes todavía hoy en día, la gente ha tenido mucho respeto, e incluso temor a las palabras mágicas, los conjuros y las maldiciones. Las religiones se han basado en la palabra revelada, que consigue llevar a la gente incluso hasta el fanatismo; se ha intentado silenciar a pensadores, escritores, hombres de ciencia y, en general, a cualquiera que osase simplemente cuestionar la verdad oficial. Sirve para convencer a la gente casi de cualquier cosa, muchas veces sin necesidad de evidencia de ningún tipo. Es la base de cualquier ideología, pero también sirve para venderte cualquier otra cosa, útil o innecesaria, engañar, mentir y manipular. Se puede decir que quien domina el lenguaje puede llegar a dominar el mundo.

Para hacerse una idea de los planteamientos de la cuestión del lenguaje políticamente correcto siempre es bueno leer un poco. La verdad de la tribu, de Ricardo Dudda es un análisis bastante objetivo del asunto general de la corrección política, España vertebrada, de Fernando Sánchez Dragó, es un buen ejemplo del tipo de planteamiento simplista que hace del asunto una de las partes. La otra más o menos es igual, pero cambiando el tono agresivo y avinagrado por otro tontorrón y empalagoso. Mi consejo es analizar ambas posturas desde la lejanía, para evitar el rechinado de dientes, si no te implicas, resulta interesante por lo que deja entrever de la naturaleza humana.

Y precisamente el lenguaje es algo consustancial a la naturaleza humana. No se trata de un artificio, como tampoco lo es el canto de los pájaros o el de las ballenas. Solo el alfabeto y el lenguaje escrito son artificiales, probablemente por eso sea más cansado leer que hablar o escuchar, hay menos cerebro dedicado a ello, pero el lenguaje sirve para expresar tus pensamientos y comunicarlos, es una capacidad desarrollada por la Naturaleza, está al servicio de nuestra supervivencia como individuos y como especie. Al igual que otras características centrales del ser humano, como las relaciones interpersonales o el sexo, que también son complejas y por tanto problemáticas, siempre ha existido quién ha intentado, normalmente con bastante éxito, hacerse con su control. Si permites que controle tu naturaleza, te controlo a ti, controlo tu identidad desde fuera, la famosa identidad grupal, siempre construida a costa de la personalidad individual.

El problema es que, entre nuestras tendencias naturales, se encuentra también la de la violencia y el dominio abusivo del prójimo. No olvidemos que venimos del mono, y los monos no son precisamente pacíficos. Precisamente esto ha servido siempre de justificación para intervenir la naturaleza humana y tratar de llevarla por el camino recto, y aunque es ciertamente una justificación válida, esto no hace en ningún caso válidos los medios que se han empleado para hacerlo, medios que siempre se han pagado a un coste bastante alto para los pocos buenos resultados que han dado, excepto quizás para las élites. Al final, mejoramos porque escarmentamos a base de ostias, para este viaje no hacían falta alforjas, probablemente hubiéramos conseguido resultados similares de cualquier otra manera.

Volviendo al lenguaje, cuando uno habla con la intención de expresar lo que piensa o siente, que para mí es la misma cosa, no solo está pronunciando palabras, produciendo mera sintaxis, sino algo mucho más importante, está tratando de transmitir significado, semántica. Las palabras pueden transmitir significado porque tienen connotaciones. El GPS utiliza las definiciones del diccionario para expresar lo que dice, nosotros utilizamos sus connotaciones, las que tienen para nosotros y las que creemos que tienen para los demás, ya que hablamos para interactuar con ellos, para bien o para mal. Una de las connotaciones que tiene una palabra, la que podríamos considerar con una carga emocional neutra, es el objeto o concepto al que suele hacer referencia. A esta connotación básica le añadimos otras de nuestra propia cosecha, estas con más carga emocional, y también le asignamos las connotaciones que creemos que tiene para nuestro interlocutor. De este modo, seleccionamos las palabras más apropiadas para expresarnos, algo que podemos hacer con mayor o menor cuidado, más o menos racionalmente. La misma palabra tiene connotaciones diferentes para distintas personas.

El lenguaje políticamente correcto calibra con precisión lo que se dice
El lenguaje políticamente correcto calibra con precisión lo que se dice

Y no solo elegimos las palabras adecuadas, sino también la forma de construir las frases, el tono de voz que utilizamos, la expresión de nuestro rostro y los movimientos de nuestro cuerpo, lo que también se puede hacer de manera más o menos consciente. El conocimiento también está ligado del mismo modo dentro de nuestra mente con connotaciones emocionales y sentimentales, de hecho, creo que también se construye y almacena mediante nuestra sensibilidad, por eso somos capaces de expresar las ideas con diferentes cargas emocionales. Distintas personas tienen diferentes personalidades, lo que para unos es lícito para otros es intolerable, así que cada uno habla de las cosas usando diferentes formas de expresión; un ateo y un religioso no hablan de Dios de la misma manera, un puritano y una persona normal (alguien que no es un extremista) no hablan del sexo de la misma manera, tampoco un padre habla de sexo de la misma manera con su hijo que con los amigotes del bar o con su mujer, así que la misma persona puede utilizar diferentes registros en función de la situación en la que se encuentre; todos lo hacemos constantemente, seamos capaces de utilizar más o menos registros diferentes; de hecho, mi definición preferida de cultura se refiere a esta cuestión: la persona culta es aquella que es capaz de comportarse de manera apropiada en cualquier ambiente. ¿Quién dice cuál es la manera apropiada? Te lo dicen las consecuencias.

Una de las muchas herencias históricas nefastas de nuestra evolución social es el autoritarismo. En relación al lenguaje, el autoritarismo se ve por un lado en la pretensión de que todo el mundo se exprese de la misma manera, y, por el otro, en la suposición de que los demás intentan imponernos una forma de expresarnos solo porque ellos la utilizan. Normalmente han existido siempre dos bandos principales, que podemos llamar liberales y autoritarios, normalmente ha dominado alguno de ellos, y normalmente el que ha dominado ha querido imponer el lenguaje que consideraba correcto, pues si lo consigues sabes que tienes el control. El otro bando, como reacción de resistencia, ha enarbolado la bandera de la incorrección, dándole connotaciones de rebeldía y resistencia heroica al opresor a una palabra que suele indicar que estás equivocado, o sea, en un error. Actualmente la bandera de la incorrección está en manos de los autoritarios, que reivindican llamar a las cosas por su nombre, como si las cosas tuvieran un nombre impuesto por la Naturaleza o los dioses (una idea ya enunciada en el diálogo Crátilo, de Platón), y no el que se nos ponga a nosotros en las narices.

Así pues, lo que se plantea es lo de siempre: estamos en posesión de la verdad y nuestros sentimientos son los correctos, los que no los comparten son malos y no se puede permitir que suelten su veneno y dañen a la juventud, tenemos derecho a expresar nuestras opiniones y sentimientos libremente, nos quieren imponer un mal disfrazándolo como un bien, y bla, bla, bla…

Y ¿Quién dice qué? En realidad todos lo dicen todo, en un momento u otro. Esto no es una lucha entre el bien y el mal, es una lucha por el poder. Si no quiero que me impongas tus criterios, te tengo yo que imponer los míos, lo único que tengo que hacer es convencer a más personas que tú de que tengo razón.

La cuestión es que, razón al completo no la tiene nadie, solo los despojos que cada uno ha conseguido arrancar después de descuartizar la razón para repartir los pedazos entre los diferentes bandos en eterno conflicto. La única manera de llegar a estar en posesión de la razón es desarrollando la autoridad, y la autoridad es una propiedad intrínseca del individuo, que necesita de una sociedad formada por individuos que también han desarrollado autoridad para poder funcionar de manera efectiva. La capacidad de expresarnos nos la dio la Naturaleza, nos pertenece como individuos, la podemos y debemos usar como consideremos que corresponde a la situación, pues es una herramienta de interacción social; pero hay que estar dispuesto a hacerse responsable de las consecuencias de hacerlo; nadie nos debe nada por el hecho de existir, nos lo ganamos interactuando de forma adecuada con los demás.

Comparte este artículo: Compartir en Twitter Compártelo en Facebook Compartir en Google Plus
Comentarios (0):
* (Su comentario será publicado después de la revisión)

E-Mail


Nombre


Web


Mensaje


CAPTCHA
Change the CAPTCHA codeSpeak the CAPTCHA code