Este sitio utiliza cookies de Google para prestar sus servicios y analizar su tráfico. Tu dirección IP y user-agent se comparten con Google, junto con las métricas de rendimiento y de seguridad, para garantizar la calidad del servicio, generar estadísticas de uso y detectar y solucionar abusos.Mas información

Ir a la página de inicio Contacto RSS
sábado, 25 de noviembre de 2017

Contenidos, competencias, emociones…

Después de leer innumerables libros sobre los problemas de la educación, seguir blogs partidarios de todas las posturas habidas y por haber, haberme hecho casi un experto en la metodología de pruebas estandarizadas como PISA, revisar trabajos e informes técnicos sobre el tema, e incluso todas las leyes educativas desde la ley Moyano, lo único que he sacado en claro es que es bastante normal que la educación esté en crisis.

Posturas opuestas en educación
Se plantean posturas opuestas de forma artificial

Y se trata de un problema que no es privativo de España. En este mundo globalizado prácticamente todos los países atraviesan por esta crisis, en mayor o menor medida. En esta ocasión os puedo recomendar el libro El predecible fracaso de la reforma educativa, de Seymour B. Sarason, que habla sobre el caso de los EEUU, pero que se puede extrapolar sin problemas al nuestro, y supongo que al de cualquier otro país.

Aunque el sistema educativo reglado tiene varias fases, la obligatoria y universal, la profesional y la universitaria, estas dos últimas son cuestiones bastante técnicas, y creo que el punto de mira de todos debe estar principalmente en la primera, sobre todo en las etapas más tempranas. La educación es un proceso acumulativo, se acumulan los éxitos, pero también los errores, y al ser humano le cuesta mucho dejar los vicios y coger las buenas costumbres.

Pero el motivo principal está en el término “obligatoria” que acompaña a esta etapa. Esta obligatoriedad se encuentra recogida en la constitución, por lo que se trata de un imperativo legal. La primera forma de escaquearse de esta responsabilidad consiste en considerar que adquirimos esta obligación al nacer y que podemos considerar que hemos cumplido con ella al terminar los estudios obligatorios, o, dicho de otra manera, que la responsabilidad del fracaso o del éxito de la educación es de los niños. Como dicho así suena muy radical, todo el mundo tiende a suavizar esto planteándolo más como una cuestión de responsabilidad compartida. El problema es que este reparto de responsabilidades se realiza de manera arbitraria y en función de la ideología de cada uno. Es evidente que los niños nacen sin responsabilidades y totalmente dependientes de los adultos, pero, como en la edad adulta deben ser plenamente responsables (este es mi punto de vista, pero me da la sensación de que no todo el mundo piensa así), por el camino deben ir asumiendo más y más responsabilidades para aprender a serlo. Todo muy bonito y muy sensato si dispusiéramos de unos criterios rigurosos y personalizados para cada niño, y de métodos efectivos para corregir las problemáticas que impiden a muchos niños asumir dichas responsabilidades en los momentos oportunos de su desarrollo.

Por lo tanto, la pelota de la obligación o de la responsabilidad (según si tu punto de vista es más autoritario o más liberal, pero son la misma cosa, en un caso impuesta por los demás y en el otro por uno mismo) está en el tejado de los adultos, que deben asegurarse de hacer todo lo posible para conseguir que esta asunción paulatina del niño se pueda ir produciendo de manera exitosa. El fracaso no debe ser una opción, pues en la práctica supone casi el descarte social de la persona. Aquí chocamos con uno delos problemas básicos de la educación, a día de hoy sigue sin existir una base científico técnica rigurosa y parece más bien una labor artesanal basada en la buena fe y el sentido común y conocimiento tradicional. De hecho no faltan los que afirman que la pedagogía como ciencia es simplemente una quimera.

Los niveles de responsabilidad no son iguales para todo el mundo. Parece natural establecer una jerarquía que comienza, de más a menos, en los padres, el resto de la familia, los educadores y, por último, pero no por ello menos importante, el resto de la sociedad. Todos deberíamos implicarnos, de una u otra manera, en la educación de los niños. Y toda implicación efectiva requiere de formación e información, lo que considero que debe ser lo mínimo que nos exijamos a nosotros mismos.

La paternidad, dejando aparte el tema de los malos tratos y el abandono patente, que podemos considerar como algo patológico, no se encuentra regulada y funciona más bien bajo los supuestos de que el amor y el sentido común nos harán elegir siempre lo que consideremos mejor para nuestros hijos (algo que, por supuesto, no tiene por qué coincidir con lo que realmente sea mejor). El derecho a tener hijos es un principio superior y, legalmente hablando, no se puede contraponer a este derecho ningún supuesto derecho futuro del aún no concebido por tratarse de un sujeto de derecho que todavía no existe. Nulla poena sine lege (sin ley no hay delito, en una traducción libre), poco se puede decir de los deberes de los padres si estos no están explicitados. Tampoco parece venir a cuento dudar de su cariño por sus hijos. Únicamente se me ocurre sugerir que, puesto que todo progenitor está indudablemente dispuesto a realizar sacrificios por sus hijos, resulta óptimo hacerlos antes de tenerlos, cuando tienes menos cargas y más libertad de movimientos y de acción. Está comprobado que existe una correlación importante entre el nivel cultural y los buenos hábitos de los padres y de los hijos, también la situación económica tiene su peso en el desarrollo, y seguro que conocer algo de psicología también ayuda bastante.

Así pues, debemos centrar la atención en el siguiente nivel, este si regulado con bastante profusión, el de los educadores. Por estar familiarizado con sus opiniones, se de buena tinta que no les gusta nada que desde fuera se critique su trabajo y sus métodos. Creo que tienen su buena parte de razón, esta sociedad solo muestra un interés superficial y muchas veces simplista por la educación, y es muy comprensible que alguien que se rompe los cuernos día a día intentando deshacer el desaguisado que el resto de la sociedad perpetra con los niños, no considere a esta muy legitimada para tirar la primera piedra. Pero no es mi intención hablar de su metodología, sino de las bases filosóficas (este es un blog de filosofía) sobre las que sostienen sus opiniones, algo a lo que deberíamos poder llegar todos.

Como la educación está en crisis, el debate, o casi la pelea, gira inevitablemente alrededor de la innovación. Se intenta buscar el principio fundamental, la piedra filosofal, que parece que excluye a todos los demás. Así se forman bandos que se reparten el pastel de las ideas generando un debate simplista sobre el que quizás sea el tema más complejo de los que puede abordar el ser humano, o, en otras palabras, solo se hace política o simple mercadotecnia. Enfrentamos pseudociencia contra tradición y no es fácil encontrar algo que supere ese nivel.

Pero creo que, bien desarrolladas y coordinadas, las ideas que manejan unos y otros son bastante acertadas. El problema es que es mucho más sencillo ver los fallos de un sistema que conseguir eliminarlos. Cualquiera puede ver, por ejemplo, que la memorieta es un mal sistema de aprendizaje, pero eso no te convierte en un experto ni te capacita para conseguir un desarrollo óptimo de la memoria. El esfuerzo es imprescindible, pero sin motivación es ineficiente y muchas veces imposible. Queremos educar ciudadanos críticos y no manipulables, pero a través de la obediencia y acatamiento a la autoridad. En una sociedad donde abundan los trastornos psicológicos y de personalidad, la educación emocional parece imprescindible, pero requiere de un conocimiento profundo de la psicología. En la vida real funcionamos a base de proyectos, pero la gestión exitosa de un proyecto requiere de amplia experiencia y formación. Los contenidos son importantes, pero durante la etapa obligatoria no se puede conseguir que los alumnos obtengan de manera pasiva un nivel relevante en todas las materias, es necesario ser muy riguroso en su selección y combinarlo con la adquisición de competencias y motivación para ampliar dicho conocimiento motu propio, basándote en conocimientos clave que te marquen el camino para acceder al resto. Si no aprendes durante toda la vida, acabas olvidando lo aprendido siendo un niño. Tu jefe no te va a encerrar en un cuarto sin libros ni acceso a la información cuando quiera que resuelvas un problema, sino más bien todo lo contrario. A mucha gente le da la sensación de que empieza a aprender realmente cuando empieza a trabajar, incluso después de pasar por la universidad.

Prácticamente todo lo que se propone es válido y razonable, y no son cosas excluyentes unas de otras. Lo que se requiere es conseguir una base científica rigurosa para la educación, que permita elaborar técnicas exitosas. Los profesores son la parte práctica y técnica del sistema, falta por desarrollar la parte teórica y experimental, que debe ser acometida por profesionales dedicados exclusivamente a la investigación. Los mejores educadores deben concentrarse en las etapas más tempranas de la enseñanza y conseguir mantener la curiosidad y motivación natural de los niños para hacerlos más autónomos a la hora de aprender.

Pero todo esto no será posible mientras la sociedad no cambie sus hábitos y puntos de vista. Seguimos considerando la educación y el esfuerzo como una carga, algo que nos obligan a hacer para los demás, estamos obsesionados con el bienestar y el puro consumismo, queremos ahorrarles a nuestros hijos las dificultades por las que hemos pasado nosotros, despreciando a la vez nuestro propio trabajo y negándoles el que deberían aprender a hacer ellos para tener éxito en la vida, como expone Alberto Royo en La sociedad gaseosa, por ejemplo. Los niños tienden a imitar a sus mayores, y el prestigio de la educación y de los profesores no va a construirse por decreto. Los aprovechados y caraduras hacen su agosto entre los ignorantes. La inversión en investigación se puede dirigir hacia la educación si mostramos un interés real y serio por ella, si la convertimos en tema central de conversación, si provocamos también que los gestores de lo público vean una oportunidad de ganar votos en tomarse más en serio la educación.

Comparte este artículo: Compartir en Twitter Compártelo en Facebook Compartir en Google Plus
Comentarios (0):
* (Su comentario será publicado después de la revisión)

E-Mail


Nombre


Web


Mensaje


CAPTCHA
Change the CAPTCHA codeSpeak the CAPTCHA code