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viernes, 31 de mayo de 2019

Verdad, creencias y sentido común

La verdad es un concepto que parece muy simple en principio, pero que posiblemente sea uno de los más complejos de entre todos los que maneja el ser humano. También es posiblemente uno de los más importantes, y constituye la base de muchos de nuestros principales sistemas de ideas: la lógica formal, la religión, la ciencia, las matemáticas o la política, por citar solo algunos de los más importantes. Por la verdad estamos dispuestos a morir, pero también a matar, y llevamos miles de años haciéndolo.

La verdad, como la inteligencia, es algo imposible de definir, entre otras cosas porque se trata de una palabra polisémica, que se utiliza con significados diferentes según las circunstancias. Normalmente está relacionada con lo que decimos, en concreto, con lo que afirmamos, pero estamos diciendo la verdad tanto si lo que decimos se corresponde con hechos reales como si se corresponde con las ideas que tenemos en la mente sobre el mundo, independientemente de que estas sean ciertas. También parece que consideramos que se puede decir la verdad sobre cuestiones metafísicas, para las que no existen hechos de referencia, o que podemos considerar de forma bastante arbitraria ciertos hechos como demostración de lo que consideramos verdadero, sin molestarnos demasiado en demostrar a su vez la verdad sobre dichos hechos y la verdad sobre su relación con lo que afirmamos.

El único sistema que proporciona procedimientos efectivos para demostrar que una proposición es verdadera es la lógica formal, que es una rama de las matemáticas que se utiliza precisamente para demostrar los teoremas de dicha materia. El problema es que se queda muy corta a la hora de expresar el tipo de proposiciones que consideramos importantes fuera de las matemáticas, en nuestra vida diaria como seres humanos y en el mundo real. Además, la lógica no genera verdades, es necesario partir al menos de un conjunto básico de ellas, llamadas axiomas, para construir todas las proposiciones verdaderas y falsas que se pueden decir sobre un determinado sistema o modelo. La demostración de los axiomas queda fuera de la lógica, se suponen verdaderos a priori; uno de los axiomas más conocidos es el del tercero excluido: o una proposición es verdadera, o lo es su negación, parece incuestionable, pero solo lo es dentro de un sistema simplificado donde podemos estar completamente seguros de que algo es totalmente verdadero o totalmente falso. Cuando intentamos aplicar esto a cuestiones complejas sobre las que nuestro conocimiento es limitado, donde las proposiciones no son enunciados simples, sino compuestos, la cosa se pone bastante difícil e incluso imposible de decidir.

En el mundo físico, la realidad que podemos percibir con nuestros sentidos o nuestros aparatos de medida, parece sencillo en principio hallar la correspondencia de nuestras afirmaciones con los hechos o la naturaleza de las cosas materiales y sus interacciones. Esto es lo que abarca e intenta explicar la ciencia, pero la propia ciencia nos hace conscientes de la imposibilidad de lograr este objetivo, ya que la única forma de tener un conocimiento exacto del universo sería conociéndolo en su totalidad, y existen escalas en las que tener ese conocimiento completo es imposible, como parece demostrar por ejemplo la mecánica cuántica. Esto hace que nos tengamos que conformar con aproximaciones, que pueden ser bastante precisas a la hora de trabajar con ellas y conseguir resultados, pero que están muy alejadas del concepto estricto de verdad al que se supone que aspiramos.

El problema es que nuestra percepción no está desarrollada para recoger absolutamente todo lo que sucede, ni tenemos capacidad para almacenarlo todo en nuestra mente. Somos seres biológicos limitados, el conocimiento sobre el mundo solo es fruto de una evolución tendente a maximizar nuestra capacidad de supervivencia, no a hacernos portadores de la verdad absoluta. Percibimos de manera imperfecta, descartando la mayoría de los hechos que nos rodean por irrelevantes. El conocimiento tampoco se almacena en nuestra mente de manera fotográfica, nuestros recuerdos se van difuminando con el tiempo, se mezclan unos con otros y se distorsionan, nuestra imaginación genera además falsos recuerdos o deforma los auténticos. Nuestros aparatos de medida también tienen limitaciones, aunque en general son superiores en algunos aspectos a nuestra percepción; una fotografía es una reproducción más exacta que nuestra memoria, pero sigue sin ser una reproducción exacta de la realidad. Nuevamente, si nos situamos en la escala atómica o subatómica, podemos hacernos conscientes de que ningún objeto material puede ser reproducido con una exactitud completa.

La verdad revelada solo es uno de los innumerables tipos de verdad
La verdad revelada solo es uno de los innumerables tipos de verdad

Todas estas cuestiones suelen ser rechazadas por los que pretenden utilizar la verdad como justificación a sus actos o del estatus del que disfrutan o al que aspiran. Para ellos esto son solo sofisterías para enredar sobre algo que está clarísimo, y aquí pasamos del concepto de verdad como algo que existe independientemente de nosotros, al concepto de creencia. La creencia está relacionada con la verdad en el sentido de que se trata de la sensación, emoción o sentimiento que tenemos cuando percibimos o conocemos algo verdadero; es algo así como el sabor, el olor, el sonido o el aspecto de la verdad, afectando a lo que podría ser otro de nuestros sentidos, al cual podríamos llamar por ejemplo “sapiencia” o algo así. La creencia, o la certeza, cuando se presenta en grado sumo, como emoción que es, resulta mucho más impactante para el que la percibe que un simple razonamiento, por lo que se suele considerar, creo que de manera bastante incorrecta, que la razón, y por ende la lógica, es inferior a la emoción y los sentimientos. Para esta gente, la verdad revelada es no solo posible, sino superior a la percibida, y este tipo de verdad puede proceder prácticamente de cualquier fuente que se nos ocurra (o que nos convenga): la Naturaleza la ha colocado de forma innata en nuestra mente, procede de algún dios, de algún principio superior independiente de nosotros, de un gurú, de un libro, de un profeta, de un mesías, del más allá, de un ideólogo genial, de los marcianos, de los telépatas…

Separar la razón de las emociones es algo bastante habitual y también algo que considero uno de nuestros mayores errores a la hora de entender nuestra mente y a nosotros mismos. Si por algo se distingue la Naturaleza es por su elegancia, con unos pocos elementos consigue generar sistemas de una complejidad inmensa; uno de los mejores ejemplos lo tenemos en los átomos: absolutamente todo lo que existe en el mundo físico está formado por átomos combinados de una cantidad inmensa de formas diferentes. Existen apenas 100 átomos diferentes en la Naturaleza, más otros pocos que podemos sintetizar en el laboratorio, pero la complejidad de formas, propiedades y fenómenos que generan es prácticamente ilimitada. No hace falta que un gas y un sólido estén formados por elementos de diferente naturaleza, solo por diferentes átomos o por los mismos átomos con diferentes niveles de energía. Con la razón y las emociones creo que pasa algo similar: existen unas sensaciones básicas prácticamente imperceptibles que se van combinando para formar sensaciones perceptibles de diferente índole, emociones, sentimientos y, finalmente, en el nivel más alto de complejidad, la razón. La razón no es más que el conjunto de sentimientos y emociones más sofisticado del que disponemos, así como nuestro principal mecanismo de supervivencia. Los mecanismos de supervivencia del organismo se apoyan unos en otros de manera armoniosa, ya que sería absurdo que debiesen entrar en competencia, pues esto jugaría en nuestra contra generando mecanismos subóptimos de reacción y de toma de decisiones. Sin embargo, parece que esto es lo más habitual: no solo nos encanta estar en conflicto con los demás, sino también con nosotros mismos. Si la razón y las emociones no están en consonancia, algo no está funcionando bien en nuestra mente y nuestro sistema de creencias, y haríamos bien en tratar de corregirlo.

El último recurso que queda después de haber puesto en duda la verdad y la creencia es el sentido común. Se trata de un concepto estrechamente relacionado con la intuición, es lo que salta a la vista, lo que es de cajón, no hace falta ni pensar en ello, está claro que es cierto solo con verlo. El sentido común tiene muy buena prensa sobre todo entre las personas más ignorantes y las que intentan aprovecharse de la ignorancia del prójimo; suele funcionar bien con las perogrulladas y con los asuntos comunes del día a día, al fin y al cabo nuestro entendimiento está adaptado a los sucesos más habituales de forma que no requieran grandes reflexiones, pues de lo contrario seríamos demasiado lentos e incompetentes. Pero incluso para esto existen diferencias, y el sentido común es cualquier cosa menos común. Es posible que lo fuese en sociedades más simples, donde todos manejaban el mismo conjunto de creencias básico y los asuntos complejos los trataban únicamente las élites, pero actualmente es posible encontrar muchos sentidos comunes diferentes, al igual que muchos ejemplos en los que el sentido común falla como una escopeta de feria. Parece que tendremos que resignarnos a aprender a interesarnos, estudiar y analizar a fondo el mundo que nos rodea si queremos entenderlo. Yo recomiendo hacerlo por uno mismo, es más divertido que tragarse las peroratas ajenas, y las intenciones del acto las ponemos nosotros mismos.

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